Mientras que en Europa tratan de legislar sobre los velos que cubren a la mujer musulmana para prohibirlos; acá en Perú, Ricardo Belmont, quiere ponerle tapa a todo lo desnudo. Eso me hace recordar que en Lima, durante el Virreinato, eran famosas las tapadas femeninas.
Los velos musulmanes, como casi toda su vida, tiene su origen en la religión. Bueno, también es bueno recordar que muchas monjas católicas llevan toda suerte de velo que casi les cubre todo el cuerpo.
Reproduzco el reportaje que lo leía en La Vanguardia, por lo interesante del tema y porque pocas veces se acude a tratar de saber lo que piensan las personas detrás del velo
La voz que tapa el velo
El niqab es “un tipo de velo integral que cubre a la mujer musulmana de la cabeza a las rodillas o los pies (hay diferentes largos), incluido el rostro excepto la zona de los ojos”. El Corán sólo menciona tres directrices dedicadas a la indumentaria femenina; “que vistan correctamente, que se cubran el pecho y que alarguen su ropa”.
La polémica sobre su uso ha llegado a Europa. Países con un alto grado de inmigración como Francia, Bélgica y España promueven la prohibición de estas prendas y algunos ayuntamientos catalanes ya han legislado sobre su uso en espacios municipales. Las razones fundamentales para vetar estas prendas son dos: la discriminación de la mujer y la seguridad ciudadana.
El Magazine ha hablado con cuatro mujeres procedentes de Marruecos que viven en España y que libremente han decidido vestir niqab. No se creen mejores que los demás y son conscientes de las limitaciones que conlleva su uso, pero declaran haber encontrado su felicidad así. Ellas, el lado más humano del problema, piden respeto, tolerancia y libertad ante su decisión; no quieren que se imponga el velo de la prohibición en España.
Lea su testimonio >>
27/06/2010
Texto de Isabel Ramos Rioja
Fotos de Roser Vilallonga
Aunque uno de los capítulos más largos del Corán esté dedicado a las mujeres, en lo concerniente a su indumentaria sólo hay tres directrices en el libro sagrado de los musulmanes: que vistan correctamente, que se cubran el pecho y que alarguen su ropa. Sin especificar qué es vestir con modestia o cuán largas deben ser las prendas que lleven. Esto ha dado lugar a múltiples interpretaciones por los ulemas (los sabios), expertos en islam no musulmanes y los creyentes. El debate está en Europa. En España, varios ayuntamientos ya han prohibido el uso del velo integral (que sólo deja a la vista los ojos, o incluso los cubre con una gasa) en dependencias municipales. En La Meca, el lugar más sagrado para los musulmanes, las mujeres que acuden en peregrinación deben ir con la cara y las manos al descubierto. Quienes viven, y sufren a veces, estas discusiones son muchachas y mujeres. Y ¿qué dicen ellas? El Magazine ha hablado con cuatro procedentes de Marruecos –donde el uso del niqab y guantes negros aumenta día a día– y que viven en España. Así se manifiestan las mujeres que hay detrás del velo.
MARIAM Tiene 22 años y nació en Tetuán. Se casó hace cinco meses
–tras casi siete de compromiso– y está embarazada de casi tres. No trabaja.
Usa niqab desde los 19 años.
–tras casi siete de compromiso– y está embarazada de casi tres. No trabaja.
Usa niqab desde los 19 años.
“Con niqab es más fácil hallar marido”
Originaria de Tetuán, de las montañas del Rif, en lo que fue la zona del protectorado español. Aunque las tropas que invadieron la Península en el 711 iban comandadas por un bereber, Tariq Ben Ziad, los bereberes son de islamización tardía. Mariam, de 22 años, a los 19, casi 20, se puso el niqab. Desde los 15 años llevaba un jimar muy largo. Se casó hace cinco meses –llevaba siete meses comprometida cuando se casó– y está embarazada de casi tres.
