La primera vez que escuché el nombre de mi primera sobrina, quedé impresionado, Verónica.... Verónica, ¿qué te parece?- preguntaba mi hermana, tratando de observar alguna reacción en mi rostro. Muy... muy bonito- asentí.
El destino me había deparado una gran sorpresa. Luego de 30 años volvería a conocer a alguien con ese nombre. En realidad durante todos esos años, a pesar de ser un nombre común, no había tenido la oportunidad de entablar amistad con alguna Verónica. Ahora, mientras intentaba cargarla en mis brazos, mis pensamientos retrocedían en el tiempo.
Era un sábado de septiembre del año 1970, cuando me dirigí a la casa de Verónica, tenía que voltear la esquina de mi pequeña morada en los arenales de Canto grande, girar a la derecha y caminar dos cuadras. Un tramo muy sencillo de recorrer pero que por las circunstancias del caso, se me hacía una ruta interminable. Paso a paso, trataba de ordenar mis ideas para presentar de la mejor forma posible mis excusas para no asistir a su fiesta de cumpleaños, a la cual me había invitado muy gentilmente una semana atrás en nuestra clase del segundo grado. Tenía todos los deseos de ir, pero mi timidez era extrema, sentía no estar a la altura del acontecimiento, mis prendas de vestir estaban en su mayoría parchadas, o raídas por el constante uso que les daba. Los dos pares de zapatos con que contaba se encontraban desueladas. Además, no había asistido nunca a una fiesta; y en casa, no se había realizado alguna. No sabría comportarme, me decía. Finalmente, luego de atravesar las dos cuadras que me parecieron más vacías que nunca, y que de no ser por la claridad de la tarde me hubiesen resultado fantasmagóricas... llegué por fin.
La casa de Verónica era una de las mejores que se habían construido por el lugar, su padre trabajaba como empleado en una empresa eléctrica, lo que le permitió edificar un chalet donde vivían tranquilamente.
Eran cerca de las dos y media de la tarde, la mayoría de vecinos se encontraban realizando la acostumbrada siesta después del almuerzo, pero al interior de la casa de Verónica se escuchaba ruido. El movimiento al interior era evidente, estaban dejando todo listo para la fiesta infantil programada para las cinco de la tarde. Toqué el timbre nerviosamente, una vez, dos veces... cuando lo iba a intentar por tercera vez, se abre la puerta y aparece mi amiguita Verónica. Su semblante de suma felicidad contrastaba con la palidez de su rostro al cual me había acostumbrado. Hola, Juan Carlos –me saludó efusivamente. Le devolví el saludo y empezamos a conversar. Le hice saber que me era imposible ir a su fiesta pero que había querido venir más temprano para saludarla por su cumpleaños y agradecerle por haberme invitado a la reunión. Verónica no se notaba conforme con mis palabras, quería que asista a un día tan especial para ella, lo cual me confundió aún más. No sabía que decir... en esos momentos se acerca a la puerta, la mamá de Verónica, una señora de aspecto grave, pero de buenos modales. ¿Qué pasa hijita?- le preguntaba, con mucha curiosidad. Mamá, dile a Juan Carlos qué venga a mi fiesta, tú no lo conoces pero.... fue lo último que la escuché decir, cuando de un momento a otro comienza a suceder algo inexplicable, fuera de lo normal. Todo alrededor de Verónica se puso de un tono gris. Como un manto oscuro que cubre todo el contorno de su delicado cuerpo. Las dos están frente a mí, hablándome, pero sus voces las escuchaba cada vez más lejanas a medida que pasan los segundos.... cada vez más débiles, hasta que se hacieron casi imperceptibles. Sentí que mi cuerpo se endurecía, luego ya no lo sentía; sólo mis piernas parecían de plomo... un miedo inimaginable se apoderó de mí... no sé cómo, pude dar media vuelta y empezar a correr... mientras a lo lejos sólo escuchaba mencionar mi nombre... corrí y corrí sin parar... no entendía lo que había pasado, atravesé las dos cuadras, seguí de largo hasta una canchita donde mis amigos jugaban un partido de fulbito. Me paré cerca de una pared, y empecé a llorar. Mis amigos me rodearon. ¿Quién te ha pegado Juan Carlos, para ir y darle duro?- preguntaban muy preocupados mis amiguitos. Pero no les respondía. Que les podía decir, sí en realidad ni yo mismo estaba seguro de lo que había sucedido. Regresé a casa llorando. No dije nada de lo ocurrido a nadie, y traté de olvidar todo, pero no pude. Esa noche fue terrible, me la pasé pensando y pensando, por lo que casi no dormí.
A la mañana siguiente, a la hora del desayuno... mi madre con un rostro muy triste nos dijo, “tengo algo que contarles, en la madrugada de hoy ha fallecido una de nuestras vecinas, Verónica, creo que estudiaba con Juan Carlos...” cuando escuché su nombre, todo el cuerpo se me escarapeló. ¿Qué pasó?- alcancé a preguntar con la voz casi ahogada. “Parece que ayer fue su cumpleaños, tuvo su fiesta de 5 a 7 de la tarde, luego se acostó. Los mayores siguieron la reunión hasta la madrugada... pero parece que Verónica se despertó a la medianoche para tomarse un refresco, abrió el refrigerador... y según explican los vecinos, el cambio brusco de temperatura entre su cuerpo caliente y el frío de la refrigeradora, le provocaron una bronco pulmonía fulminante...sus parientes no pudieron hacer nada; cuando llegaron a la posta médica, ya estaba muerta...” Poco a poco fui comprendiendo lo sucedido... corrí a mi cuarto y lloré desconsoladamente. Me preguntaba por qué alguien tan inocente había tenido que morir. Era tan buena, nunca hacía travesuras. Me culpaba por no haberle contado a nadie lo que había visto. Tal vez se pudo haber evitado... tantas cosas me pasaban por la cabeza. Me puse mal, perdí el apetito, tenía miedo de dormir, pues lo único que soñaba era ese fenómeno que no entendía... caí en un estado depresivo por cerca de tres meses.
Por eso la impresión tan fuerte que sentí cuando escuché el nombre mi sobrina. El destino me puso de nuevo en mi camino a Verónica. A veces es así, y nos presenta otra oportunidad de vida.
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