30 marzo 2008

Piedra negra sobre una piedra blanca - César Vallejo

boomp3.com

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
También con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

César Vallejo



Recitado por José Manuel Castañón




Vallejo, Georgette, su amiga Pizarro y parte de su vida en París


VALLEJO, GEORGETTE (en la foto), SU AMIGA PIZARRO Y PARTE DE SU VIDA EN PARIS
Escribe: Blasco Bazán Vera

En la búsqueda de datos sobre la Literatura de nuestra Región, La Libertad, he acumulando algunos que acrecientan la riqueza cultural que deseamos conocer más sobre César Vallejo, de quien se seguirá hablando siempre, algunos, repetirán lo ya dicho, otros, recrearán lo ya escrito y otros explayarán temas poco difundidos que al presentarlos tomarán la forma de algo casi inédito como el que paso a tratar. Se trata de Alejandra Pizarro y su mensaje sobre Vallejo que ella misma escribiera el año de 1922 en la Revista “Alda” de Lima. La citada mujer fue una acuciosa y distinguida dama de aquellos años. Limeña, fina periodista, que realizó una entrevista a Vallejo a propósito de la salida de su segundo libro.

Observamos que la periodista en su travesía común de trabajo no hace sino culminar una búsqueda incesante que hizo sobre Vallejo que al conocerlo y tenerlo frente, dice de él: “Tenía un rostro noble, la boca firma, la nariz grande, los ojos profundos y vulnerables. Su ropa modesta pero limpia, su piel mestiza, su silencio, le daban un aspecto de caballero provinciano… había algo de animal herido en su expresión. Parecía sentir los dolores y las alegrías de su vida con más intensidad que el resto de los mortales”.


En 1922, Vallejo trabajaba como profesor del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, de Lima; y su primer libro “Los Heraldos Negros” también fue saludado con unas líneas que la Pizarro le dedicó en una revista limeña, despertado por el interés que tuvo por entrevistar a Vallejo cosa que lo consiguió y, abundando en recuerdos, describe al poeta como “Un hombre débil, sensible y sin embargo dotado de una irresistible furia creadora, el saco oscuro que llevaba el vate, la corbata, el pañuelo en el bolsillo, la sencilla y conmovedora distinción natural fueron para mi recuerdos inolvidables” y, no contenta de su feliz hallazgo, relata que ya antes le había seguido por varias cuadras para luego perderlo de vista sin borrar de su recuerdo la vez primera que lo vio caminando en dirección contraria por la antigua calle limeña “Las divorciadas”. A la Pizarro le animaba nada más que, como ella lo indica, compartir la vida de Vallejo, así como ésta le había hecho compartir su poesía.


El día de la entrevista, Vallejo, la recibió en la salita de su casa y su sonrisa demostraba lo poco animado que estaba para responder preguntas; pero, en ningún momento abandonó su lúcida atención. Terminada la tarea y guardada la libreta de apuntes, la Pizarro se levantó para disponerse a partir y miró de frente al poeta y le dijo: “quisiera agradecerle, señor; -¿Agradecerme?, preguntó Vallejo; -Es una cosa mía, respondió Alejandra. Siempre leo sus poemas. Me ayudan a apreciar muchas cosas. Quisiera agradecerle por haberlos escrito, y se despidió”.

Así nació una amistad más para Alejandra Pizarro quien volvió a encontrar meses después al poeta cuando éste salía de una librería de la calle Azángaro de Lima. Ambos se juntaron y caminaron rumbo al Colegio Guadalupe donde lo trató con más intimidad conversaron sobre muchos temas y disfrutaron en una confitería que quedaba muy cerca del colegio.

Así, labrada la amistad entre el poeta y la periodista Alejandra Pizarro, ésta fue conociendo algunas cosas más de la vida de Vallejo, de su familia del norte, de los pocos amigos que tenía en Lima, de su entrega a la poesía y no contenta con ello; al saber que el poeta se embarcaba hacia Europa a pesar del crudo invierno de 1923, fue hacia el Callao para contemplar la silueta del santiaguino, escoltada por la de otros dos hombres que habían ido para despedirlo. Sigilosa se acercó hacia él y casi sin conversar estampó un cálido pero trémulo beso en la mejilla de Vallejo.

Pasaron los años. El Perú fue sacudido por múltiples hechos políticos y sociales. Alejandra, supo sólo noticias breves y patéticas de Vallejo como que su pobreza y su hambre eran iguales a las de muchos compatriotas exiliados en aquellos años. Pero la Pizarro no sabía que después de 21 días de navegación, Vallejo desembarcaba en la Rochela de Francia a mediodía del 13 de julio de 1923 acompañado de su amigo Julio Gálvez Orrego. quien se quedó allí, en cambio César Vallejo, pensaba en París y hacia ella se fue. Conocía por lectura la belleza de sus museos, de sus plazas y de sus hombres. Sabía de las aventuras de Juana de Arco, Santa Genoveva, quienes supieron doblegar a los pueblos con la fuerza de su fe. Del valor de Vercingetorix, héroe de Francia; de la belleza de las iglesias y también de la calidad poética de Víctor Hugo y Charles Baudelaire, especialmente de este último a quien profesaba admiración por su poema “las Flores del mal”.

Por fin, en las primeras horas del 14 de julio se encontró de pronto en una vieja estación, era la estación de Monte Parnaso y con ella se deslumbraba su gran alegría de estar en el mismo corazón de París. El gran sueño de su vida estaba realizado. Atrás quedaba la azarosa Lima, atrás quedaba su bello Trujillo, pero nunca atrás dejó al pueblo que lo vio nacer, su Santiago de Chuco de toda la vida. Paró un taxi, subió en él, se acomodó el sombrero “sarita”, apretó en sus huesudos dedos la casi vacía valija que era lo único que llevaba y ordenó lo trasladen hacia el hotel Des Escoles. Su figura era escudriñada de reojo por el asombrado chofer quien jamás había visto a un pasajero tan callado, tan circunspecto, pero tan lleno de un no se qué indescifrable.

Vallejo, llegó a su destino: El hotel esperado y con él, el sonido de voces que le hicieron soltar una sonrisa. Los franceses antes de soltar una palabra, la rastraban con tanta delicadeza que esta salía acaramelada y sonora. Vallejo no entendía una palabra de aquel idioma a pesar de haberlo estudiado en el Perú pero allí estaba gozándolo y disfrutando la algarabía de los franceses que festejaban la fiesta nacional.