A los diez años quería ponerse el velo. “A mi hermana Jadiya, mi madre le bajaba el pañuelo cuando se lo ponía”, cuenta. Actualmente, las cosas han cambiado, pero en generaciones anteriores, a los diez años los niños no decidían cómo vestirse. Podían decir qué les gustaba más, pero quien acababa decidiendo era la madre.
“Yo me ponía el velo a los diez años y mi madre me lo quitaba. Cuando salía con mi hermana Jadiya aprovechaba para ponérmelo.” ¿Un acto de rebeldía hacia sus padres? “Aunque nuestros padres no quisieran, la religión nos empujaba hacia el velo”, asegura.
“No por vestir con niqab somos mejores. Mientras crea, ninguna musulmana es peor que nosotras. No se puede juzgar a nadie. Lo importante es lo que cada una tiene en el corazón.”
Con estudios elementales, Mariam no ha trabajado fuera del ámbito doméstico.
“Estoy más tranquila en casa, con mi marido. No necesito trabajar. No me gusta trabajar; me gusta la casa.” En el islam, la teoría, cada vez más en desuso, es que el esposo tiene la obligación de proveer la casa y mantener a la esposa. Todo lo que aporte la mujer al matrimonio, así como la dote y lo que pueda ganar con su actividad profesional, es exclusivamente para ella. Una de las razones que una mujer puede aducir para divorciarse es que su marido no puede mantenerla.
“La dote es sunna”, dice Mariam, una tradición procedente de la práctica establecida por Mahoma. “Es un regalo del marido. No es para comprar a la mujer; es para que ella se compre cosas para la boda.” Sin embargo, hay estudiosos que la consideran un seguro para la mujer en caso de divorcio. Cuando se casa, aporta una parte del ajuar, pero la casa es del marido, con lo cual se ve en la calle muy a menudo.
Mariam, a pesar del niqab, no se queda encerrada en casa. “Salgo a comprar ropa, voy al Carrefour, voy a la montaña con mi marido, a la playa.” ¿A la playa? “A sitios aislados, por la noche. Me baño con una especie de camisón largo y un pañuelo, por si acaso aparece alguien.”
Toda la conversación con las cuatro mujeres es interrumpida reiteradamente por las llamadas que Mariam recibe en el móvil. Es su marido. Al final, apremia a terminar la entrevista porque tiene que ir a rezar la oración de la puesta de sol. Se acaba el margen que hay para cumplir con la obligación del rezo, que no tiene por qué hacerse a una hora exacta.
Ir tan tapadas, tan discretas, ¿no les hará más difícil conseguir un buen marido? “Noooo. Se consigue mejor marido yendo tapada. Cuando hacía el duaa [oración que se hace con una finalidad concreta], siempre pedía un buen marido”, dice Mariam. Yusef, su esposo, es un apuesto joven de 25 años que es quien ha conducido a las cuatro mujeres hasta el local de la que será la nueva mezquita de Reus, en un Mercedes gris marengo. Cuando empieza a dar el número de móvil a las periodistas, duda un momento, y enseguida se pasa al número de su marido.°
A los diez años quería ponerse el velo. “A mi hermana Jadiya, mi madre le bajaba el pañuelo cuando se lo ponía”, cuenta. Actualmente, las cosas han cambiado, pero en generaciones anteriores, a los diez años los niños no decidían cómo vestirse. Podían decir qué les gustaba más, pero quien acababa decidiendo era la madre.
“Yo me ponía el velo a los diez años y mi madre me lo quitaba. Cuando salía con mi hermana Jadiya aprovechaba para ponérmelo.” ¿Un acto de rebeldía hacia sus padres? “Aunque nuestros padres no quisieran, la religión nos empujaba hacia el velo”, asegura.
“No por vestir con niqab somos mejores. Mientras crea, ninguna musulmana es peor que nosotras. No se puede juzgar a nadie. Lo importante es lo que cada una tiene en el corazón.”
Con estudios elementales, Mariam no ha trabajado fuera del ámbito doméstico.
