15 abril 2008

Amor de leyenda - Georgette de Vallejo

Por Danilo Sánchez Lihón


1. Una clase elevada de felicidad

César Vallejo, “el más grande poeta universal junto al Dante”, en opinión del escritor, pensador y místico estadounidense Thomas Merton, se reunía con su joven esposa Georgette Phillipart para comer en el restaurante François Villón para artistas pobres de París. Se habían casado el 11 de octubre de 1934 en el municipio de El Naire del barrio 15 de la capital francesa.


Viven en el departamento que ella tiene y donde se han conocido mirándose de ventana a ventana, cuando él ocupaba la habitación 19 del hotel Richelieu, situado exactamente al frente del piso que después habitaron ambos en la calle Moliere. Cuando se conocieron ella tenía 16 años y él 33.


Ahora ella se levanta temprano, prepara el desayuno y deja a César Vallejo trabajando siempre puntualmente a la misma hora, cuando el reloj marca las ocho de la mañana. Se despide, cierra la puerta, baja por la escalera húmeda y casi en sombras rumbo a su empleo en el Conservatorio de Artes y Oficios de París.


Siente, mientras camina, una clase elevada de felicidad. Aquella que da sentir que la existencia no nos pertenece, que algunas de las vidas están reclamadas para una causa superior y suprema, cuyas determinaciones, mandatos y consignas se hunden en el misterio del infinito cielo azul.


2. La copa amarga de la miseria

Se siente arrobada y tierna. Piensa que el destino le ha deparado un privilegio cual es vivir al lado de un hombre luz, océano y verdad profunda.


Se siente realizada estando ella allí, en vida, no a través de los códigos cifrados, de las letras, de los libros o símbolos, sino como cónyuge, de un ser vasto e intenso, a quien posee en cuerpo y en espíritu.


Palpita con la expectación de quien puede asomarse al fondo de sus abismos, con el temblor de quien avizora el arcano y se sume en la adoración.


Con alguien en quien están todos los significados. En quien ellos renacen y son nuevos.


¿Cómo han llegado a coincidir? ¡Ella!, para quien antes palabras como revolución, comunismo, proletariado, eran inconcebibles y estaban vetadas en su lenguaje.


Ha visto ahora sus renuncias, sus sacrificios y desvelos. Ve su mirada y el verbo que lo agita. Y está convencida, siente que todo eso es irrefutable, que hacer algo distinto sería claudicar y no asumir la verdad.


Sin embargo, la copa amarga de hiel de la miseria deben beberla juntos. Y la prueba no es menos cruel para Vallejo que para ella.


Y lo bebe, al principio al lado de él. Para después, durante 46 años en que lo sobrevive, beberla en soledad.


3. Amor legendario

El amor que se tienen es un amor único en la historia de la literatura de todos los tiempos, ámbito en donde abunda mucho la superficialidad.


El de ellos es amor profundo; en un medio en donde el envanecimiento es cambiar de pareja a cada momento y por cualquier motivo.


El de ellos es amor sin mudanza; en una realidad en que el hombre ostenta muchas conquistas, aventuras y cabezas trofeos.


El de ellos es un amor en silencio, recatado, sin aspavientos.


Es un amor legendario porque sobrevivió 46 años amándolo, cuando él ya no estaba en el mundo.


Compartiendo la vida con su fantasma, con fidelidad soberana, queriéndolo entrañablemente, confesándose cada noche ante él, contándole detalles del día.


Porque no hubo reemplazo, sustituto, ni consuelo mundano.


Y este amor es bueno para la historia del hombre. Amor que ensalza a la especie humana. Que deja bien a la mujer, y deja bien al varón. Que desafía, reta y vence a la eternidad.


Es un amor con fidelidad absoluta, en vida y en el largo trayecto de la muerte por parte de ambos, hasta que aparezcan otras señales en el horizonte.


Es un amor heroico, épico y legendario.


4. Deambula hasta viéndole dormir

Todo los Poemas humanos y toda España, aparta de mí este cáliz y los escritos de tesis, y las obras de teatro tienen en ella su custodia y albacea.


En donde el conflicto entre derrumbe y esperanza -tremendo, colosal y dialéctico- tienen su escolta, su vigía y atalaya.