Los días siguientes los pasó recorriendo las calles de París. Tenía frente al bosque de Bologne y al palacio de las Tullerías. Pasó por el barrio latino. Repasó con sus ojos las bellas universidades. Ingresó a las bibliotecas. Visitó museos y con las ansias de hacerse entender, en La Sorbona, trató de perfeccionar su francés escuchando conferencias de toda laya. Aquí en La Sorbona todo lo entretiene y lo alimenta. La innata inteligencia que poseía sale a jugar un importantísimo papel. Ausculta, memoriza, repite lo que escuchaba hasta que logra adaptar magistralmente su oído al Francés al que consigue dominarlo en el sonido pero no la pronunciación. Su ceceo serrano, más bien dicho, santiaguino, le impedirá para siempre dominar el idioma de Víctor Hugo.


Allí estaba César Vallejo, contemplando la hermosura de las bellas francesas comparando su preciosidad con la mujer peruana pero lejos de la ternura que le imprimiera su “andina y dulce Rita de junco y capulí”. Para muchos era un secreto la atracción personal que nuestro vate ejercía sobre las mujeres pero no lo era para Julio Gálvez Orrego que bien lo conocía., por eso aquel momento cuando ambos ya juntos contemplaban la belleza femenina de las francesas muy sutilmente Julio Gálvez murmuró en el oído de Vallejo recordándole: “Aquella francesita me recuerda a la limeña del Palais Concert, para quien escribiste en Lima:

“Vengo a verte pasar todos los días,
Vaporcito encantado, siempre lejos…
Tus ojos son dos rubios capitanes
Tu labio es un brevísimo pañuelo rojo
Que ondea en un adiós de sangre…”

Así pasan los días y los meses para Vallejo tratando de buscar un editor para su novela pero no lo halla. Se vinculó con algunos personajes pero estos fueron en su mayoría estudiantes o artistas que no podían secundarlo en sus aspiraciones. Trató de escribir en un diario pero no dominaba perfectamente el francés y porque además un extranjero, por más méritos que tenga, no entra tan fácilmente a colaborar en las ediciones francesas. Eso comienza a preocuparlo. Termina el verano en septiembre de 1923 y vino el otoño. Llegó esta estación cargada de nubes, preñadas y amenazantes de explotar en fieras lluvias. Los aires cambiaron para dar paso a inusitadas cuchilladas cuya frialdad calaban los huesos. Nuestro vate sintió el rigor del frío y así pudo sortear por primera vez la dureza con que el invierno castigaba a los foráneos. Pasó diciembre de 1923 y presto llegó el siguiente año.


Su amigo Armando Bazán Velásquez, nacido en Celendín en 1901, estaba junto a él y por eso escribió:

“Es bien conocida la dureza de los hoteleros de todo el mundo; pero los de los parisienses es verdaderamente ejemplar. En tres hoteles vivió más o menos bien, César Vallejo, desde julio hasta noviembre de 1923. En el cuarto hotel, de la calle de Cuyas, lo sorprendieron las primeras nieves de diciembre. Allí saben quien es él en términos de finanzas. Un sudamericano que llega con una sola valija y que guarda en el ropero un solo traje y no de muy buena calidad, no puede ser ciertamente un potentado, ni nada semejante. De modo que el patrón está alerta. Durante unos dos meses pagó puntualmente al principio de cada semana. De pronto se retrasa dos días. Le llaman la atención con una esquela. Como no se produce la respuesta buscada, el sexto día, el inquilino encuentra su habitación con cerrojos y candados nuevos. Esto quiere decir que, según Bazán, por primera vez, Vallejo va ha encontrarse a solas “Frente a París, la noche y la honda…”.
Sin sentirlo, la lucha por la supervivencia se había desatado, pero Vallejo no estaba dispuesto a evadirla. Se enfrentaría a todos los ángulos, recovecos y profundidades de la miseria en París. Ahora ya hablaba el francés mejor que muchos parisienses. Tenía múltiples amigos: Artistas, estudiantes, escritores, poetas, embajadores y todos conocían de su valía. Los que ya lo leían sabían que la poesía de Vallejo manaba de fuentes secretas, libérrima, insobornable. Mariano H. Cornejo es uno de los primeros en hacerse merecedor en apoyar a Vallejo luego se anotarían Max Jiménez, Vicente Huidobro, Juan Larrea, Andrés Avelino Aramburu, Pablo Abrill de Vivero, Alfonso de Silva, Macedonio de la Torre, los hermanos Gonzalo, Ernesto y Carlos More y muchos más, que gustosos frecuentaban la morada de nuestro vate que ahora apretado por la economía, había escogido vivir en un hotel mediano de la calle Moliere desde donde tiene al alcance a sus vecinos de enfrente entre quienes hay una niña de “cabello castaño y ojos glaucos” que anda por los 14 años y las nebulosas del ensueño”. Hirondele lleva por nombre, es de talla regular, bien proporcionada, con una delgadez empezando a ser esbelta, su rostro tiene el encanto de una rara belleza, porque su frente es angosta, pero abarca, dibujada a pincel, todo lo ancho de la cabeza. Tiene los labios finos pero carnosos; su nariz es pequeña, un poco respingada, graciosa…su tez presenta la blancura tostada del lirio. Pero, lo que más llama la atención del buen observador son sus ojos verdosos, que cobran a veces tinte violeta en la sombra, y otras veces resplandores de oro iluminado. Era el año 1925 y años más tarde, aquella niña huérfana de padre, vio el momento propicio para unir su nombre bautismal de estirpe gala, al apellido español del poeta. De esa manera y para siempre se llamaría: Georgette Marie Philippart Travers de Vallejo. Ella, sería la compañera de todos los episodios de nuestro poeta. Tristes o felices. Con ella se enfrentó al destino. Con ella sonrío cuando las malas nuevas lo azotaban. Hirondele, ahora Georgette, sería, hasta su muerte, el bálsamo de sus penurias. Esa mujer que sólo tuvo un amor, que fue César Vallejo. Que al final de sus años vivió rodeada de sus 17 gatos y con la única compañía que era Rosa Espinoza que aún vive en el compacto edificio Marsano de Lima. Fueron esos gatos los que le produjeron un accidente que la llevó al final ha tener una vida de ermitaño sometida a beber, café, sedantes, pescado, noticias por la radio, papa sancochada y golpes en la máquina de escribir. Que sus últimos días fueron arrastrados con ella en una silla de madera del hospital militar a su casa y viceversa. Sin silla de ruedas, sin dinero. Que cuando se desplomaba, la volvían a sentar. Fue esta fiel mujer que mantuvo su viudez desde los 30 años hasta su muerte, a los 76 años, el 4 de diciembre de 1984 en el Maisón de Sante de Lima, Perú.
Pues, esas caídas y esas bajadas de la vida siempre estuvieron presentes y a la mano de nuestro poeta. Su amor por la libertad le hizo decidirse por ese camino. La algarabía revolucionaria de ese entonces lo llamó a su lado. Fue tras ella, la abrazó, le estampó un beso en la frente y la siguió hasta las últimas consecuencias.