“Estoy más tranquila en casa, con mi marido. No necesito trabajar. No me gusta trabajar; me gusta la casa.” En el islam, la teoría, cada vez más en desuso, es que el esposo tiene la obligación de proveer la casa y mantener a la esposa. Todo lo que aporte la mujer al matrimonio, así como la dote y lo que pueda ganar con su actividad profesional, es exclusivamente para ella. Una de las razones que una mujer puede aducir para divorciarse es que su marido no puede mantenerla.
“La dote es sunna”, dice Mariam, una tradición procedente de la práctica establecida por Mahoma. “Es un regalo del marido. No es para comprar a la mujer; es para que ella se compre cosas para la boda.” Sin embargo, hay estudiosos que la consideran un seguro para la mujer en caso de divorcio. Cuando se casa, aporta una parte del ajuar, pero la casa es del marido, con lo cual se ve en la calle muy a menudo.
Mariam, a pesar del niqab, no se queda encerrada en casa. “Salgo a comprar ropa, voy al Carrefour, voy a la montaña con mi marido, a la playa.” ¿A la playa? “A sitios aislados, por la noche. Me baño con una especie de camisón largo y un pañuelo, por si acaso aparece alguien.”
Toda la conversación con las cuatro mujeres es interrumpida reiteradamente por las llamadas que Mariam recibe en el móvil. Es su marido. Al final, apremia a terminar la entrevista porque tiene que ir a rezar la oración de la puesta de sol. Se acaba el margen que hay para cumplir con la obligación del rezo, que no tiene por qué hacerse a una hora exacta.
Ir tan tapadas, tan discretas, ¿no les hará más difícil conseguir un buen marido? “Noooo. Se consigue mejor marido yendo tapada. Cuando hacía el duaa [oración que se hace con una finalidad concreta], siempre pedía un buen marido”, dice Mariam. Yusef, su esposo, es un apuesto joven de 25 años que es quien ha conducido a las cuatro mujeres hasta el local de la que será la nueva mezquita de Reus, en un Mercedes gris marengo. Cuando empieza a dar el número de móvil a las periodistas, duda un momento, y enseguida se pasa al número de su marido.°
HURRIYA Tiene 17 años. Es de Nador. Estudió primaria, la ESO y grado medio de administrativo,
aunque no se plantea buscar trabajo porque dice que no lo encontraría por el niqab.
Viste niqab desde hace unos meses.
aunque no se plantea buscar trabajo porque dice que no lo encontraría por el niqab.
Viste niqab desde hace unos meses.
“Hablo con mis amigas por Messenger”
Tiene 17 años. Es de Nador, en el norte de Marruecos –que también se encontraba en el protectorado español–, y es bereber, como Mariam y la hermana de esta, Jadiya. Hurriya casi no sabe leer ni escribir árabe. Estudió primaria, la ESO y grado medio de administrativo. Hizo las prácticas de administrativa. Antes llevaba jimar y hace unos meses se puso el niqab.
El velo que le cubre el rostro es morado, color de nazareno –por cierto que una manera de llamar a los cristianos en árabe, nasara, tiene la misma etimología–, a juego con el amplio sayo hasta los tobillos que lleva por debajo del velo negro de la cabeza. Ocultar sus formas y su rostro tras el niqab no la hace invisible a las miradas de los demás, incluidos los hombres.
La suegra de una hermana lleva niqab, así como la mayoría de la familia política de esa hermana. Unas aquí, otras en Marruecos, conoce a siete mujeres que se cubren de la cabeza a los pies. “En el islam la mujer no está obligada a ponérselo (el niqab), pero preferí hacerlo para no tener dudas de si lo que hacía estaba bien o no”, dice.
Tan joven, ¿ha cambiado su vida desde que viste niqab? “Antes no llevaba nada para cubrirme, ni hiyab. Ahora me miran, ponen cara como si estuviera podrida. No piensan que yo también las veo raras, con minifalda y top. No creo que una persona tenga derecho a criticar a otra por ir
vestida de una determinada manera.”
