Por Enrique Montiel,
Como Cervantes soy un narrador que ama la poesía por cima de todas las cosas. No diré como el inolvidable Fernando Quiñones del Whisky como ejemplo entre la pureza máxima y la aguada realidad de la narrativa. Cada cual tiene lo suyo, cada una su dificultad, lo reconozco, pero es la poesía la niña de mis ojos, mi oficio secreto, mi amor más íntimo. También yo diría que si Garcilaso volviera yo sería su escudero, que buen caballero era. Quiero decir que llamo Cádiz a todo lo dichoso que me acontece y que es un milagro de la primavera que al olmo seco, hendido por un rayo y en su mitad podrido, una hoja verde le saliera un día. Mi mundo de palabras, la palabra sobre palabra donde se asienta lo que soy, quiero decir lo que siento, lo aprendido, lo sufrido, el gozo, el miedo, el pasado, la madre, la esposa, el hijo, también la nieta que acaba de llegar, todo el tiempo, está en la poesía que he leído, no la que escribí, que es tan poca y es tan torpe. Remedo a Borges, pues, sobre la ufanía. Es la misma línea conspicua de Cervantes, de quienes no renunciaremos nunca a la palabra, que es Dios, la palabra que al decir crea y al crear dice, ese aliento de inmortalidad que suena, y suena, como la vieja moneda de oro, ese no sé qué que viene balbuciendo.
Como Cervantes soy un narrador que ama la poesía, como Bécquer, que era excelso, reconozco que suelo luchar contra el mezquino idioma y que, hay días, una extraña sensación de bienestar me sube desde las plantas de los pies cuando en palabras pongo en limpio lo que sueño, lo que intuyo, lo que pienso, lo que soy. Mi corazón. Párate, oh sol, yo te saludo, dijo Espronceda; que es el blanco el color del luto en Al-Andalus cosa cierta es, no ves mi pelo blanco en señal de luto por la juventud perdida, dijo el poeta hispano-árabe del siglo XIII en la Granada nazarí; amo el amor de los marineros que aman y se van, dijo Neruda, que también dijera me gustas cuando callas porque estás como ausente. Soy un revoltijo de poemas que flotan, de títulos que me elevan de esta condición mortal. ¿Sabían ustedes que el hueso es lo único que se resiste al amor y que la cebolla es escarcha cerrada y pobre? ¿Recuerdan que hubo quien no tuvo un abuelo que ganara una batalla? Alguien fue piedra y perdió su centro, y lo arrojaron al mar para después de mucho tiempo su centro volver a encontrar. La mierda, el agua y la bobería que finalmente somos, de creer a mi amigo Armas Marcelo, sin este sueño esculpido, esta piedra obstinada, este milagro que significa tanto, sin la poesía que construye, sin este arma cargada de futuro, sin este método de conocimiento, esta forma de no morir del todo, quería decir, si aquello que refiere el novelista de Las Palmas lo fuera todo, y no fuera la aurora la mano homérica de rosados dedos, ni el soldado que cae derrumbado por la pica del enemigo como una torre que levanta un estrépito de polvo… En definitiva, sin el Cantar de los Cantares, los almendros en flor y las violetas por las que preguntaba Antonio Machado a José María Palacios, sin el soneto más perfecto de la lengua castellana, que escribiera Quevedo para resumir diciendo que sería polvo, mas polvo enamorado… No sé, cómo podríamos construir un mundo sin un verso, una poética, una memoria del dolor de ser vivos, de la dicha de aquel que es apenas sensitivo o de la piedra dura, que esa ya no siente que no hay dolor más grande que el dolor de ser vivos…
Habitamos una lengua con dos orillas. La nuestra surgió de mil batallas, de ríos de sangre y de tiempo, pero la de allá surgió de muchos partos, de muchos hijos engendrados sobre un universo esplendoroso de selvas, ríos inconcebibles, cordilleras infinitas, inmensos desiertos, páramos incontables, distancias inverosímiles. Todo pareció predestinado para que Neruda pusiera las palabras de su Canto General. Había su prosa en esos siglos pero con las palabras y las ambiciones, el empeño del oro y de la cruz, sobre las espadas y los mosquetes, las armaduras y las pasiones, también entró la poesía en el Nuevo Mundo.
Fue mi maestro Luis Berenguer, ya dije, quien me habló de Vallejo. Le resultaba inconcebible Trilce, vivía una perfecta consternación con sus Poemas Humanos. Lo recuerdo, pese al paso cruel de tantos años, recitándome asombrado aquellos versos que rezaban:
Considerando en frío, imparcialmente
que el hombre es triste y, sin embargo, se complace
en su pecho colorado,
que es lóbrego mamífero y se peina…
“¡Qué es lóbrego mamífero y se peina!”, clamaba preso de un asombro sin tasa…
Una vez más un narrador, un novelista excelente como mi inolvidable maestro Luis Berenguer, con Cervantes, vivía en sus carnes el arrebato imbatible de la poesía. Condensación de todas las intuiciones, depurada esencia de la existencia humana y su memoria difusa desde el origen, la poesía lo ha sido todo en la cultura de los pueblos, en la cultura humana. De la palabra al alma de las palabras debió ser el camino que transcurrió desde el grito al gemido, el suspiro que no detiene la lágrima que cae por la mejilla tras leer el inspirado zéjel, la antigua épica, la primigenia poesía.
Excmo. Sr. Director, Ilmos. Sres. y Sras. Académicos, Autoridades, señoras y señores. Nací en el seno de una familia que vivió la guerra civil con caracteres dramáticos. Mi madre era religiosa de San Vicente de Paúl en el Hospital General de Jaén, dependiente de la Diputación Provincial, en julio de 1936. Tenía poco más 20 años. Cuidaba a los enfermos. Fue expulsada por milicianos y milicianas, junto a su comunidad. Mi padre era el mayor de una familia acomodada de cinco hermanos, todos varones. Brevemente: el mismo 18 de julio de 1936, los milicianos apresaron a mi abuelo, conduciéndolo a una checa. Su hijo mayor, mi padre, contaba que montó guardia días y días, siguiendo instrucciones de su madre, para ver su destino. El delito cometido por mi abuelo era poseer una radio alemana, pues era muy aficionado a la música clásica. La carga de la prueba fue que dicho aparato lo utilizaba para comunicarse con “los facciosos”. Un receptor de radio fue convertido en emisor de radio, lo que fue considerado suficiente para la requisa de la casa y de las fincas que poseía en el término de la provincia.
Ni aquel intrépido joven ni la temerosa monja se conocían entonces, sólo años después, acabada la guerra, se conocieron. Tras varias peripecias sencillamente emocionantes, se enamoraron y unieron sus vidas hasta que fallecieron. Más de 50 años después de su matrimonio.
Mi interés por conocer –y comprender- la guerra civil española tuvo siempre como una vivencia de primera mano, una experiencia de carne propia nada excepcional por cuanto millones de españoles, hijos o nietos de protagonistas de aquel desastre podrían decir lo mismo. Mi interés, decía, por conocer y comprender aquellos años de plomo, de odio, de rencor y de muerte, también de heroísmos, generosidad, entrega y amor a España, tuvo siempre la vertiente familiar.
No sería justo si no añadiera que en mi casa nunca se nos inculcó rencor ninguno, ni odio alguno. Sencillamente, se hablaba de aquel pasado bajo otras claves y se rogaba a Dios que nunca más llegara a nuestra patria semejante plaga.
