Por Danilo Sánchez Lihón Los sucesos del 1 de agosto de 1920 en Santiago de Chuco –un día en que recorre las calles la procesión de la “Octava del Apóstol” Santiago el Mayor– tuvieron como desenlace la muerte del ciudadano Antonio Ciudad debido al disparo de fusil de uno de los gendarmes ebrios y amotinados. La bala destrozó el cráneo de esta persona, que acompañaba en ese momento al Subprefecto Provincial Ladislao Meza y a una comitiva de pobladores.
La reacción del pueblo enfurecido acabó con la vida de los policías Lucas Guerra y Julio Ortiz, tras lo cual se violentaron las oficinas de correos y telégrafos cuyo titular era César de la Puente y, por la noche, se produjo el saqueo e incendio de la casa comercial de Carlos Santa María. Corolario de todo ello fue el encarcelamiento en Trujillo, cuatro meses después y por ciento doce días con sus noches, del poeta César Vallejo.
Todo lo escrito a continuación forma parte de la tradición oral de Santiago de Chuco, que escuché repetidas veces durante mi infancia a las personas mayores que vivieron directamente estos sucesos. Por coincidencia, mi casa queda en el mismo barrio donde vivían la mayoría de los implicados principales de estos acaecimientos, como el domicilio del propio César Vallejo.
Los acontecimientos en algún momento adquirieron la forma de un alzamiento popular en reacción a hechos gravísimos perpetrados por gendarmes ebrios liberaron a presos comunes, amotinamiento, insulto a la autoridad, asesinato a mansalva de un ciudadano notable de la ciudad y todo esto de parte de quienes su función es resguardar el orden.
De allí que el pueblo indignado asalta el Puesto de gendarmes, captura la armería y se distribuyen armas entre los ciudadanos presentes más relevantes. Hubo testigos que confirmaron haber visto a César Vallejo con fusil al hombro, cartuchera de balas atadas al cinto recorriendo las calles junto con el grupo de personas indignadas ante los sucesos producidos por el cuerpo policial ebrio. ¿Cómo no lo iba a asumir así un hombre apasionado y de convicciones populares profundas?
1. Ni bien pasa la procesión del Apóstol se desata el infierno en Santiago de Chuco
Pedro Lozada, que tiene respeto y cariño por don Gerardo Sánchez Mendocilla, propietario del fundo Chaguín, agricultor y ganadero próspero, tocó nerviosa, compulsivamente y por tercera vez la puerta de su casa en la calle Manco Cápac, en la parte alta del pueblo.
Serán las nueve de la noche que ya, para Santiago de Chuco, es una hora avanzada en que la gente ya está acostada en sus camas y es posible que haya conciliado el sueño.
– ¿Quién es? –contestaron desde dentro, entre inquietos y molestos.
– Soy yo, don Gerardo. Soy yo, su amigo Pedro Lozada... –se escuchó decir desde afuera, pero pronunciando las palabras con la voz como si fuera un resuello, como queriendo que nadie más escuche.
Don Gerardo abrió la puerta cautelosamente, con la lámpara en una mano, y Pedro Lozada, sin dar un paso adelante pero metiendo la cabeza hacia adentro, bajando la voz hasta hacerla un susurro y cubriéndose con una mano el lado de la boca para que no se expanda lo que va a decir; en absoluto secreto le expresa:
– Mañana no salga por nada del mundo a la calle don Gerardo, porque mañana arde Santiago de Chuco.
– ¿Así? ¿De qué se trata Pedro que me has despertado siendo ya tan tarde?
– No puedo decirle más don Gerardo, pero ni bien pasa la procesión se va a desatar el infierno en Santiago de Chuco.
2. Deja de ser mi hija quien se une con una persona como ésa
Este aviso se da a las nueve de la noche del 31 de julio del año 1920 y tiene importancia porque se vincula con el amotinamiento de la gendarmería del lugar y el saqueo e incendio de la casa comercial de Carlos Santa María Aranda, que ocurre al día siguiente 1 de agosto; en plena Segunda Fiesta del Apóstol, lo que motivó la persecución y el encarcelamiento posterior del poeta César Vallejo.