El velo integral, por muy buena voluntad que haya por ambas partes, marca una línea, una barrera en la comunicación, aunque no fue el caso durante la entrevista. “Tenemos amigas marroquíes y españolas –cuenta Hurriya–. Hablo con mis amigas por el Messenger. Antes de ponerme el niqab ya no iba al cine. Hay gente que sabe que no has cambiado por llevar un velo, y otros creen que eres diferente. Antes quedaba a tomar un helado; ahora prefiero quedar con mis amigas en casa porque aquí no hay zonas reservadas para mujeres.” En algunos países islámicos, los locales públicos, como cafeterías o restaurantes, reservan una parte para las mujeres o hay una zona mixta para las familias.
Después de la revolución islámica de Irán, la capital, Teherán, contaba con un parque exclusivamente para mujeres. “Queda ridículo levantarse el niqab para tomar un café con leche, mejor quedamos en casa”, coincide Jadiya, otra de las entrevistadas. En internet circula un vídeo, no se sabe si espontáneo o preparado, sobre la forma de comer espaguetis en un país del Golfo.
Quizá porque es la más joven, Hurriya es la que ha llegado más lejos en sus estudios. Ese esfuerzo podría considerarse vano, pues ni se plantea buscar trabajo. Está segura de que nadie la aceptaría como administrativa con el niqab. “Ni siquiera con hiyab”, añade.
“Me han pedido en matrimonio una vez o dos. Los he rechazado porque soy joven y porque no me gustaban”, añade.
“Está bien que den derechos a la mujer, pero si no me aceptan vestida con el niqab, me están quitando derechos. Tenemos nuestros derechos; la felicidad está aquí”, dice con énfasis señalando el corazón. “En el corazón no hacemos daño a nadie, nos identificamos cuando nos lo piden por cuestiones de seguridad, nos levantamos el velo para que nos vean la cara si es por seguridad.”
El velo que le cubre el rostro es morado, color de nazareno –por cierto que una manera de llamar a los cristianos en árabe, nasara, tiene la misma etimología–, a juego con el amplio sayo hasta los tobillos que lleva por debajo del velo negro de la cabeza. Ocultar sus formas y su rostro tras el niqab no la hace invisible a las miradas de los demás, incluidos los hombres.
La suegra de una hermana lleva niqab, así como la mayoría de la familia política de esa hermana. Unas aquí, otras en Marruecos, conoce a siete mujeres que se cubren de la cabeza a los pies. “En el islam la mujer no está obligada a ponérselo (el niqab), pero preferí hacerlo para no tener dudas de si lo que hacía estaba bien o no”, dice.
Tan joven, ¿ha cambiado su vida desde que viste niqab? “Antes no llevaba nada para cubrirme, ni hiyab. Ahora me miran, ponen cara como si estuviera podrida. No piensan que yo también las veo raras, con minifalda y top. No creo que una persona tenga derecho a criticar a otra por ir
vestida de una determinada manera.”
El velo integral, por muy buena voluntad que haya por ambas partes, marca una línea, una barrera en la comunicación, aunque no fue el caso durante la entrevista. “Tenemos amigas marroquíes y españolas –cuenta Hurriya–. Hablo con mis amigas por el Messenger. Antes de ponerme el niqab ya no iba al cine. Hay gente que sabe que no has cambiado por llevar un velo, y otros creen que eres diferente. Antes quedaba a tomar un helado; ahora prefiero quedar con mis amigas en casa porque aquí no hay zonas reservadas para mujeres.” En algunos países islámicos, los locales públicos, como cafeterías o restaurantes, reservan una parte para las mujeres o hay una zona mixta para las familias.
Después de la revolución islámica de Irán, la capital, Teherán, contaba con un parque exclusivamente para mujeres. “Queda ridículo levantarse el niqab para tomar un café con leche, mejor quedamos en casa”, coincide Jadiya, otra de las entrevistadas. En internet circula un vídeo, no se sabe si espontáneo o preparado, sobre la forma de comer espaguetis en un país del Golfo.
