15 abril 2008

Vallejo según el recuerdo y pluma de Juan Domingo Córdoba Vargas

Nada sería de la iconografía vallejiana sin don Juan Domingo Córdova Vargas, su cámara Agfa, y una leal amistad hacia el poeta de Santiago de chuco.


Un testimonio que rescata al poeta en su dimensión humana. Derecha, foto inédita de Emilio López de Romaña: Vallejo y Córdoba en Parque del Oeste, Madrid, 12 de junio de 1927.

LA iconografía vallejiana por excelencia -mentón pensativo apoyado en sólida mano diestra- se forjó frente a esa vieja cámara Agfa. Tras ella accionaba el obturador un estudiante de derecho tarmeño a quien el poeta había conocido sólo un par de años atrás. Había sido en Madrid, cuando Juan Domingo lo viera por primera vez en el departamento de Félix del Valle, invitado por Xavier Abril. El tenía 24 años, Vallejo 35. Era 1927 y el poeta llevaba en el dedo anular de la mano izquierda una sortija florentina con piedra que le cubría toda la falange.

El vate conserva la pose en descanso de paseo por Versalles. Foto tomada por Georgette en 1929.

Acaso por ser ambos provincianos y Córdoba poco afecto a los disfuerzos literarios comunes entre escritores, fue entre ellos que la amistad cuajó con reciprocidad. Vallejo convenció al bisoño estudiante que resultaba poco menos que un desperdicio vivir en Madrid cuando París estaba a sólo una noche en tren. Describía a esta ciudad como fuente de cultura, de conocimento y cabal formación de la personalidad. Poco tiempo después Córdoba y Vallejo llegaban a la Ciudad Luz, el primero mareado y agotado por seguir el ritmo diurno y noctámbulo del segundo: Peregrinajes a Los Inválidos, al Pere Lachaise, Louvre, L' Orangerie, paseos a Sevres, Versalles, el boulevard Montparnasse y sus cafés La Rotonde, Dome, Select, bailes en el Gipsy o en Les Noctambules del Barrio Latino. Momentos todos ricos en situaciones vallejianas, tanto de profunda gravedad estética, como de leve gozo de la vida en amistad. En la Rue Royal una mujer envuelta en costoso tapado de pieles se dirige a tomar un automóvil seguida de un hombrecito enteco y cara de poca cosa. Vallejo no les pierde de vista: "Nada, nada, nada, la mejor carne se la come el perro! Y no me vengan con que mi mamá me dijo, y que esto y que lo otro y lo de más aquí y lo de más allá. Nada, nada, nada, zorrillos, cero, cero, cero!"

Camaraderil, alegre, dicharachero, palomilloso, burlón, Vallejo en su mundo vallejiano hacía salud con el brindis fraternizante y acomodaticio del conspicuo concurrente a agasajos en los que tomaba la palabra sin que nadie se lo pidiera: En este precioso día/ lleno de emociones grandes/ brindo por el señor García y/ por el doctor Hernández!

Vallejo gustaba de la vida, y por ello supo sumergirse poéticamente en sus profundidades. A lo largo de 33 años el poeta Juan Larrea instó a Córdoba a que imprimiera su testimonio, el mismo que -ya conocido- abarca además la imagen de una época desde la irrepetible perspectiva del amigo leal, "el paño de lágrimas de Vallejo", como decía Larrea. Pues si algo demuestra este libro es que la verdadera amistad también puede ser noble poema.

    Tarjeta del vate que lo acredita corresponsal de dos publicaciones..
Fuente: http://www.caretas.com.pe/1378/culturales/culturales.html

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