¿Pero quién es Pedro Lozada, apodado también el "zambo Lozada? Es uno de los guardaespaldas de Héctor Vásquez Ruiz, propietario de tierras, participante en política y hombre temible quien hace un año y medio ha hecho suya a Francisca, hija de don Vicente Jiménez, quien es Alcalde de la Provincia, hombre influyente y potentado, quien recibe este episodio de su vida y en el seno de su familia como una afrenta, dando lugar a que desherede a su hija y sancione este percance con una decisión tajante y un anatema, diciendo:
– ¡Deja de ser mi hija quien se une con una persona como ésa! –y, esto, lo exclama pese a que ambos son partidarios de la misma agrupación política, el leguiísmo, corriente que resultaba perturbadora para los “pardistas”, como Carlos Santa María, seguidores de José Pardo que constituyen una fuerza ya tradicional en esta casi siempre calmada y tranquila villa.
3. De la plata de este cajón les pagaba sus haberes y emolumentos
Ha transcurrido año y medio desde que el padre condenara así a su hija y por extensión a su no aceptada pareja: Héctor Vásquez Ruiz. Sin embargo, aquél no ceja en sus intentos para congraciarse con su importante suegro o, para mejor decirlo, con el padre de quien es ya su mujer.
De allí que cuando Héctor Vásquez Ruiz pasa, y vuelve a pasar, comprobando que es cierto lo que sus ojos han visto que ocurre en la tienda de don Carlos Santa María, se detiene en la esquina contigua para tratar de avizorar todas las consecuencias que traerá la escena que acaba de percatarse que está aconteciendo.
Pero, ¿qué es lo que ha visto?
Que Carlos Santa María y el Jefe del Puesto de gendarmes, alférez Carlos Dubois, beben y conversaban secretamente. El primero le sirve copa tras copa al segundo, a quien todo el tiempo le cuchichea algo al oído.
Héctor Vásquez espera en la esquina de la botica de don Luis Ruiz para ver en qué terminaba esta evidente conspiración.
Un momento se acerca con disimulo a la puerta y escucha que Carlos Santa María le dice:
– Ya ve, pues, alférez. Yo para pagarles a ustedes lo hacía de lo que me rinde esta tienda; de la plata de este cajón es de donde les pagaba sus haberes y emolumentos.
4. Ocurrieron estos hechos que motivaron el encarcelamiento de César Vallejo
– Ahora lo veo muy claro, don Carlos. ¡Y pensar que a usted lo han tratado de modo tan ingrato! Pero la política es así; como tiene sus altos tiene sus reveses.
– Yo para pagarles a ustedes no esperaba que llegue la plata de Trujillo, sino que de mi propio peculio lo hacía. ¡Y de buena gana, oiga usted! Tanto pagaba su sueldo como el de sus subordinados.
– En cambio ahora nos morimos de hambre con Leguía y los ineptos que ocupan los cargos públicos. Usted sí era un buen Subprefecto don Carlos, puntual y bien amigo de sus amigos.
– Pero, ahora vayan a ver si hace lo mismo el sordo y ferrocarrilero de Ladislao Meza y su camarilla. Vayan y ¡cóbrenle el sueldo que les tiene atrasado!
Era cierto. Ladislao Meza no oía y además trabajó de Comisario General del Ferrocarril Chuquicara-Cajabamba. Fue Sargento Mayor y Subprefecto interino de Santiago de Chuco desde el 26 de julio hasta el 24 de septiembre del año 1920, período en el cual sucedieron los hechos que motivaron que César Vallejo sufriera cárcel en Trujillo y persecución de por vida.
– ¡Ni fiesta hemos tenido, don Carlos! ¡Qué vida ésta! ¡Y con lo sacrificada que es esta función! ¡Ni comida tienen nuestros hijos!
5. ¡Se está azuzando a los gendarmes! Beberán mucho alcohol esta noche
– Pero, ¿por qué no van a reclamar ahorita mismo? ¡A ver si a ese sordo lo apoyan sus compinches! ¡Vaya, pues, y reclámele su paga! ¡A él y a la sarta de brutos que lo secundan! Y que se han puesto tan insolentes, oiga usted, con eso de la “Patria Nueva” de Leguía.
– No sabemos qué hacer don Carlos. Pero usted cuente con nuestro apoyo para lo que necesite.
– ¡Pero por ahora reclamen enérgicamente! Y de mi parte llévele estas botellitas de pisco a sus subalternos, como una prueba más de mi afecto, cariño y amistad.
Ahí fue cuando Héctor Vásquez Ruiz se retiró en forma sigilosa e hizo una señal a Pedro Lozada y al negro Pozú, que lo esperaban a una cuadra. Se le acercaron, con toda prontitud y obsecuencia.
– ¡Vayan y reúnan corriendo a los nuestros que quiero dar unas instrucciones precisas!