Donde todos aquellos himnos y lamentaciones, quejidos y exaltaciones, miedos y arrebatos, tienen su sombra presente.


Donde todo lo que nació de aquel genio tiene una mirada callada que lo cuida y anima.


Una postura de asombro que lo contemplan surgir y que es Georgette inclinada reverente y escrupulosa a sus pies.


Es ella la que peregrina, por Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz.


Es esa niña estupefacta ante ese extraordinario milagro que es un hombre enfrentado a la creación más asombrosa y sobrehumana, resumiendo la copa más amarga y la esperanza más sublime.


Es ella quien deambula hasta viéndole dormir lo que es ese ser secreto, callado y recogido en sí mismo.


Es ella quien se ha preguntado a su lado y muchas veces: ¿Qué significa este misterio?


¿Qué sentido tiene este gesto? ¿Este silencio? ¿Este rictus de su rostro y de su frente?


5. Compañera ahora, después y para siempre

Constanze, la esposa de Mozart, huyó espantada cuando él componía el Réquiem.


Fue incapaz y no pudo soportar tanto enigma. Y los abismos de la creación la acobardaron. A él le gritó en la cara:

“Estás loco Wofi”. “Eres loco”. “Me das miedo” “Estoy espantada” “No lo puedo soportar”.

Y huyó con su hijo entre los brazos.


Esta niña en cambio, que es Georgette, ante algo tan hondo, inmenso y devastador, como “La rueda del hambriento” o “Los nueve monstruos” o el “Himno a los voluntarios de la República”, los poemas hermanos, gemelos y pares al Réquiem, cumbres supremas de la creación humana, no huye sino que permanece.


Acompaña ahora, después y siempre. En toda su vida, en toda su muerte, en toda la posteridad.


Ella persevera, resiste, soporta la tormenta, pero el estrago no es menos devastador.


Georgette en relación a Constanze es ecuánime y sufrida. Comprende las razones profundas de algo trascendentalmente humano, divino y sagrado:

“Si hubo una mujer por dejar entera libertad a su cónyuge, creo haber sido esa mujer. Hasta respecto a sus versos, los que sólo en parte entendía, medía con verdadera angustia mis palabras. Un día, entre otros, Vallejo me lee: “Cae agua de revólveres lavados...” aún sin título, y, extrañamente insiste: “¿Qué te parece?” Aún más cohibida yo por la seriedad de su expresión –vive entonces su mayor soledad– le digo con gran tristeza: “Dime, Vallejo ¿tu poema responde profundamente a lo que has ansiado expresar? ¿Sientes hondamente que te satisface?” “Sí”, contesta, triste a su vez. “Esto necesitaba saber porque, si para mí es un gran poema, ante todo ha de satisfacerte a ti tu poema. Creo... que sólo tú puedes juzgarlo.”

6. Y vivió en la indigencia por el resto de su vida siempre

Esta chiquilla preciosa nacida en París, aunque con ascendencia en la región de la Bretaña al noroeste de Francia, como fue Georgette,


De decisiones tajantes y firmes, quien nunca “conoció” a un hombre ni antes ni después de César Vallejo, y lo siguió amando más allá de la muerte,


De iras absolutas y todas ellas santas, adorable siempre, a quien “provocaba engreírla” en expresión de Max Silva Tuesta,


Quien enviudó a los treinta años y a los 60 seguía siendo una mujer hermosa,


Ella aportó a su unión con César Vallejo 280 mil francos en efectivo, que fueron los ahorros que le dejó su madre,


Más, una pensión por ser hija de un soldado francés muerto en batalla,


Más, un departamento propio en la parte céntrica de París, en la calle Moliere donde ella vivió desde su infancia,


Sin considerar por ejemplo sus relaciones con la alta clase social francesa, de la cual su madre era modelista.


Todo esto lo puso en manos del matrimonio, de su unión con ese meteoro que era César Vallejo, ese cometa ígneo de combustión atroz, esa estrella fugaz cuya estela crecerá en miles y miles de años. Y a quien no le interesó jamás conservar un solo céntimo, ni de soles ni de francos.