El año 1937, un año antes su muerte, en plena guerra española, decide ir a Madrid. Y la encontró convertida en un cuartel de milicianos dando lo mejor que tenían: Apenas un traje puesto y su propia vida, en ofrenda de los pobres de España. Entre ellos encuentra a su viejo amigo Julio Gálvez Orrego y a otros peruanos, obreros, médicos, estudiantes. Habla con ellos en sus cuarteles, en sus trincheras. Los ve acudir presurosos a los lugares donde las bombas, dejan edificios derruidos y muertos bajo sus escombros lo que le permitió escribir sus palabras inmortales cargadas de espíritu y valor al decir:

Voluntario de España, miliciano
De hueso fidedigno, cuando marcha a morir tu corazón,
Cuando marcha a matar en su agonía mundial,
No sé, verdaderamente
Que hacer, donde ponerme;
Corro, escribo, aplaudo,
Destrozo, apagan, digo
A mi pecho que acaba, al bien que venga,
Y quiero desgraciarme.

Vallejo, sin descuidar su vena creadora. Todo lo que hizo le sirvió para lanzar sus libros. Elaboraba, rectificaba, pulimentaba febrilmente día a día las piezas que formarían luego “Los poemas Humanos” y luego “España, aparta de mí este cáliz”. Qué hermoso habría sido para nosotros leer algo de lo que Vallejo hubiera escrito sobre su gran amigo Julio Gálvez Orrego. Pero el destino no lo quiso, pues Vallejo murió el año 1938 y a Julio Gálvez Orrego lo fusilaron las fuerzas franquistas, en Madrid, el año 1940.

Este es el Vallejo al que le profesamos admiración. Su vida es un remanso de agua viva. Todo aquel que la necesita, al igual que la samaritana, adquiere vida. Su vida está presta al auxilio y es fuente de inspiración. Muchos escribimos sobre él porque por donde se le mire será el eterno inspirador de múltiples hazañas literarias. Su legendarismo radica en que todo lo que hizo fue todo bueno. Su vida es un espejo de decencia pues antes de arredrarse por los puyazos de la vida supo soportarla con la estoicidad con que Dios sabe cubrir a los hombres de buena voluntad.


El 13 de marzo de 1938, nuestro poeta dijo: “me acostaré un momento a descansar”. El día siguiente permanece en su lecho. Vienen médicos a examinarlo y dicen que no le pasará nada, porque “nunca han visto morir a un hombre que sólo está cansado”. Sin embargo, aparece una fiebre débil, persistente que poco a poco llegará a los 41 grados.

Ya en la clínica, la curiosidad de los médicos se hace desconcierto hasta que alguien exclama “veo que este hombre se muere, pero no sé de qué”.
Durante un mes su poderosa vitalidad se opone a su voluntad de morir hasta que el Viernes santo de abril de 1938 terminó la agonía del poeta rodeado de Georgette, Juan Larrea, Gonzalo More, Toto Mould Távara, el escultor chileno Cuto Oyarzum y su mujer. El día lunes lo enterraron y llegaron más amigos como: Raúl Porras Barrenechea, Francisco García Calderón, Mariano H. Cornejo, Jean Cassou, Luís Aragón, André Malraux, Tristán Tásara y muchos artistas, escritores, franceses y extranjeros más.

Muerto el vate en 1938, muchos años después, fueron llegando al Perú el resto de poemas. Venían de todo calibre: Apasionados, de amor, de dolor, de esperanzas, de calidad humanas. España y América reconocieron el talento de Vallejo. Aparecieron innumerables ediciones de sus obras, libros de crítica, biografías, homenajes y recitales. Fotografías a cual más, traducción de poemas en diversos idiomas y Vallejo, que había tenido una manera de ser tan callada, se convirtió en el peruano más sonoro y universal de la Literatura.


Alejandra Pizarro, personaje de este escrito, se sabe que años después, viajó a París y se dirigió al cementerio de Montparnasse, otra vez, en busca de Vallejo. Cuando lo encontró, viniéronle los recuerdos, y ya, frente al sepulcro del poeta, pensó que talvez le hubiera gustado saber que sus poemas se habían convertido en patrimonio del Perú y de la cultura general… -“Me hubiera gustado conocerte más”, murmuró sobre la tumba del vate a la vez que dulce y tiernamente soltaba uno a uno los pétalos de una flor sobre la piedra con su nombre a la vez le agradecía, una vez más, los maravillosos versos que escribió para nuestra patria. Suavemente se inclinó para besar las frías piedras que cubrían los huesos del César Abraham y raudamente volvió a la ciudad.


Alejandra Pizarro, ya ha muerto, pero allá, en el cielo, seguirá saboreando el placer de haber sido amiga del poeta César Abraham Vallejo Mendoza, de haberlo leído, sentido y tratado intensamente, es decir, bello privilegio para una bella dama que seguirá admirando, más allá de la muerte, la calidad humana de nuestro vate universal.

Publicado en la Bitácora Literaria de Blasco Bazán Vera


Escritos de Neruda sobre Vallejo

CÉSAR VALLEJO
El genio aún incomprendido

Por Pablo Neruda

Magro, cetrino, sombrío, hierático, como un árbol deshojado: César Vallejo. Fue un genio. Bregó con la palabra hasta vencerla. Se peleó con el diccionario y salió victorioso. Vanidoso como todos los poetas, humano hasta los huesos húmeros.

Nació en Santiago de Chuco en 1892. Vivió incomprendido en Trujillo hasta 1918. Ese año empezó sus estudios en San Marcos y publicó su memorable Los heraldos negros. Dos años más tarde fue injustamente encarcelado, pero le sirvió para escribir en prosa la desgarradora Escalas melografiadas.


César Vallejo, Paris 1926

En 1922, con Trilce, Vallejo aún sin europas funda la vanguardia. Dice de este espléndido poemario, el periodista Víctor Hurtado Oviedo: "Trilce es como si dijésemos un atentado contra el idioma con el que compramos pan y hablamos del clima mientras esperamos el ómnibus": Acota un ejemplito:

"Grupo dicotiledón. Obertura
desde él preteles, propensiones de trinidad,
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!".

Huye a Europa en 1923 y en 1927 conoció a Pablo Neruda bajo el cielo frío de París. Fueron amigos, camaradas, hermanos verdaderos. Viles soldados pequeños de dientes poderosos hicieron lo imposible para separarlos. Pero no han podido.

Acerca de la obra de los dos, Mario Benedetti dice: "En el caso de Neruda, lo más importante es el poema en sí; en el caso de Vallejo, suele caer lo que está antes (o detrás) del poema. En Vallejo hay un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de rebelión, de desgarramiento, de algo que podríamos llamar soledad fraternal... "

Vallejo hizo de la palabra maravillas incomprensibles. "Él es la etimología de la palabra de mañana y de la idea que aún no existe."

He aquí la pluma del Nobel de Literatura 1971, como para ratificar la mira que los une.