Más tarde, cuando estuvo reunida su gente de confianza, les dijo:
– ¡Se está azuzando a los gendarmes! Beberán mucho alcohol esta noche; mañana estarán exaltados y será un día en que va a arder Santiago de Chuco.
– Tú –le dijo a uno de ellos–, anda avisa a don Vicente Jiménez de lo que está ocurriendo. Al final le dices que es un mensaje que va de parte mía. Y no se te olvide de repetir mi nombre al final:
–De su yerno Héctor Vásquez Ruiz.
6. El nuevo gobierno, originó un terremoto burocrático nacional
Después de deslizarse por la oscuridad de las calles, Pedro Lozada creyó oportuno prevenir también a don Gerardo Sánchez Mendocilla para que no saliera a la calle el día siguiente, 1 de agosto de 1920, que se bosquejaba como un día peligroso.
Había evidencias de que tendrían lugar sucesos violentos, lo que se temía desde semanas antes, justamente para las fiestas patronales empezadas hacía 15 días.
Y es que el nuevo gobierno, originó un terremoto burocrático nacional, acabando con el cargo de Subprefecto interino ejercido en Santiago de Chuco por Carlos Santa María, función que fue transferida a manos de Ladislao Meza, del grupo leguiísta al cual pertenecían Vicente Jiménez, Víctor y Manuel Vallejo –hermanos del poeta–, Benjamín Rabelo, Andrés y Antonio Ciudad, Pedro Peláez, entre muchos otros.
La atmósfera se había puesto tensa. El pretexto: no haber llegado el dinero para pagar a los gendarmes. El resquemor: el cambio de autoridades que había ocurrido por la asunción al poder de Augusto B. Leguía. El trasfondo: las rivalidades políticas y un hecho inusitado, nunca visto, increíble y explosivo ocurrido hacía cuatro meses.
7. Preso Vicente Jiménez, lo cual constituía una osadía tremenda
¿Qué ocurrió cuatro meses antes? Algo muy grave, nunca visto en toda la historia del pueblo; esto es que, aprovechando de su posición de Subprefecto interino, don Calos Santa María dio un golpe demoledor a su enemigo principal y acérrimo, nada menos que el Alcalde de la provincia, don Vicente Jiménez, convertido aunque sin quererlo ni aceptarlo, en padre político de Héctor Vásquez Ruiz.
¿Cómo es que se urdió aquel hecho tremendo?
El Subprefecto interino Carlos Santa María acusó al Alcalde, ante la autoridad de Trujillo, de estar organizando un ejército de montoneros y subvirtiendo el orden en Santiago de Chuco, denuncia que fue atendida y a partir de la cual se dictó una orden de captura en marzo de este año, en contra de Vicente Jiménez, personaje de mucho arraigo y presencia en toda la comarca.
Al llegar el dictamen de arresto se procede de forma rápida y sumaria a darle curso. Los gendarmes a incitación de Carlos Santa María no hacen más que obedecer y ejecutar el mandato, tomando preso a Vicente Jiménez, lo cual constituía una osadía tremenda.
8. ¡Ay, cholito, cholito! Ruega a Dios que no regrese yo con vida
– Hay que amarrarlo. ¡Puede escapar! –Advierte Carlos Santa María refiriéndose a Vicente Jiménez el Alcalde, quien le lleva años de edad–. Así es que ¡pónganle cadena y pásenla por debajo de la mula!
Así ordena en la curva de Las Guitarras, que es la salida a Trujillo hasta donde él ha ido para comprobar con sus propios ojos que se cumplan sus instrucciones a todas luces insultantes y provocativas.
Porta además Carlos Santa María un fuetecillo en las manos, que lo blande, para mayor afrenta.
– ¡Pobrecito, el niño Vicente! –se atreve a murmurar una viejecita.
– ¡Cállese la boca! –grita. Y amenaza a la mujer con castigarla.
Y volviéndose a los gendarmes, para humillar más a su víctima ordena:
– ¡Átenlo de manos!
De allí que en Santiago de Chuco se recita como copla la respuesta o el comentario que alcanzara a expresar Vicente Jiménez:
Ruega a Dios y a la Virgen,
y a todos los santos del cielo
que no regrese yo con vida.
Porque si regreso con vida
¡ya verás lo que te pasa
pobre y triste cojudito!
9. Vicente Jiménez ha regresado libre y con vida
Eso dice Vicente Jiménez, con un rictus de desprecio dirigido a Carlos Santa María.
Cuando lo engrilletan, enlazando la cadena que le sujeta los dos pies por debajo de la panza de la mula, vuelve a repetir su frase: “Ruega que no vuelva...”