Pero vivía en San Fernando y La Isla había caído enseguida del lado contrario a donde cayó Jaén, del lado “nacional”. Las historias que fui conociendo de este lado, los atropellos, las injusticias, y los asesinatos, los juicios sumarios, la represión en definitiva, que arrancó en los días en los que mi buen abuelo padecía en un checa, tenían el efecto del contraluz de la tragedia de España.
Era inevitable, pues, el que devorara cuanto libro caía en mis manos sobre ese período histórico y fuera todo oídos a las historias y los cuentos de los dramas vividos, dichos en penumbras semánticas, en frases de doble sentido, en oscurecimientos para que aquel niño, luego joven, y finalmente hombre, no se enterara demasiado y no preguntara demasiado.
De una lectura fundamental vengo a hablar hoy aquí, a esta docta institución académica. Vuestra benevolencia, ilustrísimos señores y señoras, ha querido que un narrador que ama la poesía pueda poner en limpio cuanto de ella ha aprendido y cuánto de ella ha podido emplear para conocer, desde el lado de aquí del alma, el alma de aquel período terrible y heroico de España. Y lo haga a través de una relectura, la relectura no sé cuántos de los últimos poemas de César Vallejo.
Escribió el poeta en el primero de los poemas agrupados bajo este título:
40 El mundo exclama: “¡Cosa de españoles!” Y es verdad. Consideremos,
durante una balanza, a quema ropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero
también del otro”: ¡punta y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo,
45 a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros
o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía
50 a Teresa, mujer, que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa…
Cosa de españoles, dejó escrito Vallejo. En el Himno a los voluntarios de la República.
140 ¡Porque en España matan, otros matan
al niño, a su juguete que se para,
a la madre Rosenda esplendorosa,
al viejo Adán que hablaba en voz alta con su caballo
y al perro que dormía en la escalera.
145 Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa página primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su bastón, a su colega,
al barbero de al lado –me cortó posiblemente,
150 pero buen hombre y, luego, infortunado;
al mendigo que ayer cantaba enfrente,
a la enfermera que hoy pasó llorando,
al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas…
¡Voluntarios,
155 por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
Estamos hablando de un poemario final que un poeta esencial escribe cuando todavía no sabe que va a ser un poeta póstumo, que serán unos poemas póstumos.
El 13 de marzo de 1938 el poeta se acuesta enseguida del almuerzo diciéndose cansado. Permaneció en cama el día siguiente.
La fiebre se apoderó de él poco a poco. Fue ascendiendo. El día 24 se le traslada a la Maison de Santé del Bd. Arago. Allí la fiebre continua entre los 39 5 40 grados pese a los intensos cuidados médicos. Cuenta Juan Larrea de aquellos días que Vallejo, que se había encerrado en un mutismo desde el comienzo, le dijo a Georgette, su mujer; “Escribe”. Y le dicta la siguiente frase: “Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: ¡Dios!”. Su estado no sufre mejoría alguna, pese a ser visitado por los más cualificados especialistas franceses de París. El día 14 de abril delia en su ya declarada agonía. Pretende ir a España. Por la tarde, en ausencia de Georgette, dejan penetrar en el cuarto a todas las visitas. El poeta exclama ¡Larrea! ¡Larrea! Por la noche sigue repitiendo: “Me voy a España”.
En la mañana del 15 de abril, viernes santo, expira a las 9 y 19, “sosegadamente”. El mismo día en que el ejército de Franco corta en dos el frente republicano de Aragón y llega al Mediterráneo.
Rememoro este suceso fatal para intentar un poco de luz en la cabal comprensión de sus poemas. Quiero decir que me lo digo a mi mismo: César Vallejo murió el viernes santo de 1938, el día en las tropas de Franco llegan al Mediterráneo. Ni ve el triunfo de los militares alzados contra la República ni ve, naturalmente, el fracaso de la República. Ni su triunfo, porque no existió.
Algunos autores señalan en este poemario póstumo se vislumbra ese fin pero no lo creo. Se trata, en todo caso, de un poemario incompleto, una derivación de su gran poemario, también póstumo, posterior a Trilce, los Poemas humanos. Es evidente que no sabremos nunca si estos 15 poemas, si España, aparta de mí este cáliz, de haber vivido el poeta y, por tanto, haber sido testigo del hundimiento militar de la República y del Estado republicano, hubiera sido el poemario que conocemos o hubiera sufrido profundos cambios, bien en la dirección de la poesía más combativa y radical de la época, la que hizo escribir a don Antonio Machado aquel verso terrible de su poema a Enrique Líster:
Si mi verso valiera tu pistola de capitán, contento moriría
La poesía de guerra de Alberti o Neruda.
Vallejo, en el poema signado con los dos palotes romanos, Batallas, había “tocado” el tema de los enfrentamientos armados entre españoles.
Hombre de Extremadura,
oigo bajo tu piel el humo del lobo,
el humo de la especie,
el humo del niño,
5 el humo solitario de dos trigos,
el humo de Ginebra, el humo de Roma, el humo de Berlín
y el de París y el humo de tu apéndice penoso
y el humo que, al fin, sale del futuro.
¡Oh vida! ¡oh tierra! ¡oh España!
10 ¡Onzas de sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua
y sangre muerte de la sangre viva!
No es sangre de un lado, no es la sangre republicana de la que habla el poeta, es la sangre de España, las onzas de sangre, los metros de sangre, la sangre muerte de la sangre viva, como finalmente resume, conmovedoramente.
España no es una abstracción ni un recurso poético para defender a la República, es una angustia sentida desde un amor tan profundo que nos nubla de lágrimas los ojos una vez más cuando leemos estos poemas.
En el segundo poema de Batallas –“Luego, retrocediendo desde Talavera”-, el poeta se eleva de la tragedia y de la sangre para hacer una invocación de la desventura y la desorientación, del profundo golpe que su alma ha recibido de España. Es cuando dice, en versos insuperables,
(…) ¡y no saber dónde poner su España,
dónde ocultar su beso de orbe,
dónde plantar su olivo de bolsillo!
Se trata de un breve poema que forma parte del poema total Batallas en donde se escribe de las batallas de algún modo vividas por vallejo desde 1936 a la fecha de septiembre en que cerró este poema fragmentado de 143 versos. Permítanme que lo relea aquí:
Luego, retrocediendo desde Talavera,
en grupos de a uno, armados de hambre, en masa de a uno,
45 armados de pecho hasta la frente,
sin aviones, sin guerra, sin rencor,
el perder a la espalda
y el ganar
más abajo del plomo, heridos mortalmente de honor,
50 locos de polvo, el brazo a pie,
amando por las malas,
ganando en español toda la tierra,
retroceder aún, ¡y no saber
donde poner su España,
55 dónde ocultar su beso de orbe,
donde plantar su olivo de bolsillo!
La huida de la gentes de Málaga, por la carretera del mar hasta Almería, uno de los episodios más crueles de la cruel guerra que protagonizaban los españoles contra sí mismos, es tomada por el Vallejo más hondo y tristísimo. “Málaga sin padre ni madre”, empezó el poema.
¡Málaga sin padre ni madre,
95 ni piedrecilla, ni horno, ni perro blanco!
¡Málaga sin defensa, donde nació mi muerte dando pasos
y murió de pasión mi nacimiento!