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De derecha a izquierda (sentados): José Eulogio Garrido, Juvenal Chávarry, Domingo Parra del Riego, César Vallejo, Santiago Martín, Óscar Imaña.
De izquierda a derecha (de pie): Luis Ferrer, Federico Esquerre, Antenor Orrego, Alcides Spelucín, Gonzalo Sumarán. Trujillo, 1916.

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Pablo Neruda



Oda a César Vallejo*

A la piedra en tu rostro,
Vallejo,
a las arrugas
de las áridas sierras
yo recuerdo en mi canto,
tu frente
gigantesca
sobre tu cuerpo frágil,
el crepúsculo negro
en tus ojos
recién desenterrados,
días aquellos,
bruscos,
desiguales,
cada hora tenía
ácidos diferentes
o ternuras
remotas,
las llaves de la vida
temblaban
en la luz polvorienta
de la calle,
tú volvías
de un viaje lento, bajo la tierra,
y en la altura
de las cicatrizadas cordilleras
yo golpeaba tus puertas,
que se abrieran
los muros,
que se desarrollaran
los caminos
recién llegado de Valparaíso
me embarcaba en Marsella,
la tierra
se cortaba
como un limón fragante
en frescos hemisferios amarillos,

te quedabas allí,
sujeto a nada,
con tu vida
y tu muerte,
con tu arena cayendo,
midiéndote
y vaciándote,
en el aire,
en el humo,
en las calles rotas del invierno.
Era en París, vivías
en los descalabrados hoteles de los pobres.
España
se desangraba.
Acudíamos.
y luego
te quedaste
otra vez en el humo


y así cuando
ya no fuiste, de pronto,
no fue la tierra
de las cicatrices,
la piedra andina
la que tuvo tus huesos, sino el humo,
la escarcha
de París en invierno.
Dos veces desterrado,
hermano mío
de la tierra y el aire,
la vida y la muerte
desterrado
del Perú, de tus ríos,
ausente
de tu arcilla.
no me faltaste en la villa,
sino en muerte.
te busco
gota a gota,
polvo a polvo,
en tu tierra,
amarillo
en tu rostro,
escarpado es tu rostro,
estás lleno
do viejas pedrerías,
de vasijas
quebradas,
subo
las antiguas escalinatas,
tal vez
estés perdido,
enredado
entre los hilos de oro,
cubierto
de turquesas,
silencioso,
o tal vez
en tu pueblo,
en tu raza,
grano
de maíz extendido,
semilla
de bandera.
Tal vez, tal vez ahora
transmigres
y regreses,
vienes
al fin
de viaje,
de madera
que un día
te verás en el centro
de tu patria,
insurrecto,
viviente,
cristal de tu cristal, fuego en tu fuego,
rayo do piedra púrpura.


Elogio Funebre*

Esta primavera de París está creciendo sobre uno más, uno inolvidable entre los muertos, bienadmirado, nuestro bienquerido César Vallejo. Por estos tiempos de París, él vivía con la ventana abierta, y su pensativa cabeza de piedra peruana recogía el rumor de Francia, del mundo, de España... Viejo combatiente de la esperanza, viejo querido. ¿Es posible? Y que haremos en este mundo para ser dignos de tu silenciosa obra duradera, de tu interno crecimiento esencial. Ya en tus últimos tiempos, hermano, tu cuerpo, tu alma te pedían tierra americana, pero la hoguera de España te retenía en Francia, adonde nadie fue más extranjero. Porque eras el espectro americano -indoamericano, como nosotros preferías decir-, un espectro de nuestra martirizada América, un espectro maduro en la libertad y en su pasión. Tenías algo de mina, de socavón lunar, algo terrenalmente profundo.

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En su lecho de muerte, el viernes 15 de abril de 1938, en la clínica Arago de París

"Rindió tributo a sus muchas hambres" -me escribe Juan Larrea. Muchas hambres, parece mentira... Las muchas hambres, las muchas soledades, las muchas lenguas de viaje, pensando en los hombres, en la justicia sobre esta tierra, en la cobardía de media humanidad. Lo de España ha sido el taladro de cada día para tu inmensa virtud. Eras grande, Vallejo. Eras interior y grande, como un gran palacio de piedra subterránea con mucho silencio mineral, con mucha esencia de tiempo y especie. Y allá en el fondo el fuego implacable del espíritu, brasa y ceniza... salud, gran poeta, salud, humano.

* Pablo Neruda

Fuente: http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibVirtual/publicaciones/editor/v02_n3/C%C3%A9sar-Vallejo.htm



El Vallejo de Elena Garro


A mí me gustaba César Vallejo. Nunca entendí la manía que le tenía Pablo Neruda ni la persecución que ejercía contra él. En España Pepe Bergamín me dijo: "Envidia de La Chirimoya". (Así llamaba a Pablo. Ambos llevaban una riña encarnizada, a tal punto que después de que Pablo recibió el Premio Lenin, el Comité Ejecutivo del Partido Soviético tuvo que intervenir, llamar a los dos y obligarlos a terminar la querella.) Esto lo contaba Pepe Bergamín, riéndose con gran malicia. Pero a pesar de las "paces" impuestas, Bergamín continuaba llamándole "La Chirimoya". "¿No recuerdas que era muy envidioso? Y como los dos eran poetas de América, pues no se lo perdonaba, sobre todo que Vallejo era mucho mejor poeta que él, ¡"La Chirimoya" no era tonta y lo sabía...!".

Sí, algo pasaba con César Vallejo, estaba muy aislado, vivía con Georgette, su mujer, en un hotelito muy pobre del barrio latino y formaban una muy hermosa pareja: ella menuda, blanquísima, de ojos verdes de gato y él enjuto, alto, moreno, de rasgos indígenas muy severos. Estaban muy pobres e iban vestidos con ropas raídas y ligeras para la crudeza del invierno. Georgette, siempre muy cerca de él, levantaba la vista para contemplarlo con veneración. Una noche en la que fuimos con ellos a un mitin, Vallejo quiso colocarse hasta adelante, para no perder ni una palabra de lo que allí se iba a decir. El teatro estaba repleto y nos quedamos de pie en el pasillo, muy cerca de la escena. A mí no me interesaban los oradores, me fascinaba el rostro grave de Vallejo, como si estuviera devorado por un terrible sufrimiento, y no pude quitarle la vista de encima. Él se dio cuenta de cómo lo miraba y me echó un brazo al cuello, sin dejar de escuchar a los oradores. A su contacto, me invadió una corriente de bondad que nunca más he vuelto a sentir. Aquel hombre era un hombre aparte, era un poeta. Creo que la poesía va unida a la profundidad de la bondad. Todavía veo su suéter de lana cruda y sus ojos trágicos.