Quizá porque es la más joven, Hurriya es la que ha llegado más lejos en sus estudios. Ese esfuerzo podría considerarse vano, pues ni se plantea buscar trabajo. Está segura de que nadie la aceptaría como administrativa con el niqab. “Ni siquiera con hiyab”, añade.
“Me han pedido en matrimonio una vez o dos. Los he rechazado porque soy joven y porque no me gustaban”, añade.
“Está bien que den derechos a la mujer, pero si no me aceptan vestida con el niqab, me están quitando derechos. Tenemos nuestros derechos; la felicidad está aquí”, dice con énfasis señalando el corazón. “En el corazón no hacemos daño a nadie, nos identificamos cuando nos lo piden por cuestiones de seguridad, nos levantamos el velo para que nos vean la cara si es por seguridad.”
ZAKIYA Tiene 20 años. Dejó los estudios en 4.º de ESO, porque no les vio utilidad alguna.
Es hermana de Hurriya y lleva niqab desde hace unos meses.
Otra lectura: La dictadura del velo
Es hermana de Hurriya y lleva niqab desde hace unos meses.
"¿La libertad es poner a una mujer en el escaparate para vender su cuerpo?”
Zakiya es una de las hermanas de Hurriya. Tiene 20 años. Dejó los estudios en 4.º de ESO. Quería estudiar, pero, como “ya tenía unos conocimientos suficientes y vi cómo estaba el mundo, preferí dejarlo. Si en casa tienes internet, buscas lo que quieras y ya está”, explica. A los 14 años se puso el pañuelo más típico de las marroquíes: ajustado desde el nacimiento del pelo en el óvalo de la cara y que marca el pelo recogido en un rodete en la nuca. Hace unos meses se puso el niqab.
Hurriya (cuyo nombre significa libertad) insiste en que la manera tradicional de llevar el pañuelo no tiene nada de islámica y reniega así de su pasado inmediato, que la hacía entroncar con la tradición más arraigada en su país junto con el uso de la chilaba, esta prenda recta que cubre todo el cuerpo y, gracias a su capucha, permite cubrir también la cabeza y tener al mismo tiempo las manos libres –el haik argelino o el sifsari tunecino obligan a sujetarlo con una mano o, a veces, con la boca–.
“En Europa hace más de cuarenta años que hay musulmanes, hasta ahora han surgido miles de problemas, y sólo se fijan en el niqab.” La fotógrafa explica a Zakiya que las mujeres europeas han luchado durante años y siguen luchando por los derechos de la mujer, y ver que jóvenes como ellas se visten de esta guisa se antoja dar un paso atrás.
“¿Aquí hay libertad? Si quieren vender un perfume, usan a una mujer; si quieren vender un coche, usan a una mujer. ¿La libertad es poner a una mujer en un escaparate para vender su cuerpo? Hay violaciones constantemente. Y las latinas, ¿cómo van? Van así para provocar a los hombres. Si fueran inteligentes, no lo harían”, replica la joven.
Zakiya, de unos impresionantes ojos negros que destacan aún más entre velo y velo, sólo usa prendas de colores oscuros. Para ella, el negro sigue siendo el color del luto y nada más, no el color de la elegancia o de vestidos de noche. También lleva prendas de color marrón, verde oliva, azul marino o gris.
Estas mujeres no por ocultarse bajo un niqab creen ser mejores que las demás. “A nosotras también nos puedes encontrar hablando mal de otras personas, nos peleamos con la familia o con las amigas, somos humanas.” Cubrirse más no les hace sentirse perfectas.
Hurriya enumera las ventajas de ir totalmente tapada: te protege del sol, de la transmisión de enfermedades (quizá pensando en la gripe que al final pasó de refilón)... y de las miradas de los hombres que no sean su marido, su padre, su hermano y el resto de los hombres que, en el islam, se consideran prohibidos para el matrimonio; aquellos con los que no podría casarse. Precisamente porque los prohibidos para el matrimonio se supone que no las ven con deseo, pueden descubrirse ante ellos. Como cuando están con otras mujeres.