Sin embargo, de parte de ella jamás se escuchó mencionar estos aportes ni estos hechos,


Jamás hubo reproches de todo aquello de que se despojó, esta mujer no tuvo dónde dormir la noche del día en que enterraron a su esposo. Y vivió en la indigencia por el resto de su vida siempre.


7. Peor que una mordedura de serpiente

A fines del año 1937 las noticias que llegan de los frentes de guerra en España son angustiosas y para la salud de César Vallejo resultan demoledoras, tan comprometido anímicamente como estaba con la causa del pueblo español.


El 13 de marzo de 1938, cuenta Georgette, César Vallejo después del almuerzo se recostó a descansar.


Nunca más pudo levantarse. Sentía un enorme agotamiento, primero, y después brotó una fiebre de 38 grados que con el correr de las semanas subió hasta 41.5 líneas el día de su muerte.


Aquel 13 de marzo, antevíspera del natalicio de César Vallejo, ella había ido al mercado por la mañana con unos céntimos a comprar casi nada.


Pero, ¡oh milagro, sorpresa y quimera!, mientras caminaba reparó que en el suelo había tirado un billete de 50 francos.


Se detuvo estupefacta, sin poder avanzar ni retroceder. Paralizada no osaba ni acercarse ni pasar por un costado. Aturdida y boquiabierta miraba aquella aparición. Avanzó. Se inclinó entonces.


Primero, tuvo que cruzar –confiesa–, los pedruscos y peñascos pavorosos de la humillación y la vergüenza de juntar un billete del suelo.


Segundo, recuerda el gesto y la sensación de tener el billete en la mano “peor que una mordedura de serpiente”.


Y después, por la fuerza con que lo apretaba en su puño derecho expresa que tenía la sensación de que jamás iba a poder abrir sus dedos, por la desesperación, el miedo y el estupor con que los apretaba.


8. Inocencia o sarcasmo de los dioses

Era un regalo, un premio, un presente. Pero ese día –hecho curioso del destino– César Vallejo se recostaría para ya no poder levantarse nunca más.


Voy a descansar un momento –le había dicho.


Ahora bien, para dar una idea de cuánto eran en esas circunstancias de sus vidas esos 50 francos encontrados aquella mañana del día 13 de marzo, en que él cayera enfermo para morir postrado 33 días después, para tomar en cuenta lo que representaban en el plano inclinado de lo cotidiano, es importante escuchar lo que Georgette describe:

“Si dijera que en una de los primeros veranos que Vallejo pasó en Europa, había intentado vender en una calle de París, bajo un calor tórrido, una botella que no valía 10 céntimos de franco... y no hubo un alma en tres horas de ese martirio, con suficiente imaginación para comprársela en nombre de Cristo o del demonio, quizá lograré dar su verdadero valor a esos cincuenta francos encontrados el 13 de marzo.”

¿Dicha o pórtico candoroso a la desgracia? ¿Mueca ante el adiós aciago? ¿Gracia o bofetada? ¿Inocencia o burla de los dioses?


¿Ironías y atroces sarcasmos que el destino juega para alegrarnos de algo que por debajo es el turbión y la guadaña de las parcas?


¡Qué signo de alegría tan ingenua!


¡Qué contento tan bochornoso, en un hecho que mirado después se ve tan fuera de lugar, de seres con quienes la suerte juega de un modo tan perverso e ignominioso!


9. Última cena de dos

Porque ese día 13 de marzo en que Vallejo cayó enfermo, era antevíspera de su cumpleaños.


Entonces, la comida con los 50 francos venido de azar fue un verdadero banquete, mientras la muerte ya sentada a un costado de la mesa gesticulaba una sorna misteriosa.


¿Era ella, la parca, quien dejó caer el billete en el suelo para darse el gusto que ese día fuera celebrado en el hotel lúgubre en donde ellos moraban?


Aún se puede ser creyente y confiar entre tanta desolación:

“Volví al hotel de 64 Avenida del Maine con dos costillas de carnero, habichuelas verde pálido y una botella de vino “casi fino”. No fue el menú lo más extraordinario, sino una fuerza ajena a mi voluntad que me impuso a hacer tales gastos.”

Pero, ¿no es la vida de este hombre, ahora al lado de esta mujer total, de una significación casi religiosa?


