30 marzo 2008

Escritos de Neruda sobre Vallejo

CÉSAR VALLEJO
El genio aún incomprendido

Por Pablo Neruda

Magro, cetrino, sombrío, hierático, como un árbol deshojado: César Vallejo. Fue un genio. Bregó con la palabra hasta vencerla. Se peleó con el diccionario y salió victorioso. Vanidoso como todos los poetas, humano hasta los huesos húmeros.

Nació en Santiago de Chuco en 1892. Vivió incomprendido en Trujillo hasta 1918. Ese año empezó sus estudios en San Marcos y publicó su memorable Los heraldos negros. Dos años más tarde fue injustamente encarcelado, pero le sirvió para escribir en prosa la desgarradora Escalas melografiadas.


César Vallejo, Paris 1926

En 1922, con Trilce, Vallejo aún sin europas funda la vanguardia. Dice de este espléndido poemario, el periodista Víctor Hurtado Oviedo: "Trilce es como si dijésemos un atentado contra el idioma con el que compramos pan y hablamos del clima mientras esperamos el ómnibus": Acota un ejemplito:

"Grupo dicotiledón. Obertura
desde él preteles, propensiones de trinidad,
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!".

Huye a Europa en 1923 y en 1927 conoció a Pablo Neruda bajo el cielo frío de París. Fueron amigos, camaradas, hermanos verdaderos. Viles soldados pequeños de dientes poderosos hicieron lo imposible para separarlos. Pero no han podido.

Acerca de la obra de los dos, Mario Benedetti dice: "En el caso de Neruda, lo más importante es el poema en sí; en el caso de Vallejo, suele caer lo que está antes (o detrás) del poema. En Vallejo hay un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de rebelión, de desgarramiento, de algo que podríamos llamar soledad fraternal... "

Vallejo hizo de la palabra maravillas incomprensibles. "Él es la etimología de la palabra de mañana y de la idea que aún no existe."

He aquí la pluma del Nobel de Literatura 1971, como para ratificar la mira que los une.

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De derecha a izquierda (sentados): José Eulogio Garrido, Juvenal Chávarry, Domingo Parra del Riego, César Vallejo, Santiago Martín, Óscar Imaña.
De izquierda a derecha (de pie): Luis Ferrer, Federico Esquerre, Antenor Orrego, Alcides Spelucín, Gonzalo Sumarán. Trujillo, 1916.

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Pablo Neruda



Oda a César Vallejo*

A la piedra en tu rostro,
Vallejo,
a las arrugas
de las áridas sierras
yo recuerdo en mi canto,
tu frente
gigantesca
sobre tu cuerpo frágil,
el crepúsculo negro
en tus ojos
recién desenterrados,
días aquellos,
bruscos,
desiguales,
cada hora tenía
ácidos diferentes
o ternuras
remotas,
las llaves de la vida
temblaban
en la luz polvorienta
de la calle,
tú volvías
de un viaje lento, bajo la tierra,
y en la altura
de las cicatrizadas cordilleras
yo golpeaba tus puertas,
que se abrieran
los muros,
que se desarrollaran
los caminos
recién llegado de Valparaíso
me embarcaba en Marsella,
la tierra
se cortaba
como un limón fragante
en frescos hemisferios amarillos,

te quedabas allí,
sujeto a nada,
con tu vida
y tu muerte,
con tu arena cayendo,
midiéndote
y vaciándote,
en el aire,
en el humo,
en las calles rotas del invierno.
Era en París, vivías
en los descalabrados hoteles de los pobres.
España
se desangraba.
Acudíamos.
y luego
te quedaste
otra vez en el humo


y así cuando
ya no fuiste, de pronto,
no fue la tierra
de las cicatrices,
la piedra andina
la que tuvo tus huesos, sino el humo,
la escarcha
de París en invierno.
Dos veces desterrado,
hermano mío
de la tierra y el aire,
la vida y la muerte
desterrado
del Perú, de tus ríos,
ausente
de tu arcilla.
no me faltaste en la villa,
sino en muerte.
te busco
gota a gota,
polvo a polvo,
en tu tierra,
amarillo
en tu rostro,
escarpado es tu rostro,
estás lleno
do viejas pedrerías,
de vasijas
quebradas,
subo
las antiguas escalinatas,
tal vez
estés perdido,
enredado
entre los hilos de oro,
cubierto
de turquesas,
silencioso,
o tal vez
en tu pueblo,
en tu raza,
grano
de maíz extendido,
semilla
de bandera.
Tal vez, tal vez ahora
transmigres
y regreses,
vienes
al fin
de viaje,
de madera
que un día
te verás en el centro
de tu patria,
insurrecto,
viviente,
cristal de tu cristal, fuego en tu fuego,
rayo do piedra púrpura.


Elogio Funebre*

Esta primavera de París está creciendo sobre uno más, uno inolvidable entre los muertos, bienadmirado, nuestro bienquerido César Vallejo. Por estos tiempos de París, él vivía con la ventana abierta, y su pensativa cabeza de piedra peruana recogía el rumor de Francia, del mundo, de España... Viejo combatiente de la esperanza, viejo querido. ¿Es posible? Y que haremos en este mundo para ser dignos de tu silenciosa obra duradera, de tu interno crecimiento esencial. Ya en tus últimos tiempos, hermano, tu cuerpo, tu alma te pedían tierra americana, pero la hoguera de España te retenía en Francia, adonde nadie fue más extranjero. Porque eras el espectro americano -indoamericano, como nosotros preferías decir-, un espectro de nuestra martirizada América, un espectro maduro en la libertad y en su pasión. Tenías algo de mina, de socavón lunar, algo terrenalmente profundo.

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En su lecho de muerte, el viernes 15 de abril de 1938, en la clínica Arago de París

"Rindió tributo a sus muchas hambres" -me escribe Juan Larrea. Muchas hambres, parece mentira... Las muchas hambres, las muchas soledades, las muchas lenguas de viaje, pensando en los hombres, en la justicia sobre esta tierra, en la cobardía de media humanidad. Lo de España ha sido el taladro de cada día para tu inmensa virtud. Eras grande, Vallejo. Eras interior y grande, como un gran palacio de piedra subterránea con mucho silencio mineral, con mucha esencia de tiempo y especie. Y allá en el fondo el fuego implacable del espíritu, brasa y ceniza... salud, gran poeta, salud, humano.

* Pablo Neruda

Fuente: http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibVirtual/publicaciones/editor/v02_n3/C%C3%A9sar-Vallejo.htm



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