¡Málaga caminando tras de tus pies, en éxodo,
bajo el mal, bajo la cobardía, bajo la historia cóncava indecible,
100 con la yema en tu mano: tierra orgánica!
y la clara en la punta del cabello: todo el caos!
¡Málaga huyendo
de padre a padre, familiar, de tu hijo a tu hijo,
a lo largo del mar que huye del mar
105 a través del metal que huye del plomo,
al ras del suelo que huye de la tierra
y a las órdenes ¡ay!
de la profundidad que te quería!
¡Málaga a golpes, a fatídico coágulo, a bandidos a infiernazos,
110 a cielazos,
andando sobre duro vino, en multitud,
sobre la espuma lila, de uno en uno,
sobre el huracán estático y más lila,
y al compás de las cuatro órbitas que aman
y de las dos costillas que se matan!
La impresión causada al poeta este episodio atroz de la guerra le hará concluir:
¡Málaga, que estoy llorando!
¡Málaga, que lloro y lloro!
Guernica, Madrid, Bilbao, Santander son otros nombres de aquel año vividos por Vallejo desde su profundo desgarrón. En el fragmento “Mas desde aquí, más tarde”, vamos a encontrar uno de los versos más felices –y terribles- no solo de César Vallejo sino de la lírica de todo el siglo: “(…) y en que la madre pega con su grito, con el dorso de una lágrima”…
“Con el dorso de una lágrima”… En cada relectura la misma emoción y sorpresa. El tema de la madre en la guerra de España ya había sido escrito otras veces, especialmente en los versos
La guerra es mala, la guerra, odiada por las madres
entigrece a los hombres…
Tomemos un fragmento del fragmento-poema citado:
Mas desde aquí, más tarde,
desde el punto de vista de esta tierra,
desde el duelo al que fluye el bien satánico,
60 se ve la gran batalla de Guernica.
¡Lid a priori, fuera de la cuenta,
lid en paz, lid de las almas débiles
contra los cuerpos débiles, lid en que el niño pega,
sin que le diga nadie que pegara,
65 bajo su atroz diptongo
y bajo su habilísimo pañal,
y en que la madre pega con su grito, con el dorso de una lágrima
y en que el enfermo pega con su mal, con su pastilla y su hijo
y en que el anciano pega
70 con sus canas, sus siglos y su palo
y en que pega el presbítero con dios!
¡Tácitos defensores de Guernica!
¡oh débiles!¡oh suaves ofendidos,
que os eleváis, crecéis,
75 y llenáis de poderosos débiles el mundo!
El último poema de Batallas –En Madrid, en Bilbao, en Santander- César Vallejo lo emplea en resaltar otro episodio cruel de la guerra: el bombardeo de un cementerio.
¡En Madrid, en Bilbao, en Santander,
los cementerios fueron bombardeados,
y los muertos inmortales,
de vigilantes huesos y hombro eterno, de las tumbas,
80 los muertos inmortales, de sentir, de ver, de oír
tan bajo el mal, tan muertos a los viles agresores,
reanudaron entonces sus penas inconclusas,
acabar de llorar, acabaron
de esperar, acabaron
85 de sufrir, acabaron de vivir,
acabaron, en fin, de ser inmortales!
¡Y la pólvora fue, de pronto, nada,
cruzándose los signos y los sellos,
y a la explosión salióle al paso un paso,
90 y al vuelo a cuatro patas, otro paso
al cielo apocalíptico, otro paso
y a los siete metales, la unidad,
sencilla, justa, colectiva, eterna.
Bombardear por error un cementerio no es lo mismo que sacar a los muertos inmortales, que son todos los muertos, a las puertas de las iglesias para mofa y escarnio, como hicieron “las masas” en los primeros tiempos de la guerra, la odiosa guerra española. Igual de muertos inmortales fueron para reanudar entonces “sus penas inconclusas”, acabar de sufrir, acabar de vivir.
César Vallejo va a dedicar uno de sus grandes poemas inolvidables, signado con el III por Larrea, a Pedro Rojas. Se trata de ejemplificar en un hombre la muerte de la humanidad, pues es la humanidad, como Pedro Rojas, la que “también solía comer entre las criaturas de su mesa, asear, pintar la mesa y el vivir dulcemente en representación de todo el mundo.” La anécdota del poema, el “¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”, que Pedro Rojas solía escribir con su dedo gran en el aire.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos los compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
10 lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
15 ¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
20 el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.
El poeta, que desde el principio hace uso de los elementos simbólicos de la Pasión de Cristo, empleará en el poema los términos palo y madero, palo en que han colgado su madero. Pero un muerdo que muere en el madero siempre se levanta de la muerte, como este Pedro Rojas que, escribió Vallejo, así, “después de muerto”, se levantó, besó su catafalco ensangrentado, lloró por España, y volvió a escribir con el dedo al aire: “Viban los compañeros! Pedro Rojas. Porque, concluirá el poeta, “su cadáver estaba lleno de mundo”.
Cristo murió por el costado y el costado va a ser la imagen española de la muerte como la guerra fue la pasión vivida por el pueblo español en la sensibilidad del poeta.
¡ Ahí pasa! ¡Llamadla! ¡Es su costado!
¡Ahí pasa la muerte por Irán:
sus pasos de acordeón, su palabrota,
su metro de tejido que te dije,
5 su gramo de aquel peso que he callado ¡si son ellos!
¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome en los rifles,
como el que sabe bien dónde la venzo,
cuál es mi mañana grande, mis leyes especiosas, mis códigos terribles.
¡Llamadla! Ella camina exactamente como un hombre, entre las fieras,
10 se apoya de aquel brazo que se enlaza a nuestros pies
cuando dormimos en los parapetos
y se para en las puertas elásticas del sueño.
Como Cristo, la muerte caminó “como un hombre, entre las fieras”, la muerte española que no conoce a nadie.
En esta concentración de desatinos, por muy heroicos que puedan haber parecido, encuentra Vallejo el motivo del poema en aspectos esencialmente poéticos per se. En concreto, en su poema IX, “Pequeño responso a un héroe de la República” el poeta va a cantar el libro que lleva el héroe muerto. Los héroes muertos de la guerra de España, hoy sabemos, son intercambiables. Fueron todos a morir, a matar. Y todos murieron, y mataron. Sin saber muy bien que la muerte nunca puede ser buena, no la extinción sino la muerte, el crimen, la abyección. Que tanta hubo. El héroe de la República tenía un libro que no acabó de leer y que no fue enterrado con su cadáver. Es un poema de 23 versos.
Un libro quedó al borde de su cintura muerta,
su libro retoñaba de su cadáver muerto.
Se llevaron al héroe,
y corpórea y aciaga entre su boca en nuestro aliento;
5 sudamos todos, el hombligo a cuestas;
caminantes las lunas nos seguían;
también sudaba de tristeza el muerto.
Y un libro, en la batalla de Toledo,
un libro, atrás, un libro, arriba un libro, retoñaba del cadáver.
10 Poesía del pómulo morado, entre el decirlo
y el callarlo,
poesía en la carta moral que acompañara
a su corazón.
Quedóse el libro y nada más, que no hay
15 insectos en la tumba,
y quedó al borde de su manga, el aire remojándose
y haciéndose gaseoso, infinito.
Todos sudamos, el hombligo a cuestas,
también sudaba de tristeza el muerto
20 y un libro, yo lo vi sentidamente,
un libro, atrás un libro, arriba un libro
retoñó del cadáver ex abrupto.
