10 octubre 2010

La maldición de Adán


¿Se escribirá el futuro en femenino? ¿Es posible que los hombres se enfrenten, por su incapacidad reproductora, a su propia destrucción?

Partiendo del espectacular aumento de la infertilidad masculina, confirmada por numerosos estudios recientes, el profesor , una de las autoridades mundiales en el campo de la genética, aborda el porvenir de la humanidad centrando su investigación en el mítico y esencial cromosoma Y que se encuentra en el ADN. Un cromosoma «en vías de extinción»...

Con un lenguaje sencillo y afán divulgador, Bryan Sykes ofrece un panorama exhaustivo de los estudios recientes sobre el futuro genético masculino explicando con claridad cuál es el estado de la cuestión y hacia dónde puede conducir esta nueva situación.

¿Llegaremos a un mundo donde los hombres no serán necesarios para completar el ciclo de la reproducción de la especie? ¿Serán las mujeres autosuficientes para llevar a cabo el proceso de la vida? Las conclusiones de Sykes son sorprendentes: las mujeres están ganando la batalla evolutiva de los sexos y los hombres se encaminan, lenta pero inexorablemente, a su extinción
Debo confesar que tiempo atrás, en una conversación de café, le comenté a una amiga que había llegado a la conclusión que la mujer era un hombre que se había quedado en una etapa incipiente. No imaginé cuan equivocado estaba hasta leer La Maldición de Adán de Brian Sykes. El hombre es una mujer geneticamente modificada, por lo cual Adán debió salir de la costilla de Eva. La Biblia se equivocó o algún humano varón la alteró.

Bryan Sykes es profesor de genética humana en el Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Oxford, Decano de Wolfson College (Oxford) y fundador de la empresa Oxford Ancestors.

Tras realizar numerosos estudios sobre la pervivencia de las enfermedades genéticas en los huesos, ha sido reconocido por la comunidad científica como una de las máximas autoridades mundiales en los estudios sobre ADN.

Ha participado en famosos casos de identificación genética como el hombre de los hielos (Oetzi u Otzi), el hombre de Cheddar, así como de pretendidos miembros de la familia real rusa (Románov). Su descubrimiento de que los europeos nativos actuales poseen un fuerte sustrato paleolítico y solo una pequeña influencia de poblaciones neolíticas que vinieron con la revolución agrícola desde Oriente Medio, fue corroborado años después por un estudio del prestigioso genetista de la Universidad de Stanfford Luigi Luca Cavalli-Sforza.
Fuente: Wikipedia
Falta mucho por conocer. Es posible que los primeros seres humanos hayan tenido ambos sexos, luego uno. La necesidad de supervivencia en el futuro tal vez acelere el proceso evolutivo.

Reproduzco el artículo con fragmentos del libro, aparecido en el Magazine del diario EL MUNDO.ES:

GENÉTICA | UN FUTURO SIN VARONES
Llegará un día en que los hombres no serán necesarios

El cromosoma Y, el que decide el sexo masculino, es una ruina genética plagada de averías que le están condenando a desaparecer. Sin él los varones humanos son una especie en peligro de extinción y, a menos que se descubran otras alternativas eficaces para fecundar a las mujeres, toda la especie humana desaparecería en unos 100.000 años. Esta es la teoría que Bryan Sykes, profesor de genética humana de la Universidad de Oxford, expone en su libro “La maldición de Adán”, que se acaba de publicar en el Reino Unido, y que la Editorial Debate lanzará en nuestro país el próximo año.

por Bryan Sykes

No es un secreto que los hombres son, básicamente, mujeres genéticamente modificadas. En este aspecto, nuestra evolución se puede considerar como un gigantesco experimento de modificación genética que lleva mucho tiempo en marcha. Su legado ha consistido en dotar a hombres y mujeres de diferentes, y a menudo contrarios, conjuntos de intereses genéticos.


Lo de echar la culpa directamente a los hombres de casi todos los actos de violencia y agresión que ocurren en el mundo es una queja que ya aburre. Sin embargo, la asociación entre ambos factores es fuerte e innegable. Las mujeres en raras ocasiones cometen crímenes violentos, se convierten en tiranas o inician guerras.