Y así llegó hasta Trujillo, encadenado y atadas las manos.
Todo esto ha ocurrido hace siete u ocho meses.
Vicente Jiménez ha regresado libre y con vida. Y ahora los ánimos están caldeados al rojo vivo.
Además, Carlos Santa María ya no es Subprefecto.
Sin embargo los policías al mando del Alférez Carlos Dubois lo secundan y reciben sus órdenes y consignas.
Acaba de ofrecerle su respaldo. ¡Para lo que sea!
De allí que el Subprefecto Ladislao Meza ha traído sus propios soldados desde Huaraz y el guapo de Héctor Vásquez Ruiz también tiene su gente y quiere vengar la afrenta cometida contra su suegro, y para congraciarse con él.
A todo esto, ¿dónde está el poeta César Vallejo?
10. Vallejo regresa decidido a cambiar el rumbo y el curso que está tomando el destino
Desde inicios del mes de mayo y todo el mes de junio de 1920 César Vallejo acompañado de su amigo Juan Espejo Asturrizaga permanece en Santiago de Chuco, recorriendo la campiña y gozando de días plácidos y amenos en el seno del hogar paterno, situado en el barrio de Cajabamba, o Santa Mónica como también se lo llama.
Visita a Otilia, su sobrina, en Irichugo donde es maestra y adonde ella lo invita a pasar algunos días. Terminando junio con Juan Espejo regresan a Trujillo, llegando a esta ciudad el 3 de julio después de cuatro días de penosa caminata a lomo de acémila, haciendo escala en Menocucho desde donde se toma el tren para llegar a la costa. Estos son viajes arduos y costosos que se dejan pasar largos períodos antes de emprenderlos, por lo difícil y arriesgada que resulta la travesía.
Sin embargo, pese a recién acabar de llegar a la capital departamental, César Vallejo inesperadamente regresa a los dos días otra vez a su pueblo habiéndose despedido de él con mucho sentimiento. Esto deja perplejo y sorprendido a Juan Espejo y a sus amigos de Trujillo.
¿Por qué regresa así? La razón es el amor a su sobrina Otilia. Al no haber aceptado él proseguir la relación ella abruptamente con él ha decidido casarse con un lugareño. Arrepentido en el camino César Vallejo vuelve, decidido a cambiar el rumbo y el curso que está tomando el destino.
Participa en la primera fiesta y uno de esos días apadrina al hijo de su hermano Manuel Natividad.
11. Reconocen que en el pueblo no puede faltarse al principio de autoridad
Mientras tanto, el alférez Carlos Dubois la noche del 31 de julio lleva al puesto de gendarmes las botellas de pisco generosamente donadas por don Carlos Santa María. Allí los custodios del orden conjuntamente con el alférez beben toda la noche. Al amanecer cantan, lanzan varios disparos al aire, gritan y profieren insultos a las autoridades del nuevo gobierno que los tiene impagos. Abren la cárcel y dejan libres a los presos.
Pasada la procesión vuelven a escucharse disparos y se ve a la gendarmería salir armada a reclamar sus sueldos ante el Subprefecto Ladislao Meza quien previendo desmanes que pudieran atentar contra su vida, tiene una guardia personal de gente armada traída especialmente de Huaraz.
La manera de insistir de los gendarmes que están ebrios, es descomedida e insolente, de tal modo que las personas que han seguido al cortejo se sienten irritadas porque reconocen que en el pueblo no puede faltarse al principio de autoridad si es que se anhela un clima mínimo de paz ciudadana.
– ¿Qué dicen? ¿Qué dicen? –pregunta desesperado Ladislao Meza, que no oye casi nada.
– ¡Le han insultado señor Subprefecto! ¡Le han insultado!
– ¡Han insultado al Subprefecto! –es la voz que corre nerviosamente por las calles.
– ¡A la autoridad política no se le falta el respeto! –repite la gente.
12. Caminando por el borde de las paredes, llega al campanario donde toca a rebato
– ¡Los cachacos han insultado al Subprefecto! ¡Su jefe es un borracho! –alegan los partidarios de Ladislao Meza– ¡Esto no lo podemos consentir!
Los gendarmes han vuelto a su local. Pero se ha congregado un grupo de personas que han visto por conveniente acercarse al Puesto de gendarmes para reclamar que se guarde la debida compostura.