Es un poema de primeros de septiembre de 1937. El poemario ha cruzado ya su ecuador de dolor. El poeta que rememora o lamenta batallas, se detiene en los muertos esenciales, trascendiéndolos, invoca a España de continuo, se identifica con la España de los voluntarios de la República y con lo que en 1937 significó la República española para la mayoría intelectual de Europa. Mas no puede entenderse como poesía de combate esta poesía de Vallejo, la poesía de Vallejo. Uno de los ejemplos más claros lo tomamos de su poema X, Invierno en la Batalla de Teruel, que fue terrible bajo el frío, bajo la nieve, como es sabido.
Así responde el hombre, así, a la muerte,
así mira de frente y escucha de costado,
así el agua, al contrario de la sangre, es de agua,
así el fuego, al revés de la ceniza, alisa sus rumiantes ateridos.
15 ¿Quién va, bajo la nieve? ¿Están matando? No.
Precisamente,
va la vida coleando, con su segunda soga.
¡Y horrísona es la guerra, solivianta,
lo pone a uno largo, ojoso;
20 da tumba la guerra, da caer,
da dar un salto extraño de antropoide!
Tú lo hueles, compañero, perfectamente,
al pisar
por distracción tu brazo entre cadáveres;
25 tú lo ves, pues tocaste tus testículos, poniéndote rojísimo;
tú lo oyes en tu boca de soldado natural.
El clímax se viene preparando desde el primer verso. César Vallejo no ha pretendido, creo yo, reflejar la guerra española, que le había desgarrado el corazón y arrancado la piel a tiras. La guerra de España debía ser un episodio inicial de algo nuevo, de una nueva era en donde proyectar y hacer brotar los ideales de una sociedad de justicia y alegría, la sociedad reversial de muchos de sus Poema humanos, una sociedad en donde estuviera el padre sentado a la mesa del almuerzo con la familia unida, y hubiera que comer, y los niños y las niñas pudieran cantar juntos en los colegios, y escribir el 2 en el cuaderno y no faltara la madre ni existiera la muerte. No se trata exactamente del paraíso prometido, el más allá de la muerte profetizado en la Biblia, ese espacio a donde se llega en espíritu y verdad y no habrá ni padre ni madre ni esposa ni nada que no sea la contemplación del rostro de Dios, del nombre de Dios. En Vallejo, el paraíso está más acá de ese cielo prometido y anunciado. Pero se llega a él por parecidos métodos, especialmente el método universal del amor, del amor total, sin sombra de duda, auténtico, sincero y conmovido.
Masa es el poema en que César Vallejo expresa su idea de resurrección, trasunto de una vida de justicia, una vida natural, no la vida de una España en guerra.
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver, ay siguió muriendo.
5 Se le acercaron dos y repitiéronle:
”¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
Clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
10 Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate, hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
15 le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorpórose lentamente ,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
“¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!” para que un cadáver siga muriendo, es decir, para que la muerte siga existiendo en su facies antihumana.
El poema ha tenido mil exégesis. Yo he tenido mil lecturas y para mí significa un giro fundamental en todo este conjunto de poemas que el poeta dejó antes de entrar en la cama de un hospital del que ya no salió vivo. Conociendo su proverbial distancia del poema definitivo, sabiendo como estibaba su corazón este poeta impresionante, no dudo de que Masa hubiera sido un poema centra de la poética central de César Vallejo. Es un poema fechado por el poeta el 10 de Nov. De 1937. Pocos meses separan esta escritura de sus palabras sobre Dios y la defensa que Dios mismo haría de él.
Entre Masa y el poema XIV, “Cuídate España de tu propia España”, César Vallejo escribe su jaculatoria “Redoble fúnebre a los escombros de Durango”. Digo jaculatoria por la estructura de oración, sencilla y repetitiva, del poema:
Padre polvo que subes de España,
Dios te salve, libere y corone,
padre polvo que asciendes del alma.
Padre polvo que subes del fuego,
5 Dios te salve, te calce y dé un trono,
padre polvo que estás en los cielos.
El poema, nada ingenuo por otra parte, concluye:
25 Padre polvo, sudario del pueblo,
Dios te salve del mal para siempre,
padre polvo español, padre nuestro.
Padre polvo que vas al futuro,
Dios te salve, te guíe y te dé alas,
30 padre polvo que vas al futuro.
Llegamos al poema XIV, cuyo primer verso reza “¡Cuídate, España, de tu propia España! Participa, del mismo modo, de una suerte de letanía para rezar por España en la que se va a pedir, a España, todo lo bueno que España necesita, en el sentir del poeta peruano: la hoz sin el martillo, el martillo sin la hoz, la víctima, el verdugo, el indiferente, del que “antes de que cante el gallo negárate tres veces, y del que te negó después tres veces”, de las calaveras sin las tibias y de las tibias sin las calaveras, ese quiasma tan vallejiano, y de los nuevos poderosos, del come come cadáveres, devora muertos “a tus vivos”, del leal ciento por ciento, del cielo más acá del aire del aire más acá del cielo, de los que te aman, de tus héroes, de tus muertos, de la República… Para concluir con un inequívoca ¡Cuídate del futuro!
El último poema de la serie, publicada por Juan Larrea con exquisita admiración por su amigo peruano, es el que da título al poemario: “España, aparta de mi este cáliz”. La referencia evangélica no es un recurso expresivo, es una toma del jugo primigenio de significación de ese pasaje en el que el Hijo de Dios ve su inmediato futuro y pide al Padre que si es su deseo no pase por esa muerte en cruz, esa pasión “voluntariamente aceptada”. Tomar la sustancia de un pasaje evangélico no es, necesariamente, incorporarlo al pensamiento poético. César Vallejo resume aquí sus temores y los espanta con su “digo, es un decir”, lo que viene a significar un imposible, imposible que la Madre España caiga, la Madre España, partera de naciones como la suya propia, Madre de un continente entero que se ve ahora en guerra, en muerte, en sangre y en agonía.
La invocación a los “niños del mundo” es le ruego al futuro para que no se materialice la muerte de una madre delante de sus hijos. “España es símbolo de la nueva sociedad universal, de la iglesia-sociedad protectora y amorosa”, escribió Roberto Paoli.
Han pasado 70 años de aquellos días. 70 años son casi tres generaciones. Lo que hoy es asunto de bisabuelos para muchos españoles, pretende ser exhumado y puesto en valor, en dudoso valor, por los herederos de aquellos días, sí, quienes hicieron imposible la convivencia, procuraron la guerra, la revolución, con el saldo de espanto, de dolor y de muerte conocido. Sin embargo, parados en este poema maravilloso, la estatura de César Vallejo no para de crecer. Se acercó a pecho descubierto a nuestro drama y vivió en su propia carne nuestro drama, que hizo suyo. No pudo ver, como Alberti, como Neruda, como tantos otros, la perspectiva de los años y los cambios del mundo. Se murió con se todo el mundo que era España en guerra para su sensibilidad especial, y espacial.
Nada mejor para concluir estas palabras que dando lectura a este poema impresionante, haciendo una nueva relectura de un poema esencial de la poesía en lengua española de todos los tiempos.
Niños del mundo,
si cae España –digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, por os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
Si cae –digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
Niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños
hijos de lo guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!
¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae –digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!....
He dicho.