El dedo acusador señala al único fragmento de ADN que los hombres poseen y las mujeres no: el cromosoma Y. Irónicamente, aunque el cromosoma Y ha llegado a convertirse en sinónimo de agresividad masculina, es intrínsecamente inestable. Lejos de ser vigoroso y robusto, este símbolo genético definitivo del machismo de los hombres está degenerando a una velocidad tan alarmante que, al menos para los humanos, el experimento de modificación genética pronto habrá terminado.

Parece que Adán está maldito. Y, como muchas especies que, antes que nosotros, han perdido sus machos, corremos verdadero peligro de extinción.

El cromosoma Y está hecho un asco: es una ruina genética plagada de averías moleculares. ¿Por qué está tan destartalado? En sus orígenes, el cromosoma Y era un cromosoma perfectamente respetable, como los demás, con un conjunto de genes que hacían toda clase de cosas útiles. Pero su destino quedó sellado cuando asumió la función de decidir el sexo.

Probablemente, esto ocurrió en los primeros antepasados de los mamíferos, tal vez fue hace 100 millones de años, cuando eran criaturas pequeñas e insignificantes que hacían todo lo posible por evitar a la dinastía reinante en la época: los dinosaurios. De repente, y por pura casualidad, una mutación en uno de aquellos cromosomas ancestrales permitió a éste activar la vía del desarrollo de los machos.

El problema es que el cromosoma Y nunca ha sido capaz de curarse a sí mismo. A diferencia de los cromosomas X, que se emparejan e intercambian genes para minimizar las mutaciones perjudiciales, el cromosoma Y, que no tiene pareja, no puede reparar los daños infligidos por las mutaciones que se siguen acumulando. Como el rostro de la luna, que sigue picado por los cráteres de todos los meteoros que han caído sobre su superficie, el cromosoma Y no puede curar sus cicatrices. Es un cromosoma moribundo y algún día se extinguirá.

La infecundidad masculina va en aumento. Un sorprendente siete por ciento de los hombres es estéril o infrafértil. Hay toda una legión de causas, pero una importante proporción de los hombres, entre el uno y el dos por ciento del total, es estéril a causa de mutaciones en sus cromosomas Y. Es una cifra asombrosamente alta. El cromosoma Y humano se está desmoronando ante nuestros ojos. No hay motivos para pensar que la situación mejorará; más bien al contrario. Uno a uno, los cromosomas Y desaparecerán hasta que al final sólo quede uno. Cuando ese cromosoma sucumba por fin, los hombres se habrán extinguido.

¿Pero cuándo ocurrirá esto? Según mis cálculos, debido a la decadencia del cromosoma Y, la fertilidad descenderá al uno por ciento de su nivel actual dentro de 5.000 generaciones, lo que equivale aproximadamente a 125.000 años. No es precisamente pasado mañana, pero tampoco es un tiempo inimaginablemente largo.

En junio, la revista Nature publicó la secuencia casi completa de un cromosoma Y humano que revelaba algo completamente inesperado. Había señales de que, entre las ruinas de genes que en otro tiempo fueron activos, el cromosoma Y todavía es capaz de salvaguardar genes... Pero sólo a base de practicar el sexo consigo mismo. ¿Significa esto que los hombres están ya salvados de la extinción? Por desgracia, no. ¿Aplaza esta noticia la fecha del finiquito de los hombres? Lamentablemente, no.

Utilizo deliberadamente la palabra hombres en lugar de nuestra especie porque sólo los hombres necesitan un cromosoma Y. Por supuesto, a menos que algo cambie en nuestro modo de reproducirnos, las mujeres se extinguirán también y toda nuestra especie desaparecerá en algún momento en los próximos 100.000 ó 200.000 años.

Las cuestiones que afrontamos se reducen a esto: ¿Necesitamos hombres? ¿Podemos apañarnos sin ellos?