César Vallejo nunca se quejo. Tal vez sabía ya que el hombre moderno tiene el corazón de piedra y que era inútil pedir socorro. Nosotros no podíamos imaginar la miseria que sufría: los jóvenes, o cuando menos yo, carecen de imaginación para adivinar el sufrimiento y el terror que ocasiona el hambre. Yo sentía que Vallejo era desdichado, pero no sabía la causa a pesar de su mirada febril y terriblemente profunda. Vallejo se sabía el elegido de la desdicha. Los mayores conocían a fondo el drama de Vallejo, pero preferían el mutismo y hacerle el vacío. El desdichado nunca tiene razón, siempre es culpable. Esto lo he comprobado a lo largo de mi ya larga vida. Nos- otros sabíamos que Neruda no lo quería, pero no imaginábamos que su poder fuera tan grande como para hundir a César Vallejo en aquella desgracia. Poco tiempo después supe que Vallejo había muerto de hambre en París. ¡De hambre! No era una frase, era una terrible verdad. Su muerte me produjo una impresión extraña. Los comunistas tenían razón: unos eran demasiado ricos y otros demasiado pobres, y esto se daba hasta entre los propios comunistas.

En Nueva York, durante la segunda guerra mundial, conocí a Gonzalo More, el mejor amigo de César Vallejo. Ambos eran peruanos. En el restaurante Sevilla y en el hotelucho Jai-Alai, Gonzalo me hablaba de César. Se habían conocido desde jóvenes. A Gonzalo le preocupaba mucho Georgette, que pasaba la guerra sola en Francia. No le preocupan los manuscritos de Vallejo: "Yo sé que Georgette los guardará mejor que su propia vida", concluía en el cafetín de Bank Street. Y así fue. Después de la guerra un diplomático peruano, Roca, buscó a Georgette para pedirle los manuscritos de César. Ella no quiso entregárselos. Si en Perú querían editar a Vallejo, ella iría a vigilar la edición. Hubo un forcejeo y al final Georgette se fue al Perú con los papeles de César. Después sólo he escuchado: "¡Ah, esa mujer!", "¡Ah, esa mujer nefasta!". Y me asombra la frivolidad de los que la juzgan, ya que ni la conocieron ni conocieron a Vallejo, ni supieron el gran amor y el grave sufrimiento que los unió para siempre. Yo digo: "¡Ah, los advenedizos"...
(Elena Garro: Memorias de España 1937, México, Siglo XXI Editores, 1992, págs. 138-140)

Publicado es el blog Wayra al día


Vallejo bajo la óptica de otros artistas

Fuente: http://www.boletindenewyork.com/vallejobajolaoptica.htm
Dibujo: Gastón Garraud




Dibujo: Sérvulo Gutiérrez



Dibujo: Javier Heraud



Dibujo: Pablo Picasso




Oleo: Efraín Díaz Horna



Escultura: José de Creft




Dibujo: Ricardo J. Denegri



Dibujo: D. A. Corcuera



Escutura: Miguel Baca Rossi






César Vallejo y Astorga

Un día apareció César Vallejo en el jardín de Astorga, que por entonces todavía tenía su ingenua fuente moruna y su mínimo estanque de rocalla en la glorieta. Era verano, creo que era verano, y lo traían en medio, como si fueran las varas de un palio de veneración, Juan y Leopoldo Panero, ya no puedo asegurar si Gabriel García Espina y Ricardo Gullón. Los verdes, viejos, copudos árboles de la glorieta ponían su dosel sobre el grupo.

A lo lejos, una fila de graciosos olvidos, escribiría por aquellos años Leopoldo. Y hoy, ahora me digo: ¿Graciosos olvidos cuando todo eso que hemos ido olvidando es como si el aroma de canela de la juventud se hubiera perdido en el aire? Me parece que ya había venido la República y que andábamos todos los jóvenes como un poco ebrios de esperanzas y de poesía. Leíamos ávidamente el Poema del cante jondo, de García Lorca, y ya no puedo decir si lo que Ricado Gullón nos leía en el reservado del Café Moderno, ocupado por parejas de novios a otras horas, traduciéndolo directa y apasionadamente del francés, era algo de Proust o de André Gide.

Andábamos todos los jóvenes de España que estaban enamorados de libertad y literatura buscando, tanteando, husmeando como gozquecillos, tratando de condensarnos en algo más preciso que en aquella onda de la materia pura en la que inmerso te hallas, de Aleixandre, inquiriendo en Cernuda, en Salinas, en Domenchina recogidos, antologizados por Gerardo Diego, la sustancia de lo que había de ser la poesía nueva, la nuestra, la de nuestro tiempo nuevo.

César Vallejo, iba en el centro del grupo al que me acerqué -yo era más joven y principiante- tímidamente. Hablaba poco. Su acento era, o me lo pareció, leve y nos traía aromas exóticos, ideas que temblaban en nosotros, como cristales golpeados por la brisa. ¿De dónde, por qué camino había venido,/ soplo de ceniza caliente/ indio manso?, se preguntaba más tarde Leopoldo en un poema. ¿Cómo no iba a saberlo Leopoldo Panero si él y su hermano Juan lo habían traído a Astorga y antes de llevarlo a su casa le habían mostrado la mole rosa de la catedral? Ven a la catedral, alma de soledad, temblando

Creo, me parece, que por entonces Leopoldo no tenía fe. Que por entonces yo tampoco tenía fe. Que quien manifestaba su fe profunda -toda su vida la ha manifestado-, era Luis Alonso Luengo, el entonces poeta más maduro de todos, el más lejano tal vez a César Vallejo, que aquella mañana luminosa de Astorga rompía con su palabra nuestros cauces espirituales ya resquebrajados, del mismo modo que las raíces de los chopos, ávidas de humedad, penetran y rompen los cauces, las tuberías ocultas por donde discurre el agua.

Nunca volví a ver al poeta peruano. Apenas salíamos de los tiempos de primeros versos en Humo en aquella revista Humano, que hacía el inspector Linacero en León, y ya estaba allí, viniéndosenos encima el estruendo de la dinamita, el horror de San Marcos y la inevitable separación, largamente provisional, en vencedores y vencidos. César nos ofreció en aquel jardín una comunión de poesía y amor. César, Juan, Leopoldo, Gabriel se han reunido ya. Los demás, esperamos.


Lorenzo López Sancho
Publicado en ABC y reproducido en El Pensamiento Astorgano
Fuente: http://www.astorga.com/articulo/llscvall.htm


Masa - César Vallejo

Interpretación de Leonardo Sbaraglia


Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos lo hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazo al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo

Audio interpretado por Pablo Milanés
boomp3.com



Masa


Audio interpretado por Daniel Viglietti
boomp3.com


Interpretación de Jose Manuel Castanon




MASA: UNA ESCENA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
© Robert Capa. Agencia Magnum..Fotografia reproducida por Manuel Lasso del original.

por

©Manuel Lasso

Manuel Lasso. Novelista y dramaturgo. Estudio literatura en el City College de la ciudad de Nueva York, donde fue ganador de los Juegos Florales en la categoría de narración. Es autor de las novelas Mare Tenebrosum , Las memorias del Almirante y Cenando con Klaus. Es también autor del drama en dos actos Bifasicus que esta ambientado en la época de la guerra civil española.