(Fragmento del Discurso de Recepción en la Real Academia Hispano Americana)
Como Cervantes soy un narrador que ama la poesía por cima de todas las cosas. No diré como el inolvidable Fernando Quiñones del Whisky como ejemplo entre la pureza máxima y la aguada realidad de la narrativa. Cada cual tiene lo suyo, cada una su dificultad, lo reconozco, pero es la poesía la niña de mis ojos, mi oficio secreto, mi amor más íntimo. También yo diría que si Garcilaso volviera yo sería su escudero, que buen caballero era. Quiero decir que llamo Cádiz a todo lo dichoso que me acontece y que es un milagro de la primavera que al olmo seco, hendido por un rayo y en su mitad podrido, una hoja verde le saliera un día. Mi mundo de palabras, la palabra sobre palabra donde se asienta lo que soy, quiero decir lo que siento, lo aprendido, lo sufrido, el gozo, el miedo, el pasado, la madre, la esposa, el hijo, también la nieta que acaba de llegar, todo el tiempo, está en la poesía que he leído, no la que escribí, que es tan poca y es tan torpe. Remedo a Borges, pues, sobre la ufanía. Es la misma línea conspicua de Cervantes, de quienes no renunciaremos nunca a la palabra, que es Dios, la palabra que al decir crea y al crear dice, ese aliento de inmortalidad que suena, y suena, como la vieja moneda de oro, ese no sé qué que viene balbuciendo.
Como Cervantes soy un narrador que ama la poesía, como Bécquer, que era excelso, reconozco que suelo luchar contra el mezquino idioma y que, hay días, una extraña sensación de bienestar me sube desde las plantas de los pies cuando en palabras pongo en limpio lo que sueño, lo que intuyo, lo que pienso, lo que soy. Mi corazón. Párate, oh sol, yo te saludo, dijo Espronceda; que es el blanco el color del luto en Al-Andalus cosa cierta es, no ves mi pelo blanco en señal de luto por la juventud perdida, dijo el poeta hispano-árabe del siglo XIII en la Granada nazarí; amo el amor de los marineros que aman y se van, dijo Neruda, que también dijera me gustas cuando callas porque estás como ausente. Soy un revoltijo de poemas que flotan, de títulos que me elevan de esta condición mortal. ¿Sabían ustedes que el hueso es lo único que se resiste al amor y que la cebolla es escarcha cerrada y pobre? ¿Recuerdan que hubo quien no tuvo un abuelo que ganara una batalla? Alguien fue piedra y perdió su centro, y lo arrojaron al mar para después de mucho tiempo su centro volver a encontrar. La mierda, el agua y la bobería que finalmente somos, de creer a mi amigo Armas Marcelo, sin este sueño esculpido, esta piedra obstinada, este milagro que significa tanto, sin la poesía que construye, sin este arma cargada de futuro, sin este método de conocimiento, esta forma de no morir del todo, quería decir, si aquello que refiere el novelista de Las Palmas lo fuera todo, y no fuera la aurora la mano homérica de rosados dedos, ni el soldado que cae derrumbado por la pica del enemigo como una torre que levanta un estrépito de polvo… En definitiva, sin el Cantar de los Cantares, los almendros en flor y las violetas por las que preguntaba Antonio Machado a José María Palacios, sin el soneto más perfecto de la lengua castellana, que escribiera Quevedo para resumir diciendo que sería polvo, mas polvo enamorado… No sé, cómo podríamos construir un mundo sin un verso, una poética, una memoria del dolor de ser vivos, de la dicha de aquel que es apenas sensitivo o de la piedra dura, que esa ya no siente que no hay dolor más grande que el dolor de ser vivos…
Habitamos una lengua con dos orillas. La nuestra surgió de mil batallas, de ríos de sangre y de tiempo, pero la de allá surgió de muchos partos, de muchos hijos engendrados sobre un universo esplendoroso de selvas, ríos inconcebibles, cordilleras infinitas, inmensos desiertos, páramos incontables, distancias inverosímiles. Todo pareció predestinado para que Neruda pusiera las palabras de su Canto General. Había su prosa en esos siglos pero con las palabras y las ambiciones, el empeño del oro y de la cruz, sobre las espadas y los mosquetes, las armaduras y las pasiones, también entró la poesía en el Nuevo Mundo.
Fue mi maestro Luis Berenguer, ya dije, quien me habló de Vallejo. Le resultaba inconcebible Trilce, vivía una perfecta consternación con sus Poemas Humanos. Lo recuerdo, pese al paso cruel de tantos años, recitándome asombrado aquellos versos que rezaban:
Considerando en frío, imparcialmente
que el hombre es triste y, sin embargo, se complace
en su pecho colorado,
que es lóbrego mamífero y se peina…
“¡Qué es lóbrego mamífero y se peina!”, clamaba preso de un asombro sin tasa…
Una vez más un narrador, un novelista excelente como mi inolvidable maestro Luis Berenguer, con Cervantes, vivía en sus carnes el arrebato imbatible de la poesía. Condensación de todas las intuiciones, depurada esencia de la existencia humana y su memoria difusa desde el origen, la poesía lo ha sido todo en la cultura de los pueblos, en la cultura humana. De la palabra al alma de las palabras debió ser el camino que transcurrió desde el grito al gemido, el suspiro que no detiene la lágrima que cae por la mejilla tras leer el inspirado zéjel, la antigua épica, la primigenia poesía.
Excmo. Sr. Director, Ilmos. Sres. y Sras. Académicos, Autoridades, señoras y señores. Nací en el seno de una familia que vivió la guerra civil con caracteres dramáticos. Mi madre era religiosa de San Vicente de Paúl en el Hospital General de Jaén, dependiente de la Diputación Provincial, en julio de 1936. Tenía poco más 20 años. Cuidaba a los enfermos. Fue expulsada por milicianos y milicianas, junto a su comunidad. Mi padre era el mayor de una familia acomodada de cinco hermanos, todos varones. Brevemente: el mismo 18 de julio de 1936, los milicianos apresaron a mi abuelo, conduciéndolo a una checa. Su hijo mayor, mi padre, contaba que montó guardia días y días, siguiendo instrucciones de su madre, para ver su destino. El delito cometido por mi abuelo era poseer una radio alemana, pues era muy aficionado a la música clásica. La carga de la prueba fue que dicho aparato lo utilizaba para comunicarse con “los facciosos”. Un receptor de radio fue convertido en emisor de radio, lo que fue considerado suficiente para la requisa de la casa y de las fincas que poseía en el término de la provincia.
Ni aquel intrépido joven ni la temerosa monja se conocían entonces, sólo años después, acabada la guerra, se conocieron. Tras varias peripecias sencillamente emocionantes, se enamoraron y unieron sus vidas hasta que fallecieron. Más de 50 años después de su matrimonio.
Mi interés por conocer –y comprender- la guerra civil española tuvo siempre como una vivencia de primera mano, una experiencia de carne propia nada excepcional por cuanto millones de españoles, hijos o nietos de protagonistas de aquel desastre podrían decir lo mismo. Mi interés, decía, por conocer y comprender aquellos años de plomo, de odio, de rencor y de muerte, también de heroísmos, generosidad, entrega y amor a España, tuvo siempre la vertiente familiar.
No sería justo si no añadiera que en mi casa nunca se nos inculcó rencor ninguno, ni odio alguno. Sencillamente, se hablaba de aquel pasado bajo otras claves y se rogaba a Dios que nunca más llegara a nuestra patria semejante plaga.