Hay, por supuesto, muchas personas que se alegrarían de la extinción de los hombres. Valerie Solanas era una de ellas. Valerie es más conocida como la mujer que le pegó un tiro a Andy Warhol en i968. El año anterior había publicado el venenoso manifiesto de SCUM, que comenzaba así: “Como la vida en esta sociedad es, en el mejor de los casos, un completo aburrimiento y ningún aspecto de la sociedad es mínimamente relevante para las mujeres, la única salida que les queda a las féminas con inquietudes sociales, responsables y amantes de las emociones es derrocar al Gobierno, eliminar el sistema monetario, instituir la automatización completa y destruir al sexo masculino”.

El significado del acrónimo del título de su manifiesto Society for Cutting Up Men, Sociedad para Castrar a los Hombres, no nos deja ninguna duda acerca de la solución preferida por la señora Solanas para los problemas del mundo, pero, a menos que se tomen otras medidas, en su deceso arrastrarán con ellos a las mujeres. Destruir al sexo masculino sería una victoria muy efímera. Los hombres todavía son necesarios para la reproducción, aunque no sirvan para nada más. Tal como están las cosas ahora mismo, se necesitan espermatozoides. Pero, ¿cuánto durará esto?

Una solución genética que yo ofrezco consiste en prescindir por completo de los hombres. Parece imposible pero, desde el punto de vista genético, hay muy pocos impedimentos para hacerlo.

Consideremos lo que ocurre cuando el espermatozoide se encuentra con el óvulo. El espermatozoide lleva un conjunto de cromosomas nucleares del padre, que, después de la fecundación, se junta con el conjunto de cromosomas nucleares de la madre. ¿Qué problema hay para que los cromosomas del núcleo no procedan de un espermatozoide sino de otro óvulo? Pensemos en esto un poquito más. Sabemos que se pueden inyectar espermatozoides en los óvulos. Si podemos hacer eso, no hay nada que impida que, en lugar de un espermatozoide, se inyecte el núcleo de un segundo óvulo. Eso sería muy fácil. Pero ¿se desarrollaría normalmente? Por el momento, la respuesta es “no”, pero sería de tontos decir que es fundamentalmente imposible.

La única diferencia respecto a cualquier otro nacimiento es que se podría predecir el sexo. El bebé sería siempre una niña. Todo el proceso se habrá cumplido sin espermatozoides, sin cromosomas Y y sin hombres.

Lo más importante es que las niñas que nacerán no serán clones. Serán, como ahora, una mezcla de genes de sus progenitores, remezclados por recombinación tan concienzudamente como los de los niños de hoy. Tendrán dos progenitores biológicos, no uno solo. La única diferencia con cualquier otro niño es que los dos progenitores serán mujeres.

Desde el punto de vista genético, serán completamente normales, indistinguibles de cualquiera de las niñas que vemos ahora. En un mundo en el que todavía hubiera hombres, cuando estas niñas crecieran podrían reproducirse al modo antiguo tan fácilmente como las mujeres de ahora. Con todas estas ventajas, estoy seguro de que no pasará mucho tiempo sin que alguien lo intente.

Las parejas de lesbianas ya recurren a la ayuda de un hombre que done su juego de cromosomas para fecundar los óvulos de una de ellas. En cualquier momento, estas parejas querrán tener una hija engendrada por las dos, no sólo por una de ellas. Es casi inminente que ocurra y, a diferencia de la clonación humana, yo no tendría ninguna objeción moral. Los hombres están ya avisados.

Pero, ¿llegaría a generalizarse, y podría ser una solución aceptable a la extinción de nuestra especie planteada por el ruinoso cromosoma Y? Eso es más difícil de decir. Cuando los hombres hayan desaparecido por completo y lleven mucho tiempo olvidados, toda la reproducción tendrá que ser asistida en cierta medida. Sin embargo, si la extinción total de los hombres se organizara deliberada e intencionadamente, esta forma sáfica de reproducción tendría que estar ya funcionando antes de prescindir de los hombres.