Si bien Zakiya fue precoz a la hora de dejar los estudios, lo del matrimonio se lo piensa. Además, explica, “nosotras podemos comprometernos con un chico, pero, si luego vemos que no nos gusta, rompemos el compromiso y no pasa nada”.
En el mundo islámico los solteros son rara avis (el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, lo es, por ejemplo), aunque vayan aumentando en número en los últimos años y sobre todo entre las mujeres con profesión.
Hurriya (cuyo nombre significa libertad) insiste en que la manera tradicional de llevar el pañuelo no tiene nada de islámica y reniega así de su pasado inmediato, que la hacía entroncar con la tradición más arraigada en su país junto con el uso de la chilaba, esta prenda recta que cubre todo el cuerpo y, gracias a su capucha, permite cubrir también la cabeza y tener al mismo tiempo las manos libres –el haik argelino o el sifsari tunecino obligan a sujetarlo con una mano o, a veces, con la boca–.
“En Europa hace más de cuarenta años que hay musulmanes, hasta ahora han surgido miles de problemas, y sólo se fijan en el niqab.” La fotógrafa explica a Zakiya que las mujeres europeas han luchado durante años y siguen luchando por los derechos de la mujer, y ver que jóvenes como ellas se visten de esta guisa se antoja dar un paso atrás.
“¿Aquí hay libertad? Si quieren vender un perfume, usan a una mujer; si quieren vender un coche, usan a una mujer. ¿La libertad es poner a una mujer en un escaparate para vender su cuerpo? Hay violaciones constantemente. Y las latinas, ¿cómo van? Van así para provocar a los hombres. Si fueran inteligentes, no lo harían”, replica la joven.
Zakiya, de unos impresionantes ojos negros que destacan aún más entre velo y velo, sólo usa prendas de colores oscuros. Para ella, el negro sigue siendo el color del luto y nada más, no el color de la elegancia o de vestidos de noche. También lleva prendas de color marrón, verde oliva, azul marino o gris.
Estas mujeres no por ocultarse bajo un niqab creen ser mejores que las demás. “A nosotras también nos puedes encontrar hablando mal de otras personas, nos peleamos con la familia o con las amigas, somos humanas.” Cubrirse más no les hace sentirse perfectas.
Hurriya enumera las ventajas de ir totalmente tapada: te protege del sol, de la transmisión de enfermedades (quizá pensando en la gripe que al final pasó de refilón)... y de las miradas de los hombres que no sean su marido, su padre, su hermano y el resto de los hombres que, en el islam, se consideran prohibidos para el matrimonio; aquellos con los que no podría casarse. Precisamente porque los prohibidos para el matrimonio se supone que no las ven con deseo, pueden descubrirse ante ellos. Como cuando están con otras mujeres.
Si bien Zakiya fue precoz a la hora de dejar los estudios, lo del matrimonio se lo piensa. Además, explica, “nosotras podemos comprometernos con un chico, pero, si luego vemos que no nos gusta, rompemos el compromiso y no pasa nada”.
En el mundo islámico los solteros son rara avis (el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, lo es, por ejemplo), aunque vayan aumentando en número en los últimos años y sobre todo entre las mujeres con profesión.
“He encontrado la felicidad así”
Jadiya se llama como la primera esposa del profeta Mahoma, que era 15 años mayor que él; mientras ella vivió, Mahoma fue monógamo. La Jadiya de la entrevista, que lleva 15 años en España, procede de una familia de las montañas del Rif.
Estar escolarizada en un centro conflictivo –“los chicos me pegaban, me robaban, y yo no estaba acostumbrada a eso”– la llevó a dejar el colegio cuando aún no había cumplido los 13 años, con gran disgusto de sus padres, que querían que siguiera estudiando. La respuesta ofrecida por la Conselleria d’Educació catalana no le solucionó el problema.