Pero vivía en San Fernando y La Isla había caído enseguida del lado contrario a donde cayó Jaén, del lado “nacional”. Las historias que fui conociendo de este lado, los atropellos, las injusticias, y los asesinatos, los juicios sumarios, la represión en definitiva, que arrancó en los días en los que mi buen abuelo padecía en un checa, tenían el efecto del contraluz de la tragedia de España.
Era inevitable, pues, el que devorara cuanto libro caía en mis manos sobre ese período histórico y fuera todo oídos a las historias y los cuentos de los dramas vividos, dichos en penumbras semánticas, en frases de doble sentido, en oscurecimientos para que aquel niño, luego joven, y finalmente hombre, no se enterara demasiado y no preguntara demasiado.
De una lectura fundamental vengo a hablar hoy aquí, a esta docta institución académica. Vuestra benevolencia, ilustrísimos señores y señoras, ha querido que un narrador que ama la poesía pueda poner en limpio cuanto de ella ha aprendido y cuánto de ella ha podido emplear para conocer, desde el lado de aquí del alma, el alma de aquel período terrible y heroico de España. Y lo haga a través de una relectura, la relectura no sé cuántos de los últimos poemas de César Vallejo.
Escribió el poeta en el primero de los poemas agrupados bajo este título:
40 El mundo exclama: “¡Cosa de españoles!” Y es verdad. Consideremos,
durante una balanza, a quema ropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero
también del otro”: ¡punta y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo,
45 a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros
o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía
50 a Teresa, mujer, que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa…
Cosa de españoles, dejó escrito Vallejo. En el Himno a los voluntarios de la República.
140 ¡Porque en España matan, otros matan
al niño, a su juguete que se para,
a la madre Rosenda esplendorosa,
al viejo Adán que hablaba en voz alta con su caballo
y al perro que dormía en la escalera.
145 Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa página primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su bastón, a su colega,
al barbero de al lado –me cortó posiblemente,
150 pero buen hombre y, luego, infortunado;
al mendigo que ayer cantaba enfrente,
a la enfermera que hoy pasó llorando,
al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas…
¡Voluntarios,
155 por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
Estamos hablando de un poemario final que un poeta esencial escribe cuando todavía no sabe que va a ser un poeta póstumo, que serán unos poemas póstumos.
El 13 de marzo de 1938 el poeta se acuesta enseguida del almuerzo diciéndose cansado. Permaneció en cama el día siguiente.
La fiebre se apoderó de él poco a poco. Fue ascendiendo. El día 24 se le traslada a la Maison de Santé del Bd. Arago. Allí la fiebre continua entre los 39 5 40 grados pese a los intensos cuidados médicos. Cuenta Juan Larrea de aquellos días que Vallejo, que se había encerrado en un mutismo desde el comienzo, le dijo a Georgette, su mujer; “Escribe”. Y le dicta la siguiente frase: “Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: ¡Dios!”. Su estado no sufre mejoría alguna, pese a ser visitado por los más cualificados especialistas franceses de París. El día 14 de abril delia en su ya declarada agonía. Pretende ir a España. Por la tarde, en ausencia de Georgette, dejan penetrar en el cuarto a todas las visitas. El poeta exclama ¡Larrea! ¡Larrea! Por la noche sigue repitiendo: “Me voy a España”.
En la mañana del 15 de abril, viernes santo, expira a las 9 y 19, “sosegadamente”. El mismo día en que el ejército de Franco corta en dos el frente republicano de Aragón y llega al Mediterráneo.
Rememoro este suceso fatal para intentar un poco de luz en la cabal comprensión de sus poemas. Quiero decir que me lo digo a mi mismo: César Vallejo murió el viernes santo de 1938, el día en las tropas de Franco llegan al Mediterráneo. Ni ve el triunfo de los militares alzados contra la República ni ve, naturalmente, el fracaso de la República. Ni su triunfo, porque no existió.
Algunos autores señalan en este poemario póstumo se vislumbra ese fin pero no lo creo. Se trata, en todo caso, de un poemario incompleto, una derivación de su gran poemario, también póstumo, posterior a Trilce, los Poemas humanos. Es evidente que no sabremos nunca si estos 15 poemas, si España, aparta de mí este cáliz, de haber vivido el poeta y, por tanto, haber sido testigo del hundimiento militar de la República y del Estado republicano, hubiera sido el poemario que conocemos o hubiera sufrido profundos cambios, bien en la dirección de la poesía más combativa y radical de la época, la que hizo escribir a don Antonio Machado aquel verso terrible de su poema a Enrique Líster:
Si mi verso valiera tu pistola de capitán, contento moriría
La poesía de guerra de Alberti o Neruda.
Vallejo, en el poema signado con los dos palotes romanos, Batallas, había “tocado” el tema de los enfrentamientos armados entre españoles.
Hombre de Extremadura,
oigo bajo tu piel el humo del lobo,
el humo de la especie,
el humo del niño,
5 el humo solitario de dos trigos,
el humo de Ginebra, el humo de Roma, el humo de Berlín
y el de París y el humo de tu apéndice penoso
y el humo que, al fin, sale del futuro.
¡Oh vida! ¡oh tierra! ¡oh España!
10 ¡Onzas de sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua
y sangre muerte de la sangre viva!
No es sangre de un lado, no es la sangre republicana de la que habla el poeta, es la sangre de España, las onzas de sangre, los metros de sangre, la sangre muerte de la sangre viva, como finalmente resume, conmovedoramente.
España no es una abstracción ni un recurso poético para defender a la República, es una angustia sentida desde un amor tan profundo que nos nubla de lágrimas los ojos una vez más cuando leemos estos poemas.
En el segundo poema de Batallas –“Luego, retrocediendo desde Talavera”-, el poeta se eleva de la tragedia y de la sangre para hacer una invocación de la desventura y la desorientación, del profundo golpe que su alma ha recibido de España. Es cuando dice, en versos insuperables,
(…) ¡y no saber dónde poner su España,
dónde ocultar su beso de orbe,
dónde plantar su olivo de bolsillo!
Se trata de un breve poema que forma parte del poema total Batallas en donde se escribe de las batallas de algún modo vividas por vallejo desde 1936 a la fecha de septiembre en que cerró este poema fragmentado de 143 versos. Permítanme que lo relea aquí:
Luego, retrocediendo desde Talavera,
en grupos de a uno, armados de hambre, en masa de a uno,
45 armados de pecho hasta la frente,
sin aviones, sin guerra, sin rencor,
el perder a la espalda
y el ganar
más abajo del plomo, heridos mortalmente de honor,
50 locos de polvo, el brazo a pie,
amando por las malas,
ganando en español toda la tierra,
retroceder aún, ¡y no saber
donde poner su España,
55 dónde ocultar su beso de orbe,
donde plantar su olivo de bolsillo!
La huida de la gentes de Málaga, por la carretera del mar hasta Almería, uno de los episodios más crueles de la cruel guerra que protagonizaban los españoles contra sí mismos, es tomada por el Vallejo más hondo y tristísimo. “Málaga sin padre ni madre”, empezó el poema.
¡Málaga sin padre ni madre,
95 ni piedrecilla, ni horno, ni perro blanco!
¡Málaga sin defensa, donde nació mi muerte dando pasos
y murió de pasión mi nacimiento!