La extinción de los hombres tendría una ventaja inmediata. En cierto sentido, la maldición de Adán quedaría prescrita para siempre. La selección sexual desaparecería por la más simple de las razones: ya no habría dos sexos. Los espermatozoides ya no lucharían unos con otros por el acceso a los óvulos. Ya no habría espermatozoides para librar batallas ni cromosomas que esclavizaran a lo femenino.

La destructiva espiral de codicia y ambición movida por la selección sexual disminuiría. El mundo ya no volvería a estremecerse con el ruido de los hombres haciendo chocar sus astas y con las lúgubres repercusiones de las batallas.

Pero consideremos las alternativas. Las extinciones ocurren constantemente y sospecho que muchas especies han caído ya víctimas del proceso de degeneración cromosómica. Pero algunas han encontrado un modo de eludir su sentencia de muerte. Una estrategia consiste en recurrir a genes de otros cromosomas para que se encarguen de la tarea de desarrollar machos.

Podría bastar con una pequeña mutación para transformar un gen de otro cromosoma de modo que sea capaz de realizar el trabajo de uno de los genes en peligro del cromosoma Y. De este modo, cuando el gen del cromosoma Y muerda por fin el polvo, su trabajo ya se estaría haciendo en otra parte, y su desaparición en el Y ya no tendría importancia.

Es una carrera contra el tiempo. ¿Puede una especie sacar del cromosoma Y los genes que necesita, o recrearlos en alguna otra parte, antes de quedar panza arriba? El último gen que desaparecerá será siempre el conmutador maestro del sexo en el cromosoma Y: el SRY, Sex determining Region of the Y-chromosome (Región determinante del sexo en el cromosoma Y). Sabemos que es capaz de saltar del barco y meterse de polizón en otro cromosoma.

En una variación de este tema, otra posibilidad abierta a la inventiva es circunvalar el SRY, activando el proceso de desarrollo del macho un escalón o dos por debajo en la cadena de mando. Estos relés secundarios, los genes activados por la señal del SRY, están ya a salvo, estibados en otros cromosomas. Una mutación afortunada en uno de ellos podría activar el relé sin esperar el visto bueno del SRY. Al no ser ya necesario, el SRY podría quedar abandonado a su suerte.

Todas estas maneras de escapar del moribundo cromosoma Y son arriesgadas y necesitan mucha preparación; por ejemplo, para reubicar los genes de producción de espermatozoides antes de abandonar definitivamente el barco. Montones de especies lo habrán intentado para evitar la extinción. Se creía que ninguna había tenido éxito, pero en i995 los investigadores encontraron un mamífero que había logrado eludir su destino.

Cuando miraron por el microscopio los cromosomas de un pequeño roedor excavador llamado ratilla-topo –Ellobius lutescens–, que vive al pie de las montañas del Cáucaso, descubrieron que los machos no tienen cromosoma Y. Y resultó que tampoco tenían un gen SRY.

Este pequeño y discreto roedor se las ha apañado para completar la última maniobra y activar un relé génico uno o dos pasos por debajo del SRY. Y lo hizo justo a tiempo. El cromosoma Y de la ratilla-topo ha desaparecido ya por completo. Ahora la ratilla-topo está a salvo de la extinción debida al cromosoma Y; es la única especie de mamífero que sepamos que ha logrado escapar del peligro. Para la ratilla-topo, el problema ha quedado archivado para decenas de millones de años.

Para nosotros y todos los demás mamíferos que aún tienen que depender de un cromosoma Y para hacer machos, el peligro es mucho más inmediato.

Muchos hombres han superado su infecundidad con la ayuda de un tratamiento de fertilidad llamado ICSI, que quiere decir inyección intracitoplásmica de espermatozoides. El ICSI, presentado en Bélgica en i992, es una variante del conocido procedimiento de fecundación in vitro, en el que se juntan un óvulo y un espermatozoide en un tubo de ensayo, y después se reimplanta en el útero de la madre el embrión que se desarrolla a partir del óvulo fecundado. Esta técnica, presentada al mundo con el nacimiento de Louise Brown en 1978, ha ayudado desde entonces a unas 700.000 parejas a tener hijos propios.