Los momentos espantosos de la guerra civil española, con sus innumerables demostraciones de heroísmo e idealismo, produjeron marcas imborrables en los intelectuales de la época. Son conocidas las atestiguaciones de Octavio Paz en El laberinto de la soledad y los testimonios llenos de nostalgia de Pablo Neruda en España en el corazón.

César Vallejo también se conmovió con la violencia de la contienda. Tras asistir en Madrid al Segundo congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura viajó al frente de batalla donde presenció personalmente los horrores de la guerra. Tal vez en algún momento deseó quedarse, con un fusil y un revólver lavado en las manos, para pelear junto con los otros voluntarios de la República.

Pero como afirmaba Miguel Hernández, mientras que algunos tenían que morir con el mentón firme y la cabeza bien en alto, otros tenían que cantar los hechos por encima de las trompetas. Entonces Vallejo regresó a Francia para sentir el calor diario de la amada debajo de las cobijas y para redactar, con todo lo visto y oído, el poemario titulado España, aparta de mí este cáliz.

Esta fotografía de un miliciano herido, que ya dobla las piernas y suelta el fusil, fue la más difundida de todos esos tiempos. En ella se ve caer al combatiente Federico Borrell García, de Alcoy, luego de ser alcanzado mortalmente por una bala franquista en la batalla del cerro Muriano durante el último empeño republicano de recapturar la ciudad de Córdoba.

Fue tomada por el fotógrafo húngaro Robert Capa, con una cámara Laika de 35 milímetros y apareció publicada en la revista Vu de París el 23 de septiembre de 1936, convirtiéndose innegablemente en la imagen más renombrada de todo el conflicto.

Al año siguiente, el autor de Piedra negra sobre una piedra blanca concluyó su composición más surrealista y universal, el poema Masa; y le puso la fecha del 10 de noviembre de 1937. Sin embargo no pudo verlo publicado porque falleció poco después, el 15 de abril de 1938, aniquilado por una fiebre maligna de origen incierto que nadie pudo entender.

Fue como si la formidable Muerte que Vallejo describiera caminando por los cementerios bombardeados y por los campos de batalla de España, con su cognac, su pómulo moral, sus pasos de acordeón y su palabrota, hubiese venido a buscarlo hasta su habitación parisina para llevárselo al Montparnasse aunque lo hubiese tenido que hacer en contra de su propia voluntad.

©Manuel Lasso

Fuente: http://www.literaturas.com/05EspecialMaxAuxManuelLassoAbril2003.htm



Homenaje a Vallejo

Vallejo es nuestra reserva moral
Danilo Sánchez Lihón


1. César Vallejo, orígenes


Diversos acontecimientos marcan el natalicio de César Vallejo, ocurrido el 16 de marzo del año 1892, hace 115 años, en Santiago Chuco, cuidad andina del Departamento de La Libertad, en la región norte del Perú.


El primero es que su madre, al traerlo al mundo, estuvo a punto de perder la vida, pues tenía 42 años y era su doceavo parto.


Los gritos y sollozos de los parientes y personas que ayudaban en las labores de la casa eran tan intensos que don Francisco de Paula tuvo que llamarles la atención diciéndoles:


– ¡No ha muerto la señora! ¡Al llorar y gemir de esa manera la están haciendo daño!


El segundo hecho es que aquella noche, a unos metros del lecho de la parturienta, en la calle, de la cual apenas lo separaba una pared de adobe, a los quejidos agónicos de la madre que “se moría” y a los alaridos de los familiares, se mezclaban los estampidos de las balas, algunas de las cuales se incrustaban en el tejado, debido al enfrentamiento entre “Los rojos”, partidarios de don Nicolás de Piérola, “El Califa”, y “Los verdes”, fanáticos de Andrés Avelino Cáceres, “el brujo de los andes”, que disputaban el poder presidencial. A consecuencia de ello, al otro lado de la pared en que nacía César Vallejo, moría un hombre producto de estos enfrentamientos. Por eso, en él vida y muerte estuvieron siempre indisolublemente ligadas. Quien nacía en esos momentos diría después, en unos de sus poemas:

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

Aparte de estas circunstancias, hay dos aspectos significativos en la biografía del autor de Los heraldos negros, cual es que sus dos abuelas eran indígenas, naturales del lugar y de ancestros cullis, cultura pétrea, recóndita y secreta; y sus dos abuelos fueron dos sacerdotes españoles que llegaron en misión evangelizadora hasta aquel lejano paraje.


Así es cómo su padre, Francisco de Paula Vallejo Benites, fue hijo del sacerdote mercedario José Rufo Vallejo y de la indígena Justa Benites y su madre, María de los Santos Mendoza, fue hija del sacerdote Joaquín de Mendoza y de la lugareña Natividad Gurrionero.


Ambos progenitores del poeta nacieron en Santiago de Chuco, el primero en 1840 y la segunda en 1850 y fue en dicha villa donde contrajeron matrimonio, en 1869, viviendo en la calle Colón N° 96, de propiedad de doña María de los Santos, a tres cuadras y media de la Plaza de Armas del pueblo.


2. El devenir histórico de los pueblos

César Vallejo fue un colectivista instintivo que, por el trazo que dio a su vida, las circunstancias que le tocó vivir y cómo lo vivió, resulta un ser heroico. En razón de ello despreció aquí y allá puestos administrativos y consecuentemente la bonanza económica. Viajó a Europa a sufrir absolutamente de todo, –para morir, él ya lo sabía por la visión premonitoria que había tenido en Mansiche, diciendo luego: «Me moriré en París y no me corro»– sin pretender jamás hacerse allí de una posición cómoda.


Esta simbiosis individuo-comunidad está inspirada en la telúrica de Santiago de Chuco por la raigambre de individuo, ancestro y cultura que allí se entreteje. Aquel sentimiento de lo colectivo llevado a mística cristiana no puede darse ni en Roma ni en New York, ni en Suiza ni en Londres, porque Vallejo no nace como un individuo, sino como una colectividad.


Vallejo es una masa, es flujo histórico, una sociedad representada en un hombre que no podemos situar ni en el aire ni en el viento. Una sociedad es y responde totalmente al espacio y tiempo histórico que de ese modo se definen y hasta determinan.


De allí que él no pudo nacer en ninguna otra parte del mundo que no sea en el Perú y allí dentro en Santiago de Chuco, porque él expresa un mundo, una raza y una cultura. Es lo que es porque es síntesis de una amalgama de experiencias vividas y decantadas en la relación hombre, naturaleza y sociedad.