¡Málaga caminando tras de tus pies, en éxodo,
bajo el mal, bajo la cobardía, bajo la historia cóncava indecible,
100 con la yema en tu mano: tierra orgánica!
y la clara en la punta del cabello: todo el caos!
¡Málaga huyendo
de padre a padre, familiar, de tu hijo a tu hijo,
a lo largo del mar que huye del mar
105 a través del metal que huye del plomo,
al ras del suelo que huye de la tierra
y a las órdenes ¡ay!
de la profundidad que te quería!
¡Málaga a golpes, a fatídico coágulo, a bandidos a infiernazos,
110 a cielazos,
andando sobre duro vino, en multitud,
sobre la espuma lila, de uno en uno,
sobre el huracán estático y más lila,
y al compás de las cuatro órbitas que aman
y de las dos costillas que se matan!
La impresión causada al poeta este episodio atroz de la guerra le hará concluir:
¡Málaga, que estoy llorando!
¡Málaga, que lloro y lloro!
Guernica, Madrid, Bilbao, Santander son otros nombres de aquel año vividos por Vallejo desde su profundo desgarrón. En el fragmento “Mas desde aquí, más tarde”, vamos a encontrar uno de los versos más felices –y terribles- no solo de César Vallejo sino de la lírica de todo el siglo: “(…) y en que la madre pega con su grito, con el dorso de una lágrima”…
“Con el dorso de una lágrima”… En cada relectura la misma emoción y sorpresa. El tema de la madre en la guerra de España ya había sido escrito otras veces, especialmente en los versos
La guerra es mala, la guerra, odiada por las madres
entigrece a los hombres…
Tomemos un fragmento del fragmento-poema citado:
Mas desde aquí, más tarde,
desde el punto de vista de esta tierra,
desde el duelo al que fluye el bien satánico,
60 se ve la gran batalla de Guernica.
¡Lid a priori, fuera de la cuenta,
lid en paz, lid de las almas débiles
contra los cuerpos débiles, lid en que el niño pega,
sin que le diga nadie que pegara,
65 bajo su atroz diptongo
y bajo su habilísimo pañal,
y en que la madre pega con su grito, con el dorso de una lágrima
y en que el enfermo pega con su mal, con su pastilla y su hijo
y en que el anciano pega
70 con sus canas, sus siglos y su palo
y en que pega el presbítero con dios!
¡Tácitos defensores de Guernica!
¡oh débiles!¡oh suaves ofendidos,
que os eleváis, crecéis,
75 y llenáis de poderosos débiles el mundo!
El último poema de Batallas –En Madrid, en Bilbao, en Santander- César Vallejo lo emplea en resaltar otro episodio cruel de la guerra: el bombardeo de un cementerio.
¡En Madrid, en Bilbao, en Santander,
los cementerios fueron bombardeados,
y los muertos inmortales,
de vigilantes huesos y hombro eterno, de las tumbas,
80 los muertos inmortales, de sentir, de ver, de oír
tan bajo el mal, tan muertos a los viles agresores,
reanudaron entonces sus penas inconclusas,
acabar de llorar, acabaron
de esperar, acabaron
85 de sufrir, acabaron de vivir,
acabaron, en fin, de ser inmortales!
¡Y la pólvora fue, de pronto, nada,
cruzándose los signos y los sellos,
y a la explosión salióle al paso un paso,
90 y al vuelo a cuatro patas, otro paso
al cielo apocalíptico, otro paso
y a los siete metales, la unidad,
sencilla, justa, colectiva, eterna.
Bombardear por error un cementerio no es lo mismo que sacar a los muertos inmortales, que son todos los muertos, a las puertas de las iglesias para mofa y escarnio, como hicieron “las masas” en los primeros tiempos de la guerra, la odiosa guerra española. Igual de muertos inmortales fueron para reanudar entonces “sus penas inconclusas”, acabar de sufrir, acabar de vivir.
César Vallejo va a dedicar uno de sus grandes poemas inolvidables, signado con el III por Larrea, a Pedro Rojas. Se trata de ejemplificar en un hombre la muerte de la humanidad, pues es la humanidad, como Pedro Rojas, la que “también solía comer entre las criaturas de su mesa, asear, pintar la mesa y el vivir dulcemente en representación de todo el mundo.” La anécdota del poema, el “¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”, que Pedro Rojas solía escribir con su dedo gran en el aire.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos los compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
10 lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
15 ¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
20 el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.
El poeta, que desde el principio hace uso de los elementos simbólicos de la Pasión de Cristo, empleará en el poema los términos palo y madero, palo en que han colgado su madero. Pero un muerdo que muere en el madero siempre se levanta de la muerte, como este Pedro Rojas que, escribió Vallejo, así, “después de muerto”, se levantó, besó su catafalco ensangrentado, lloró por España, y volvió a escribir con el dedo al aire: “Viban los compañeros! Pedro Rojas. Porque, concluirá el poeta, “su cadáver estaba lleno de mundo”.
Cristo murió por el costado y el costado va a ser la imagen española de la muerte como la guerra fue la pasión vivida por el pueblo español en la sensibilidad del poeta.
¡ Ahí pasa! ¡Llamadla! ¡Es su costado!
¡Ahí pasa la muerte por Irán:
sus pasos de acordeón, su palabrota,
su metro de tejido que te dije,
5 su gramo de aquel peso que he callado ¡si son ellos!
¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome en los rifles,
como el que sabe bien dónde la venzo,
cuál es mi mañana grande, mis leyes especiosas, mis códigos terribles.
¡Llamadla! Ella camina exactamente como un hombre, entre las fieras,
10 se apoya de aquel brazo que se enlaza a nuestros pies
cuando dormimos en los parapetos
y se para en las puertas elásticas del sueño.
Como Cristo, la muerte caminó “como un hombre, entre las fieras”, la muerte española que no conoce a nadie.
En esta concentración de desatinos, por muy heroicos que puedan haber parecido, encuentra Vallejo el motivo del poema en aspectos esencialmente poéticos per se. En concreto, en su poema IX, “Pequeño responso a un héroe de la República” el poeta va a cantar el libro que lleva el héroe muerto. Los héroes muertos de la guerra de España, hoy sabemos, son intercambiables. Fueron todos a morir, a matar. Y todos murieron, y mataron. Sin saber muy bien que la muerte nunca puede ser buena, no la extinción sino la muerte, el crimen, la abyección. Que tanta hubo. El héroe de la República tenía un libro que no acabó de leer y que no fue enterrado con su cadáver. Es un poema de 23 versos.
Un libro quedó al borde de su cintura muerta,
su libro retoñaba de su cadáver muerto.
Se llevaron al héroe,
y corpórea y aciaga entre su boca en nuestro aliento;
5 sudamos todos, el hombligo a cuestas;
caminantes las lunas nos seguían;
también sudaba de tristeza el muerto.
Y un libro, en la batalla de Toledo,
un libro, atrás, un libro, arriba un libro, retoñaba del cadáver.
10 Poesía del pómulo morado, entre el decirlo
y el callarlo,
poesía en la carta moral que acompañara
a su corazón.
Quedóse el libro y nada más, que no hay
15 insectos en la tumba,
y quedó al borde de su manga, el aire remojándose
y haciéndose gaseoso, infinito.
Todos sudamos, el hombligo a cuestas,
también sudaba de tristeza el muerto
20 y un libro, yo lo vi sentidamente,
un libro, atrás un libro, arriba un libro
retoñó del cadáver ex abrupto.