Con el ICSI, el espermatozoide no tiene que ser capaz de fecundar un óvulo por sí solo, como en la fecundación in vitro normal. Recibe ayuda. Incluso un espermatozoide completamente paralítico puede llegar a su destino. Simplemente, se inyecta directamente en el óvulo con una aguja fina. Una vez dentro, su discapacidad ya no importa y la fecundación se lleva a cabo como en condiciones normales. Después, como en una fecundación in vitro corriente, se reimplanta el embrión en la madre.

¿Puede haber algo más sencillo? La esterilidad, curada. ¿O no? El peligro es éste: si la infecundidad del hombre es debida a un cromosoma Y deteriorado, el ICSI transmitirá este cromosoma Y a todos sus hijos varones, que a su vez serán infecundos exactamente por la misma razón que su padre. Si eso ocurre, también van a necesitar ICSI para tener hijos. Simplemente, hemos pasado el problema a la siguiente generación.

Aunque el ICSI no evitará la extinción de los hombres, al menos es una técnica que sabemos que funciona. Los otros remedios que me vienen a la mente todavía tienen que demostrar su eficacia, pero si queremos conservar a los hombres, al menos vale la pena considerarlos. Por ejemplo: ¿qué ocurriría si abandonásemos deliberadamente el cromosoma Y y transfiriéramos los genes necesarios a otros cromosomas, donde estarían a salvo?

En otras palabras, ¿y si nos adelantáramos al fallecimiento del cromosoma Y y aplicáramos deliberadamente la solución a la que tan fortuitamente llegó la ratilla-topo? Entonces se podría dejar que el cromosoma Y humano decayera –no se le puede salvar– pero los hombres recibirían un indulto temporal.

Pero ¿se puede lograr que esto funcione? No tardaremos mucho en conocer todos los genes presentes en el actual cromosoma Y y necesarios para hacer un hombre plenamente funcional. Ya los conocemos casi todos –incluyendo el SRY, por supuesto–, así como los pocos genes que contribuyen a producir espermatozoides activos.

Aun con la relativamente primitiva tecnología actual de ingeniería genética, en cuanto los conozcamos todos será fácil rescatarlos del naufragio del cromosoma Y y montarlos juntos en un paquete genético compacto. O se podrían fabricar a partir de cero, incluso con los actuales instrumentos de síntesis de ADN.

A partir de ahí, sería relativamente sencillo insertar el paquete en otro cromosoma, y lo más probable es que funcione a la perfección.

Ya se ha desviado con éxito el desarrollo de un zigoto de ratón destinado a convertirse en hembra, induciéndole una masculinidad al menos superficial mediante la inyección del equivalente ratonil del SRY. Desde luego, era estéril; pero si en el óvulo se hubiera inyectado el paquete completo de genes masculinos, el ratón habría sido macho y hembra a la vez.

Con este tratamiento un zigoto humano que de otro modo habría dado lugar a una niña, se desarrollaría hasta formar un hombre perfectamente sano, indistinguible de los demás hasta que mirásemos sus cromosomas. Tendría dos cromosomas X, pero en lugar de ser estéril como los varones XX actuales, este hombre tendría todos los genes necesarios para producir espermatozoides.

Pero ¿y sus hijos? Tampoco hay aquí ningún problema inmediato. Suponiendo que el paquete de genes masculinos haya desembarcado sano y salvo en un cromosoma, este Adonis de la Nueva Era sería capaz de tener hijos e hijas en proporciones iguales y lo único que decidiría el destino sexual de éstos sería que recibieran de él un espermatozoide que lleve el cromosoma modificado, con los genes añadidos (para los hijos), o uno con el cromosoma original (para las hijas). Las perspectivas para el cromosoma Adonis son excelentes. Salvaría a los hombres al borde de la extinción y les garantizaría un futuro de varios millones de años.


Extractos de “La maldición de Adán”, de Bryan Sykes, profesor de genética humana en la Universidad de Oxford, publicado por Bantam Press. Sykes es también el autor de “Las siete hijas de Eva” (Editorial Debate).

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