¿Quién pudo tener la visión histórica que él tuvo para postular la resurrección como un acto colectivo? Alguien que sustrajera de la tierra, del humos del cual estaba formado y del espíritu que le insuflara una noción tan primigenia; y la tallara, le diera forma y la hiciera epopeya, propuesto e inspirado por la guerra civil española que también era sangre suya al haber sido sus abuelos españoles natos.


Él hizo a propósito mendigo para hacer más auténtica su adhesión a los humildes y tener autoridad moral en todo lo que su verbo expresa, sea en su grandiosa poesía, sea en sus proposiciones fulgurantes de su concepción estética expuesta en «El arte y la revolución», sea en su prosa de tesis, sea en sus crónicas y artículos periodísticos.


En Vallejo se encarnan en un solo signo y ocupando el centro en su destino personal, el devenir histórico de los pueblos –del Perú y el mundo– que han luchado, siguen luchando y lucharán por siempre para instaurar formas sociales de justicia, fraternidad y solidaridad.

3. Yo me adhiero

De allí que el mensaje más valedero que podemos extraer de la vida de este paradigma de hombre cabal, a fin de inspirarnos e inspirar a la juventud con su ejemplo, es seguir una vida de autenticidad y coherencia en función del hombre, el país y el mundo.


Nos orienta en primer lugar a comprometernos con los problemas pendientes de solucionar en todo medio social, nos exalta a una adhesión total al hombre como una criatura gloriosa por su naturaleza real, casera y cotidiana; porque sufre y goza; porque es hijo, esposo, hermano o padre; porque es minero, agricultor o ferroviario; fe en la condición humana que lo embarga hasta llegar al heroísmo total.


Nos enseña el compromiso con quien vale la pena comprometerse: los pobres, los humildes, los desheredados; siendo la suya palabra de militante, de guerrero y soldado por la redención humana; no mirada o gesto de contemplación ni mucho menos de arrobamiento, sino de acción que invoca a adherirse urgentemente a la causa del hombre.


El ejemplo de vida y el verbo hecho poesía que nos ha dejado César Vallejo constituyen para nosotros la reserva moral más prístina e indestructible con la cual contamos como convicción, fortaleza y esperanza, ejemplo que permanecerá por siempre entre nosotros ocupando un lugar de preeminencia entre los fastos más gloriosos alcanzados hasta ahora por el espíritu humano.


Danilo Sánchez Lihón
Instituto del Libro y la Lectura del Perú


Fuente:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/sanchez_lihon_danilo/vallejo_es_nuestra_reserva_moral.htm




La poesía humana de César Vallejo

Excelente artículo del poeta peruano Marco Martos ...


Semblanza

Transcurridas varias décadas después de la muerte de César Vallejo, (1892-1938),el dilatado prestigio de su nombre cubre por igual toda su producción literaria, que fue variada y múltiple. Vallejo escribió artículos periodísticos, relatos, obras de teatro y, de modo muy especial, libros de poesía. Fue esencialmente un poeta, uno de los más importantes de la lengua castellana de todos los tiempos.

Cuando César Vallejo empezó a escribir, estaba vigente en el Perú lo que se ha llamado la estética modernista a través de la reconocida obra de José Santos Chocano (1875-1934), José María Eguren (1874-1942) y Abraham Valdelomar (1888-1919),quienes desde distintas perspectivas y ópticas continuaban las vetas temáticas y formales del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916). Como se ha dicho muchas veces, el modernismo, siendo un movimiento literario exclusivamente americano, recoge algo del temblor de los románticos, el empaque formal de los parnasianos franceses que querían escribir versos como quien cincela estatuas, y el acercamiento a la música de los simbolistas. Los modernistas peruanos tuvieron, cada cual, sus propias características. El más conocido de ellos, Chocano, se propuso ser el cantor de América; su verso sonoro y estridente, de sílabas siempre bien contadas, describió paisajes, personajes y acontecimientos de la historia del Perú, en una suerte de gran fresco literario.

En los años de la gestación de Los Heraldos Negros (1915-1918), el primer libro de poemas de César Vallejo, el poeta formó parte de un grupo literario y amical en Trujillo que se llamó "Los bohemios de Trujillo" y compartió amistad con José Eulogio Garrido y Antenor Orrego, ambos muy informados de la actualidad literaria de aquellos días. Fue gracias a estas relaciones que Vallejo pudo conocer la poesía de Julio Herrera y Reissig, modernista uruguayo (1875-1910), escritor metafórico con gran preferencia por los temas que cantan a la naturaleza.Este marco literario (el modernismo) y estos nombres (Darío, Chocano, Eguren,Valdelomar, Orrego, Garrido) signaron al primer Vallejo, pero él traía algo propio y peculiar: su lenguaje castizo, arcaizante y ternuroso, propio de las gentes de su provincia, Santiago de Chuco; una gran seguridad en su arte; el íntimo convencimiento de que la literatura en general, y la poesía en particular, son formas de tradición, pero al mismo tiempo de ruptura porque todo buen lector busca la continuidad, pero también la variación.En 1919 empezó a circular el primer libro de poesía de César Vallejo: Los Heraldos Negros. Las personas acostumbradas a la música de los modernistas, a la sílabas bien contadas, a la distribución armónica de los acentos, trataron con mucha familiaridad al texto que tenían entre manos. Vallejo se mostraba como un eximio versificador, como un gran lector de Darío, de los otros modernistas, en especial Herrera y Reissig, y, entre líneas, del padre de la poesía moderna, Baudelaire, al que admiró toda su vida. Sin embargo, Los Heraldos Negros tenía otras características que lo convertían en un libro único: la exhibición a ratos impúdica de los sentimientos, la muestra descarnada del sufrimiento, la radical desnudez de la palabra. El asedio al dolor en este poemario se hace por distintas vías: tanto a través de afirmaciones apodícticas, como aquella que se desarrolla en el primer poema del libro ("¡Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé...!") como por descarnadas expresiones de sufrimiento personal ante lo ineluctable del destino, o por continuos lamentos por la pérdida de la mujer amada. A todo esto añádase un sentimiento de culpa, de origen cristiano, frente a las apetencias de la carne y un enfrentamiento a Dios y a todos sus símbolos paternos, que se va desarrollando entre líneas en muchos de sus versos.

Pero tal vez la clave para todo este manojo inicial de sus poemas, que sigue teniendo validez para el conjunto de sus poesías, sea aquello que en filosofía se llama el principio de alteridad, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro. El poeta concibe la vida como una sucesión de sufrimientos. La pasión amorosa sólo es un remanso en el camino dificultoso y está teñida de culpa. En el terreno estrictamente literario, una influencia sobre el primer Vallejo es Calderón de la Barca en su aseveración de que el mayor delito del hombre es haber nacido. Por eso el grueso de poemas de Los Heraldos Negros está emparedado por dos composiciones que le dan sentido: el primer poema ya aludido que aparece en todas las antologías, donde el hombre aparece inerme ante los golpes del destino y "Espergesia", el último del libro, donde se señala que el poeta nació un día que Dios estuvo enfermo, grave.