Es un poema de primeros de septiembre de 1937. El poemario ha cruzado ya su ecuador de dolor. El poeta que rememora o lamenta batallas, se detiene en los muertos esenciales, trascendiéndolos, invoca a España de continuo, se identifica con la España de los voluntarios de la República y con lo que en 1937 significó la República española para la mayoría intelectual de Europa. Mas no puede entenderse como poesía de combate esta poesía de Vallejo, la poesía de Vallejo. Uno de los ejemplos más claros lo tomamos de su poema X, Invierno en la Batalla de Teruel, que fue terrible bajo el frío, bajo la nieve, como es sabido.
Así responde el hombre, así, a la muerte,
así mira de frente y escucha de costado,
así el agua, al contrario de la sangre, es de agua,
así el fuego, al revés de la ceniza, alisa sus rumiantes ateridos.
15 ¿Quién va, bajo la nieve? ¿Están matando? No.
Precisamente,
va la vida coleando, con su segunda soga.
¡Y horrísona es la guerra, solivianta,
lo pone a uno largo, ojoso;
20 da tumba la guerra, da caer,
da dar un salto extraño de antropoide!
Tú lo hueles, compañero, perfectamente,
al pisar
por distracción tu brazo entre cadáveres;
25 tú lo ves, pues tocaste tus testículos, poniéndote rojísimo;
tú lo oyes en tu boca de soldado natural.
El clímax se viene preparando desde el primer verso. César Vallejo no ha pretendido, creo yo, reflejar la guerra española, que le había desgarrado el corazón y arrancado la piel a tiras. La guerra de España debía ser un episodio inicial de algo nuevo, de una nueva era en donde proyectar y hacer brotar los ideales de una sociedad de justicia y alegría, la sociedad reversial de muchos de sus Poema humanos, una sociedad en donde estuviera el padre sentado a la mesa del almuerzo con la familia unida, y hubiera que comer, y los niños y las niñas pudieran cantar juntos en los colegios, y escribir el 2 en el cuaderno y no faltara la madre ni existiera la muerte. No se trata exactamente del paraíso prometido, el más allá de la muerte profetizado en la Biblia, ese espacio a donde se llega en espíritu y verdad y no habrá ni padre ni madre ni esposa ni nada que no sea la contemplación del rostro de Dios, del nombre de Dios. En Vallejo, el paraíso está más acá de ese cielo prometido y anunciado. Pero se llega a él por parecidos métodos, especialmente el método universal del amor, del amor total, sin sombra de duda, auténtico, sincero y conmovido.
Masa es el poema en que César Vallejo expresa su idea de resurrección, trasunto de una vida de justicia, una vida natural, no la vida de una España en guerra.
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver, ay siguió muriendo.
5 Se le acercaron dos y repitiéronle:
”¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
Clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
10 Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate, hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
15 le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorpórose lentamente ,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
“¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!” para que un cadáver siga muriendo, es decir, para que la muerte siga existiendo en su facies antihumana.
El poema ha tenido mil exégesis. Yo he tenido mil lecturas y para mí significa un giro fundamental en todo este conjunto de poemas que el poeta dejó antes de entrar en la cama de un hospital del que ya no salió vivo. Conociendo su proverbial distancia del poema definitivo, sabiendo como estibaba su corazón este poeta impresionante, no dudo de que Masa hubiera sido un poema centra de la poética central de César Vallejo. Es un poema fechado por el poeta el 10 de Nov. De 1937. Pocos meses separan esta escritura de sus palabras sobre Dios y la defensa que Dios mismo haría de él.
Entre Masa y el poema XIV, “Cuídate España de tu propia España”, César Vallejo escribe su jaculatoria “Redoble fúnebre a los escombros de Durango”. Digo jaculatoria por la estructura de oración, sencilla y repetitiva, del poema:
Padre polvo que subes de España,
Dios te salve, libere y corone,
padre polvo que asciendes del alma.
Padre polvo que subes del fuego,
5 Dios te salve, te calce y dé un trono,
padre polvo que estás en los cielos.
El poema, nada ingenuo por otra parte, concluye:
25 Padre polvo, sudario del pueblo,
Dios te salve del mal para siempre,
padre polvo español, padre nuestro.
Padre polvo que vas al futuro,
Dios te salve, te guíe y te dé alas,
30 padre polvo que vas al futuro.
Llegamos al poema XIV, cuyo primer verso reza “¡Cuídate, España, de tu propia España! Participa, del mismo modo, de una suerte de letanía para rezar por España en la que se va a pedir, a España, todo lo bueno que España necesita, en el sentir del poeta peruano: la hoz sin el martillo, el martillo sin la hoz, la víctima, el verdugo, el indiferente, del que “antes de que cante el gallo negárate tres veces, y del que te negó después tres veces”, de las calaveras sin las tibias y de las tibias sin las calaveras, ese quiasma tan vallejiano, y de los nuevos poderosos, del come come cadáveres, devora muertos “a tus vivos”, del leal ciento por ciento, del cielo más acá del aire del aire más acá del cielo, de los que te aman, de tus héroes, de tus muertos, de la República… Para concluir con un inequívoca ¡Cuídate del futuro!
El último poema de la serie, publicada por Juan Larrea con exquisita admiración por su amigo peruano, es el que da título al poemario: “España, aparta de mi este cáliz”. La referencia evangélica no es un recurso expresivo, es una toma del jugo primigenio de significación de ese pasaje en el que el Hijo de Dios ve su inmediato futuro y pide al Padre que si es su deseo no pase por esa muerte en cruz, esa pasión “voluntariamente aceptada”. Tomar la sustancia de un pasaje evangélico no es, necesariamente, incorporarlo al pensamiento poético. César Vallejo resume aquí sus temores y los espanta con su “digo, es un decir”, lo que viene a significar un imposible, imposible que la Madre España caiga, la Madre España, partera de naciones como la suya propia, Madre de un continente entero que se ve ahora en guerra, en muerte, en sangre y en agonía.
La invocación a los “niños del mundo” es le ruego al futuro para que no se materialice la muerte de una madre delante de sus hijos. “España es símbolo de la nueva sociedad universal, de la iglesia-sociedad protectora y amorosa”, escribió Roberto Paoli.
Han pasado 70 años de aquellos días. 70 años son casi tres generaciones. Lo que hoy es asunto de bisabuelos para muchos españoles, pretende ser exhumado y puesto en valor, en dudoso valor, por los herederos de aquellos días, sí, quienes hicieron imposible la convivencia, procuraron la guerra, la revolución, con el saldo de espanto, de dolor y de muerte conocido. Sin embargo, parados en este poema maravilloso, la estatura de César Vallejo no para de crecer. Se acercó a pecho descubierto a nuestro drama y vivió en su propia carne nuestro drama, que hizo suyo. No pudo ver, como Alberti, como Neruda, como tantos otros, la perspectiva de los años y los cambios del mundo. Se murió con se todo el mundo que era España en guerra para su sensibilidad especial, y espacial.
Nada mejor para concluir estas palabras que dando lectura a este poema impresionante, haciendo una nueva relectura de un poema esencial de la poesía en lengua española de todos los tiempos.
Niños del mundo,
si cae España –digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, por os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
Si cae –digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
Niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños
hijos de lo guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!
¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae –digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!....
He dicho.
(Fragmento del Discurso de Recepción en la Real Academia Hispano Americana)
Fuente: Blog de Enrique Montiel
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