06 abril 2008

Murió en París con aguacero

En la mañana del 19 de abril de 1938 hacía frío en París y una llovizna persistente mojaba a los que acompañaban el ataúd de César Vallejo al cementerio de Montrouge. Tristán Tzara, Nicolás Guillén, Louis Aragon, André Malraux, Juan Larrea y otros seguían con paso cansado el cortejo para rendirle homenaje “a aquel que torturado por los trágicos acontecimientos de España no pudo resistir tanto dolor”.

El 13 de marzo el cholo Vallejo había decidido “echarse en cama a descansar”: Su cuerpo no da más. Análisis, radiografías, hemoculturas, intentan identificar una misteriosa fiebre. Nada. El poeta comienza a delirar y recuerda a la España que también agoniza. “Me voy a España, quiero ir a España” grita poco antes de morir a las nueve de la mañana del viernes 15 de abril de 1938. Nieto de sacerdotes españoles y de mujeres indígenas, César Abraham Vallejo nació en 1892 en Santiago de Chuco, poblado rural ubicado a más de tres mil metros de altura en los Andes.

Es el undécimo y último hijo de Francisco de Paula Vallejo y de María de los Santos Mendoza. “Un niño gozoso en cuyos ojos -cuenta su hermana Jesús- brotaban lágrimas de continuo”.

Desde pequeño Abrahamcito, como le decían en su casa, sintió inclinación por lo religioso. Soñaba con ser Obispo o tal vez Papa o santo. Ello no le impedía gustar de los juegos propios de su edad y montar en pelo tardes enteras o “amanecer riendo en las tibias colchas de Vicuña” cambiando cosquillas con sus hermanos Aguedita, Nativa y Miguel.

Ya en su infancia se presagiaban algunos de los motivos centrales de su vida y su obra. La muerte con los humildes entierros del pueblo y el hambre que obsesionaban a Vallejo, pese a no pasar penurias.

El hombre más triste

Tras la escuela primaria sale por primera vez de su pueblo hacia Huamachuco a continuar los estudios escolares. En el viaje vive una experiencia que será decisiva: conoce el sitio minero de Quirulvica donde se enfrenta a la degradación del hombre que en 1931 denunciará en su novela Tungsteno.

Pronto descubre la literatura y empieza a escribir sus primeros versos. “Si Santiago de Chuco -escribirá más tarde- me dio la materia prima, el bloque amorfo, Huamachuco pulimentó aquel bloque e hizo de él una obra de arte”.

Desempeña varios oficios y luego de un intento frustrado de estudiar medicina, se inscribe en 1913 en la Facultad de Letras de Trujillo. Paralelamente trabaja de profesor. Alumno suyo fue el novelista Ciro Alegría. “Bajo la abundante melena -recuerda Alegría- su faz mostraba líneas duras y definidas. Sus ojos oscuros brillaban como si hubiera lágrimas en ellos. De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste”.

En Trujillo se reúne con la intelectualidad de vanguardia y publica poemas en periódicos. Poco a poco Vallejo va tomando actitudes típicas de poeta romántico: se viste de oscuro y tiene amores tormentosos. La pérdida de su amada, Zoila Rosa Cuadra, lo obliga a huir a Lima. Allí recibe la noticia de la muerte de su madre. Le escribe a uno de sus hermanos “Yo vivo muriéndome. En este mundo no me queda nada. Apenas el bien de la vida de nuestro papacito: el día en que esto haya terminado, me habré muerto yo también para la vida y el porvenir y mi camino se irá cuesta abajo. Así paso mis días huérfano, lejos de todo y muerto de dolor”.

Martillo sin clavos

En 1919 publica Los heraldos negros. Esto atenúa un poco su dolor, pero pronto volverá a la fuente de las depresiones. La bohemia lo envuelve: “Yo sé de la bohemia, yo conozco su hueso amarillento, su martillo sin clavos, su par de dados, su gemebundo gallo negativo”.

Después de las noches más negras se le encontraba solo en algún bar con sus ojos profundos -cuenta un amigo- su melena negra y lacia, sus arrugas que le atravesaban el rostro y su gran frente, envuelto en un halo de tristeza y ternura infinita pero siempre discreto. Correcto en el vestir y dado a rasgos imprevistos de humanismo”.

Un año más tarde Vallejo es encarcelado por un confuso incidente en Trujillo. La intelectualidad peruana protesta y logra, luego de 112 días que el poeta quede libre. “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú” dirá después.

Su segunda obra Trilce, la publica en l922 en medio de una gran incomprensión e indiferencia. “Ha nacido en el mayor vacío” contó Vallejo a su amigo Antenor Orrego. Soy responsable de él. Hoy más que nunca siento gravitar sobre mí una hasta ahora desconocida obligación de hombre y de artista, la de ser libre.

Hambre y soledad en París

En 1923 Vallejo, cansado del proceso judicial y del ambiente limeño se embarca a París en el vapor Oroya. Le acompaña un amigo, una moneda de 500 soles y un librito para aprender francés.

París es duro con el poeta de los Andes. Vive inviernos difíciles “No teniendo recursos para pagar una habitación -cuenta Ernesto Moore- Vallejo salía a tomar el metro en el que podía descansar y dormir unas dos o tres horas tomando conexiones. Después deambulaba por los bulevares y era echado por la policía”. París no quiere al poeta. Vallejo sufre el dolor y la miseria que no le permiten crear. Desea volver al Perú. “Aquí me muero, me asfixio, me desespero”.