Entre 1919 y 1922 Vallejo tuvo una acelerada maduración literaria. En 1922 publicó Trilce, su segundo libro, que lleva como título un palabra inventada por él mismo cuyo significado nadie ha podido precisar. En ese libro el vate se enfrenta a un asunto mayor de la poesía de todos los tiempos: la necesidad de forzar la lengua heredada. Los lingüistas nos hablan siempre de una relación arbitraria pero obligatoria dentro de la lengua entre el significado y el significante. Esta afirmación no es compartida neCésariamente por los poetas o por algunos de ellos. Justamente la originalidad más radical en poesía está en forzar esta relación, en ponerla entre paréntesis, en violentarla. Un poeta experimental vuela los puentes de la tradición, de la retórica, del buen decir, desafía el buen sentido, no teme la muerte del lenguaje y crea uno nuevo, balbuceante, confuso lleno de retazos de significación. En lengua española sólo dos poetas han llevado hasta el extremo de la incomunicación o del silencio esta búsqueda, César Vallejo con Trilce (1922) y Vicente Huidobro con Altazor (1931).

En Trilce Vallejo tomó ciertas cuestiones formales de la vanguardia (la ausencia de títulos, el uso arbitrario de las mayúsculas, la utilización de números romanos para cada poema, la puntuación muchas veces arbitraria). No obstante, tiene otros elementos que le son propios y que por su intermedio se incorporan a la modernidad. No renuncia al yo romántico, si no que lo expresa de manera disociada. Así como la diccíón del poeta, su vida misma es fragmentada; los poemas expresan ese gran desorden y una voluntad secreta de orden, por cierto, lexicalmente los textos se internan en los meandros de (¿del?) idioma recurriendo a numerosos arcaísmos y neologismos, circunstancias que nos recuerdan que en condiciones de dificultad el migrante suele recurrir a su lenguaje más recóndito, más personal.

En líneas generales, un libro como Trilce pone en cuestión nuestras nociones sobre poesía, incluso las más arraigadas. Nos dejan un gran desconcierto. Solo percibimos una voz que nos habla en lo oscuro, que muchas veces nos deja en la ignorancia; nos quedamos sin saber en qué consiste ese gran sufrimiento sin embargo, no todos los poemas del libro son herméticos.

Vallejo casi no publicó poesías entre 1922 y 1938, año de su muerte. Él no preparó los originales de lo que después fue publicado con el título Poemas Humanos.

En general se considera que la mejor producción de Vallejo pertenece a este período. Estos poemas últimos de Vallejo exploran los sentimientos de los hombres en toda su intensidad. Vallejo empieza por auscultar el dolor dentro de sí. No es el poeta que contemplativamente habla de la pobreza, la miseria y el hambre.

La dificultad de vivir día a día está visceralmente expresada. Vallejo es al mismo tiempo poeta radical de la marginalidad y un poeta central del idioma. Él testimonia el dolor de quienes gastan toda su energía en vivir en las condiciones más ríspidas. Todos los poemas de la etapa final de Vallejo son antológicos. Vallejo parece un elegido por el destino. Recuperada la confianza en la lengua ya no necesita ser un poeta experimental. Vuelve a los ritmos conocidos que no se proponen poner ninguna mediación con el lector común y corriente.

Por Marco Martos

Fuente: http://www.educared.org.pe/estudiantes/literatura/vallejo1.htm

29 marzo 2008

Los heraldos negros - César Vallejo

Audio interpretado por Segundo Vara
boomp3.com


Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

César Vallejo



Los Heraldos Negros



Los Heraldos Negros



Los Heraldos Negros



Los Heraldos Negros



Los Heraldos Negros



Los Heraldos Negros




Los Heraldos Negros








José Carlos Mariategui, el gran ensayista peruano, escribió sobre este primer poemario del poeta universal, ver aquí.


La casa de César Vallejo

Su casa y Santiago de Chuco son los pilares fundamentales de la obra tan humana de César Vallejo. No es "un lugar desde donde se tiene que partir" como un periodista escribió al conocer el pueblo del gran vate peruano. No lo es porque él siempre trató de regresar al Perú, prueba de ello es que luego de su muerte, su viuda Georgette hizo un periplo desde Europa hacia Santiago de Chuco. ¿Por qué tendría que realizar semejante viaje si no fuese porque trataba de cumplir los deseos de esposo muerto?.... estoy seguro que el viaje no lo hizo sola, sino acompañada con los pasos, la mirada, el andar y respirar de Vallejo.

Toda mi familia, por parte de padre y madre, es de Santiago de Chuco. Mi padre, ahora con 80 años de edad a cuestas, vino a Lima a los 20 años, es decir, se encuentra en la capital 60 años. Y en todo este tiempo, desde que tengo uso de razón, no hay día que no hable de su pueblo, su gente, sus colores y olores. Cuando se junta la familia el tema es sólo Santiago, Calipuy, Aguiñuay, Quiruvilca... es increíble el apego a su pasado; a pesar del tiempo que estuvieron fuera, pueden recordar calle por calle, casa por casa donde vivía cada uno de los santiaguinos. Asimismo repiten de memoria el árbol genealógico de todos sus conocidos y sus innumerables anécdotas locales. Estas manifestaciones de querer a su terruño se observa en las fiestas patronales que se realizan año a año en el mes de julio. Llegan los santiaguinos de toda parte del Perú y el mundo con una sonrisa a flor de piel.

Vallejo, al igual que los demás santiaguinos, siente un gran desarraigo en las ciudades donde le toca habitar. El poeta sufría en Lima a la cual llamaba Bizancio, porque no se acostumbraba a su clima húmedo y sin lluvia. En Lima, Madrid, Moscú o París, Vallejo era uno más, un perfecto desconocido a quien nadie le importaba si estaba contento o triste, si comía o no, si trabajaba o no.... todo lo contrario sucedía en Santiago de Chuco, ahí tiene un nombre, César Vallejo, el hijo de Francisco de Paula Vallejo y María de Los Santos Mendoza, el shulca de once hermanos, vecino de tal y cual.... al salir todos lo reconocen, le saludan por su nombre "Hola César...".

Para los que quieran ahondar en el tema, les recomiendo leer "El sentimiento de hogar en César Vallejo" escrito por Danilo Sánchez Lihón, poeta y escritor nacido en Santiago de Chuco.

La casa de Vallejo (01 de 04)


La casa de Vallejo (02 de 04)


La casa de Vallejo (03 de 04)


La casa de Vallejo (04 de 04)