A ratos perdidos trabajaba en la masía en la que vivía con sus padres, su hermana Mariam y sus dos hermanos. De vez en cuando ayudaba a su padre, que es jardinero, a cultivar flores. Pero, sobre todo, se dedicó a leer libros sobre el islam. En árabe. Los cinco pilares del islam o El profeta Mahoma, en castellano, también le interesaron.
Se casó hace dos años con un hombre al que ni ella ni su padre conocían. Su ahora esposo, Abdulmayid, es el imán de la mezquita de Reus (Tarragona). Había oído hablar de ella y fue a su casa para, con permiso de su padre, conocerla.
“Desde los 12 años muchos habían pedido mi mano y yo los rechazaba. Mi padre me decía que algún día tendría que casarme”, cuenta. ¿Por qué los rechazaba? “Porque no practicaban todo lo preceptivo en el islam. Quería que mi futuro marido me diera todos mis derechos, todos los que me da el islam.” Abdulmayid es profesor de Educación Islámica, además de imán de la mezquita.
Dejar el colegio y ponerse el hiyab fue todo uno. “Mis padres no querían que me lo pusiera porque aún no había llegado a la pubertad.” A esa edad, desobedecer a los padres es pecado. “Pero como era para una cosa buena...”, se defiende Jadiya.
El niqab también se lo puso en contra de la opinión de sus padres, ya mayor de edad, hace tres años. “Me lo puse porque, como creyente, hay una revelación que dice en el Corán que las mujeres tienen que ir tapadas.” Los ulemas, sin embargo, unos dicen que hay taparse todo menos la cara y las manos, y otros dicen que también las manos y la cara. Como hace ella.
Conoce a siete mujeres que llevan el velo que sólo deja los ojos al descubierto. Jadiya lleva el niqab más llamativo de las jóvenes del grupo, con un hilillo que une, a la altura de la nariz, la parte superior del velo y el lizam, la tela que le cubre desde la parte inferior de los ojos hasta el pecho. ¿Por qué ese modelo y no otro? “Es el que encontré. Lo compré en Torredembarra; me lo regaló mi marido.”
“Me dicen de todo por la calle. Saliendo de Correos me dijeron: ‘Puta, zorra, vete a tu país’.” No les contesté. También me llaman ‘fantasma’, ‘Semana Santa’, ‘Carnaval’. Hay gente que es educada. Me miran y me preguntan educadamente: ‘Eres joven, ¿por qué vas así?’. Sobre todo son mujeres mayores las que preguntan. Tienen a partir de 40 años”, precisa.
Los jóvenes ni la miran, asegura. “Si es un país de democracia y libertad, podemos ir así. En lugar de ofenderme…”
De momento, sólo tiene un hijo, pero si tiene hijas en un futuro, les dirá que se pongan el hiyab, pero el niqab, no: “No es obligatorio. Pero me gustaría que se lo pusieran.”
La experiencia más traumática la pasó en el hospital cuando fue a dar a luz a su hijo. Durante el embarazo la llevaba una ginecóloga, y en el parto coincidió que había una tocóloga de guardia, pero, según Jadiya, no respetaron su intimidad. Sólo habría dejado que la atendiera un ginecólogo si no hubiera habido más remedio.
“El islam nos ha dado todos nuestros derechos –asevera–. El hombre tiene la obligación de mantener a la mujer. Estamos dispuestas a enseñar la cara para que nos identifiquen. Pero quiero identificarme ante un hombre, no ante todos los hombres. He encontrado la felicidad así.”
Estar escolarizada en un centro conflictivo –“los chicos me pegaban, me robaban, y yo no estaba acostumbrada a eso”– la llevó a dejar el colegio cuando aún no había cumplido los 13 años, con gran disgusto de sus padres, que querían que siguiera estudiando. La respuesta ofrecida por la Conselleria d’Educació catalana no le solucionó el problema.