Lo operan de una hemorragia intestinal y pasa semanas horribles en el hospital de La Charité. Teme por su vida y padece de grandes dolores físicos. También le acosan padecimientos espirituales fuertes. “Hay en la vida horas de una negrura lóbrega y cerradas a todo consuelo. Hay horas acaso más siniestras que la tumba. Yo no las he conocido antes. Este hospital me las ha mostrado y no las olvidaré” dirá más tarde.

La muerte y el absurdo de la existencia comienzan de a poco a asomarse. Por las ventanas de los hoteluchos en los que se aloja contempla las mañanas, el aire y el sucio río de París y en medio de su ajetreo sin sentido se acuerda de los suyos, allá tan lejos.

En medio de sus infortunios en 1926 conoce a Georgette Phillippart, su última compañera. Y pronto se reencuentra con el mundo intelectual europeo y latinoamericano.

A pesar de que consigue algunos trabajos, como traductor y colaborador de diarios limeños, la pobreza no se le despega. En 1928 le escribe a un amigo: “Yo no sé que haré este año. Es una cosa terrible. Por de pronto estoy calato y sin tener como pagar mi hotel ¿hasta cuando durará mi pobreza mortal?”.

Entre recorridos por Europa y viajes a la URSS (estuvo tres veces allí) Vallejo va acrecentando cada vez más su preocupación política y social. Se acerca al marxismo en el que ve una esperanza. Escribe: “Comparto mi vida entre la inquietud política y social y mi inquietud mía para adentro”.

El cáliz amargo de España

Por razones políticas es expulsado de Francia en 1931. De vuelta en 1936 lo sorprende en París el estallido de la Guerra Civil en España. Conmovido Vallejo vuelca todas sus fuerzas en mitínes y asambleas: recolecta dinero en las calles, suda, aplaude y llora por la causa republicana.
A fines de año visita el frente de batalla e intuye que la suerte está echada, titula “España aparta de mi este cáliz” a un conjunto de poemas dedicados al combate del pueblo español.

La madre España “con su vientre a cuestas” le duele cada vez más. Quiere volver al Perú pero el gobierno le pide que deje sus ideas políticas. Vallejo opta por sus convicciones. En París tiene una cita pendiente: “me moriré en París y no me corro”.

En los últimos meses de 1937 alcanza su máxima producción: escribe y retoca casi todos sus poemas que resultarían póstumos y que constituyen lo medular de su obra. A comienzos del 38 el Cholo ya no puede más con la vida y el desgano. La tristeza se apodera de él. Le faltan Santiago de Chuco y la España doliente.

La agonía

Un famoso médico llamado Lemière acude a su lecho y lo examina minuciosamente. Dice: “veo que este hombre se muere pero no sé de qué”. Apoyada en ese testimonio Georgette, la esposa exaltada y desesperada, hace lo imposible para luchar contra la muerte. Las cartas del amigo de Vallejo, Gonzalo Moore, describen con vivos detalles lo ocurrido en los últimos días del poeta:

“No sé lo que ocurrió pero el hecho es que Lejar (médico enviado por la Embajada del Perú para atender a Vallejo) se negó durante varios días a asistir al Cholo dando como razón de que su mujer era loca...”

Una semana antes de morir vino a verlo un profesor cuyo nombre no recuerdo pero que parece que es la autoridad más reconocida en enfermedades tropicales. Tú sabes para los europeos decir Perú es decir trópico, enfermedades desconocidas: no imaginan que el Cholo nació y creció donde las únicas enfermedades que existen son la pulmonía y el tifus. El profesor en cuestión dijo que probablemente se trataba de fiebre de malta. Le hicieron varios análisis para comprobar el diagnóstico pero tampoco era fiebre de Malta. Cada día el Cholo se hundía más y lo veíamos perder terreno con una velocidad tremenda. Entonces Georgette desesperada apeló a una serie interminable de magnetizadores, astrólogos, magos y brujos que fatigaban terriblemente al pobre Cholo. Jorge Seoane lleno de rabia tuvo un día una disputa violenta con Georgette que había obligado al Cholo a estar sentado mientras le hacían pases magnéticos, Una punción lumbar, ordenada por los médicos, que le produjo dolores terribles, lo acabó de matar.

Murió un Viernes santo.

El mismo testigo agrega: “Como murió en Viernes Santo no pudo enterrársele hasta el martes 19. Durante cuatro días estuvo expuesto en el cuarto de la clínica. Cada día el olor de descomposición del cadáver se hace más violento”.

Luego de la muerte Moore testimonia:

“Las enfermeras nos hicieron salir del cuarto para vestirlo y cerrarle la boca, que había permanecido abierta con un terrible rictus de sufrimiento. En el cuarto se sentía ya el olor de la muerte. Cuando salimos con Juanito entraba el cura que no se quien tuvo la idea de llamar. De ahí la leyenda de El Comercio en cuanto a que Vallejo se convirtió al catolicismo a última hora. Yo tengo la evidencia de que fue la legación de Perú la de la idea del cura. Cuando tenga más calma te explicaré toda la intriga que aquí se tejió, para hacer aparecer que el Cholo se había confesado y comulgado. Pero, y a nombre de la memoria de César, te doy mi palabra de honor de que no pensó en algún cura ni vio ninguno”...

Así a los 46 años César Vallejo murió en París. Y a los cien años de su nacimiento su voz está entre las más altas del idioma español en este siglo.

Cristóbal Marín

Fuente: Fundación Neruda


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