¿No es esta una última cena de dos, tan honda y a la vez candorosa antes de la crucifixión que ya estaba anunciada, esbozada y garabateada en esos 50 francos que ella recogió del suelo, como los 30 denarios con los cuales se vendió a Jesús?


10. Y lo demás se calla

Un dinero contra toda voluntad.


Una cuota, un monto y una bolsa impuesta por una mano misteriosa desde lejos. Una comida, o cena de mediodía si se quiere, que se les obligaba a probar.


Miren esto: carnero, habichuelas verdes y un buen vino, todo ello enviado desde lo ilógico, ¡o el vacío!


Todo ello estipulado a que lo degusten por una mano intrusa, como si se obedeciese a un designio, en donde aparece ya sin máscaras lo que se ofrece ajeno.


Georgette refiriéndose a lo inesperado de esos 50 francos y a lo gigantesco de su monto y de su significado en la circunstancia en que vivían y en lo hondo de su desgracia; refiriéndose también a la lucha de César Vallejo por conseguir 10 céntimos ofreciéndose como vendedor ambulante de una sola botella que nadie compra en el páramo de París; aludiendo igualmente al 13 de marzo, porque ese día es el derrumbe de los muros, grafica cuánto representaba ese billete, relatando:

“En lo que a mí respecta, he salido a menudo bajo un frío de 15 a 20 grados bajo cero, a la búsqueda de esos 10 céntimos –y aún cinco– y he caminado hasta encontrarlos para completar algunos cobres para un mínimo de pan o de café –porque París no es una broma–. Si retrocedo tanto es porque la agonía de Vallejo no comenzó evidentemente el 13 de marzo. Y, sin embargo no es por estas miserables caricaturas del horror... sino por muchas otras cosas que llamaremos: “lo demás”. Y “lo demás se calla.”

11. No tenía dónde dormir

El 24 de marzo Vallejo postrado es trasladado a la clínica Arago.

“A partir de ese día supe que estaba perdido, y perdido porque no teníamos dinero. Enderezada más que educada en ese sentido por mi madre desde mi más tierna infancia, me fue imposible pedir nada a nadie.”

Allí muere 25 días más tarde, el día Viernes Santo del 15 de abril de 1938:

“Soy la única persona que ha presenciado día y noche, desde el primer minuto, la enfermedad y la muerte de Vallejo”.

El día que murió César Vallejo su esposa no tenía dónde dormir. No contaba con un amigo ni una amiga ni una familia próxima ni una institución a la cual recurrir y en la cual refugiarse. Habían vivido hasta ese 24 de marzo en que él fue internado en la clínica Arago, en un hotel mísero en la cuadra 69 de la Avenida del Maine.


No tenía dónde dormir pero eso no era lo que le angustiaba. Eso sí, tenía una preocupación inmensa por la suerte de las obras inéditas de César Vallejo que había dejado. Y que ella no atinaba a encontrar cuál era el recurso más eficaz para tenerlo a buen recaudo, con todas las garantías de su conservación.


Y aquí empieza el drama de la custodia del tesoro, de la guardianía del vellocino, de la responsabilidad que pesa en aquel o aquella que se sabe que tiene la llave para abrir el cofre sagrado.


12. Era su tesoro y su único patrimonio

“Vallejo sepultado por la mañana, deambulo yo por la tarde en la calle con solo en los brazos once obras inéditas, entre estas los versos póstumos”.

¿Qué obras aún inéditas de versos están en ese tabernáculo? Están allí los Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, la totalidad de las obras de teatro, ensayos, Paco Yunque, El arte y la revolución, etc.


¿No es legendario? ¿No es una escena para la historia de la humanidad? ¿Una mujer que como luto, como vestido de duelo, como pésame mortuorio, como túmulo arrastra unos papeles? Esa es Georgette.


No tiene nada, ni abrigo. Ningún otro vestigio de su esposo. No tiene algo qué acomodar ni arreglar: Ni una casa ni un cuarto ni una maleta sino las obras que ahora son patrimonio del género humano.


¿Dónde las había encargado? En la enfermería de la misma clínica Arago. Ahora ha ido a recogerlas y las tiene entre sus brazos. ¿Adónde va? ¿En dónde ha de refugiarse?