A ratos perdidos trabajaba en la masía en la que vivía con sus padres, su hermana Mariam y sus dos hermanos. De vez en cuando ayudaba a su padre, que es jardinero, a cultivar flores. Pero, sobre todo, se dedicó a leer libros sobre el islam. En árabe. Los cinco pilares del islam o El profeta Mahoma, en castellano, también le interesaron.
Se casó hace dos años con un hombre al que ni ella ni su padre conocían. Su ahora esposo, Abdulmayid, es el imán de la mezquita de Reus (Tarragona). Había oído hablar de ella y fue a su casa para, con permiso de su padre, conocerla.
“Desde los 12 años muchos habían pedido mi mano y yo los rechazaba. Mi padre me decía que algún día tendría que casarme”, cuenta. ¿Por qué los rechazaba? “Porque no practicaban todo lo preceptivo en el islam. Quería que mi futuro marido me diera todos mis derechos, todos los que me da el islam.” Abdulmayid es profesor de Educación Islámica, además de imán de la mezquita.
Dejar el colegio y ponerse el hiyab fue todo uno. “Mis padres no querían que me lo pusiera porque aún no había llegado a la pubertad.” A esa edad, desobedecer a los padres es pecado. “Pero como era para una cosa buena...”, se defiende Jadiya.
El niqab también se lo puso en contra de la opinión de sus padres, ya mayor de edad, hace tres años. “Me lo puse porque, como creyente, hay una revelación que dice en el Corán que las mujeres tienen que ir tapadas.” Los ulemas, sin embargo, unos dicen que hay taparse todo menos la cara y las manos, y otros dicen que también las manos y la cara. Como hace ella.
Conoce a siete mujeres que llevan el velo que sólo deja los ojos al descubierto. Jadiya lleva el niqab más llamativo de las jóvenes del grupo, con un hilillo que une, a la altura de la nariz, la parte superior del velo y el lizam, la tela que le cubre desde la parte inferior de los ojos hasta el pecho. ¿Por qué ese modelo y no otro? “Es el que encontré. Lo compré en Torredembarra; me lo regaló mi marido.”
“Me dicen de todo por la calle. Saliendo de Correos me dijeron: ‘Puta, zorra, vete a tu país’.” No les contesté. También me llaman ‘fantasma’, ‘Semana Santa’, ‘Carnaval’. Hay gente que es educada. Me miran y me preguntan educadamente: ‘Eres joven, ¿por qué vas así?’. Sobre todo son mujeres mayores las que preguntan. Tienen a partir de 40 años”, precisa.
Los jóvenes ni la miran, asegura. “Si es un país de democracia y libertad, podemos ir así. En lugar de ofenderme…”
De momento, sólo tiene un hijo, pero si tiene hijas en un futuro, les dirá que se pongan el hiyab, pero el niqab, no: “No es obligatorio. Pero me gustaría que se lo pusieran.”
La experiencia más traumática la pasó en el hospital cuando fue a dar a luz a su hijo. Durante el embarazo la llevaba una ginecóloga, y en el parto coincidió que había una tocóloga de guardia, pero, según Jadiya, no respetaron su intimidad. Sólo habría dejado que la atendiera un ginecólogo si no hubiera habido más remedio.
“El islam nos ha dado todos nuestros derechos –asevera–. El hombre tiene la obligación de mantener a la mujer. Estamos dispuestas a enseñar la cara para que nos identifiquen. Pero quiero identificarme ante un hombre, no ante todos los hombres. He encontrado la felicidad así.”
Otra lectura: La dictadura del velo
1 comentario:
Tolerancia y respeto, si una mujer quiere usar hijab o niqab, debe tener la libertad de hacerlo. Pero no por eso deben decir que las latinas andamos provocando a los hombres. RESPETO! Hay todo tipo de personas, en todas partes del mundo. No puedes exigir que te respeten si no tienes respeto por otras personas.
Publicar un comentario