Los uniformados se han acuartelado y entre ellos y una comitiva que está adelante intercambian palabras airadas. Repentinamente desde dentro sale un disparo que pasa rozando la cabeza de Telésforo Paredes, el Subprefecto Ladislao Meza y la bala va a dar en el cráneo de Antonio Ciudad cuyos sesos quedan esparcidos y pegados en la pared de enfrente, que es la casa de don Santiago Calderón.
Todo esto ocurre a las 3.20 de la tarde del 1 de agosto del año 1920.
Vicente Jiménez enterado de estos sucesos baja desde su casa situada en la parte alta del pueblo. Porta un fuetecillo en la mano y se le oye arengar a la gente: “¡El pueblo se levanta!” “¡Santiago se subleva!”.
Ya en la plaza insta a Manuel García, apodado el “cojo García”, quien es el guapo del pueblo, a que suba a la torre y toque la campana llamando a la gente. Trepa por un lugar denominado La Huairona y, caminando por el borde de las paredes, llega al campanario donde toca a rebato.
13. El arma le cuelga del hombro y con ella recorre las calles del pueblo
– ¡Justicia!
– ¡Justicia! –repite el pueblo.
La gente enfurecida arremete contra el Puesto de gendarmes, destroza la puerta e ingresa.
Mientras tanto Pedro Lozada, ha entrado por el hueco que hay en una pared posterior y dispara dando muerte a dos gendarmes mientras los otros huyen.
A uno de los guardias muertos lo arrastran hasta la vereda de la calle donde la gente le hinca con cuchillos.
Los policías que escapan con el alférez lo hacen por los techos de las casas en dirección al establecimiento de Carlos Santa María, en donde se refugian.
Al asaltar el Puesto de gendarmes se capturaron armas las que se distribuyen entre los presentes.
César Vallejo recibe un fusil y una cartuchera de balas que se lo amarra a la cintura.
El arma le cuelga del hombro y con ella recorre las calles del pueblo, junto a otros ciudadanos que han recibido rifles y carabinas de la armería capturada.
14. Arde la casa envuelta en un fuego tan grande que amenaza con cruzar e incendiar las casas de enfrente
El Subprefecto está preocupado en informar de todos estos sucesos a Trujillo. Al no contar con el secretario de su oficina Américo Escobedo, que en estos días de fiesta se ha ausentado, solicita los servicios del escritor y poeta César Vallejo.
Ambos se dirigen a la casa de Demetrio García donde se reúnen para hacer los comentarios del caso y redactar los informes. Hasta ahí llegan simpatizantes del Subprefecto y amigos de los presentes.
A las 11 de la noche les avisan que están saqueando e incendiando la casa y la tienda comercial de Carlos Santa María que es el mejor establecimiento de la ciudad.
Salieron apurados y vieron lo que acontecía, encontrándose que aquel bien dotado almacén había sido saqueado, luego rociado de kerosén y ahora arde envuelto en un fuego grande que compromete extenderse a otras casas vecinas y amenaza con cruzar e incendiar las casas de enfrente al otro lado de la calle.
15. El 6 de noviembre César Vallejo ingresa a la cárcel de Trujillo a las 7 de la noche
Los días siguientes fueron sombríos.
César Vallejo viajó a Huamachuco a encontrarse con su hermano Néstor.
Desde Trujillo se envió a Santiago de Chuco a un juez especial, al Dr. Elías Iturri, especialmente comisionado por el Tribunal Correccional para levantar instrucción de los sucesos. Llevaba la oculta consigna de perseguir e involucrar a los simpatizantes de Leguía y opositores de Carlos Santa María Aranda.
Es interesante consignar que el Juez titular de la ciudad, Matínez Céspedes, al iniciar el proceso no inculpó a César Vallejo.
El día 31 de agosto Iturri ordena la detención de 12 personas entre ellas los hermanos Víctor, Manuel, Néstor y César Vallejo.
Néstor atestiguó que el día de los sucesos había despachado en su juzgado de Huamachuco. César, después de algunas semanas de permanecer oculto en aquella ciudad, viajó a Trujillo donde Antenor Orrego le otorgó refugió en su casa de Mansiche.
El día 5 de noviembre recibe la recomendación de una persona, a quien él nunca delató, de que debía de cambiar de lugar ofreciéndole la casa del Dr. Andrés Ciudad adonde había llegado también el perseguido Héctor Vásquez Ruiz.
Allí se traslada, casa que es allanada inmediatamente por los gendarmes, el 6 de noviembre. Ese mismo día César Vallejo ingresaba a la cárcel a las 7 de la noche, para permanecer en ella hasta el 27 de febrero del año 1921.
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