Ella se echa en sus hombros la responsabilidad de cargar el Santo Grial, el cáliz o el vaso que usó José de Arimatea.


13. Con ello en los brazos y en el alma

Porque estos manuscritos y otros originales mecanografiados eran todo y nada.

En su gran parte papeles ininteligibles. ¿Tendrían valor? Primera duda que ella no la tuvo jamás.

Sólo le importa eso y se dedica a cuidarlos. Si hubiera dudado quizás las hubiera olvidado en algún sitio de por vida y nadie se hubiera dado cuenta.


Pero ella ya en la tarde, después del entierro, cuida ese tesoro. Son los Poemas humanos, son España, aparta de mí este cáliz.


¡Qué intuición sublime de mujer! ¡Qué coraje de guardiana del templo!


Quizá sea esto lo que justifique una frase riesgosa y llena de acechanzas que pronuncia Max Silva Tuesta cuando dice: “Sin Georgette no hay Vallejo”.


Y es que es ese momento, casi instante, de intuición de no coger nada más, ni una maleta, ni un artefacto, sino solo el legado de papeles.

Y sin nada más, con ello en los brazos y en las manos lanzarse y avanzar contra el mundo. Así salva la obra, nos salva a nosotros y justifica ante el universo.

“Dos semanas después de la muerte de Vallejo empecé a copiar a máquina, en cinco ejemplares, todas las obras inéditas. Las guardaré 35 años”.

Siendo así Georgette es la primera que devela el arcano, la primera que lee a Vallejo. No le quitemos ese mérito, por favor.

Es quien empieza a copiar, a cuidar y a desentrañar lo que esos poemas dicen.


14. Sola frente al mundo

Los tambores de guerra atruenan en toda Europa. Ululan las sirenas una y otra vez, probadas en una y otra circunstancia para alertar la alarma de que se avecinan los bombardeos a las ciudades.


Georgette por ser la viuda de un comunista la harían desaparecer al instante con obras y todo.

Ella llevaba en su cuerpo un tesoro que nadie identificaría y por eso sería muerta. Ella porta el Santo Grial.


Lo primero que hizo fue acondicionarlas en una bolsa de tela y esta cosérsela a su pecho.


Portaba las versiones originales y únicas de los poemas de César Vallejo que no solo es un patrimonio del Perú, para estar presente en el concierto de las naciones más señeras del mundo con la figura de un poeta universal, sino una de las joyas más preciadas de los tiempos modernos de la poesía -arte señero- en todas las lenguas. Un patrimonio inestimable de la cultura universal de todas las épocas.

Eso es lo que portaba esta mujer sola frente al mundo, escondiéndose y viviendo a salto de mata primero durante siete u ocho días y después durante trece años en Europa.

15. La guardiana del templo

“Cuando se ha caminado, no teniendo dónde pasar la noche, cargando en los brazos las obras”.

Su intuición de mujer le advertía que con quien había compartido la vida era un genio.

Intuía ella por cada detalle que había compartido con ese ser que él portaba un diamante y una joya inconcebible en la más suprema de las artes: la poesía.


Se dedicó de modo total, pleno y absoluto al recuerdo, a la memoria, al cuidado de la obra, a la reverencia y cariño profundo a aquel ser, pero no para obtener ganancias sino para velar por la autenticidad de los escritos, la verdad de los mensajes y la precisión de las intenciones.

“A la muerte de Vallejo alquilé a una señora un cuarto amoblado en la plaza Delambre. Tenía tres francos diarios para vivir. Era bastante para pan y te. E inmediatamente me puse a trabajar: descifrar y copiar la obra de Vallejo”.

Y los supo defender como textos sagrados, en donde figuraban conceptos y leyes divinas para luego, como ella cuenta, asomarse a ellos con obsesión animal, con estupor primitivo, con despiadada fidelidad y devoción mística.


He allí por qué la reconocemos como la guardiana del templo. ¡Ése es también su mérito! ¡No se la arrebatemos, ni dejemos que la arrebaten!


Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú


Fuente: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/sanchez_lihon_danilo/centenario_del_nacimiento.htm




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