Vallejo murió con aguacero el 15 de abril de 1938. De ahí que la famosa fotografía tomada en Versalles en 1929 por Juan Domingo Córdoba -que muestra a un Vallejo fruncido, transido y pensativo desfigurándose el cachete con un puño haya armado un vínculo casi irremediable entre la poesía más tremebunda y adolorida del poeta y una personalidad sombría y hosca. Pero Vallejo sí reía.
Proyección ficticia aunque nada inverosímil de Vallejo en retoque de fotografía de 1929.
LA poesía de Vallejo fue recién asumida con devoción y orgullo después de su muerte en 1938. Desde entonces el imaginario popular -acicateado por una crítica algo solemne- ha internalizado a Vallejo no sólo como su poeta nacional, sino como el poeta llorón que retuerce sus tripas al son de "los golpes de la vida", "crece la desdicha" y "nací un día que Dios estuvo enfermo". Diversos testimonios hablan sin embargo del lado chispeante de Vallejo, último hijo de once hermanos, engreído y mimado por su familia en su tranquila y feliz vida norteña en Santiago de Chuco. "Los testimonios de sus amigos (señaladamente Orrego y Juan Espejo Asturrizaga)", dice el especialista Ricardo González Vigil, "coinciden en mostrarlo bromista y juguetón, como un niño (rodeado del cariño de los amigos, sacaba a relucir su emoción infantil)". Ciertamente este aspecto tiene un correlato en su obra poética, aunque sean aquellos versos los menos citados, actitud fiel a la extraña consigna de que la poesía cejijunta y deprimida tiene finalmente la virtud de la revelación. Vallejo sufrió sus penas -qué duda cabe de ello-, pero también ejercitó los placeres, el humor y un ludismo casi emparentado con la extravagancia.
Juan Domingo Córdoba publicó en 1995 "César Vallejo del Perú profundo y sacrificado", relato afectuoso y sincero de su vida en contacto con la de Vallejo entre 1927 y 1932 en Europa. En él cuenta sus primeros sobresaltos al enfrentarse a un Vallejo bastante disipado, que arrastraba a sus amigos de café en café "por los derroteros de la borrachera haciéndoles partícipes de sus consecuencias". Vallejo nunca tuvo buena cabeza para la bebida y perdía el control con facilidad. Córdoba apunta la contradicción del Vallejo siempre ocupado visitando los museos, conferencias, conciertos, teatro con esta explosión de furia etílica deambulante terminando a bailar en el "Gypsy" o en "Les Noctambules" del Quartier Latin. Alguna vez en "Les Noctambules", ebrio hasta las cachas, ingresó al lugar casualmente un argentino de vozarrón petulante que luego de un rato empezó a protestar por la calidad del whisky. Vallejó se paró al instante y violentísimo lo tomó de las solapas: "¡Ahora me las va a pagar todas este compadrito!". Al separarlos Vallejo explicó que la queja del argentino no hacía otra cosa que menospreciarlos, haciéndose el importante y adinerado para tomar luego a todas las chicas.
"La vida es corta y se vive una sola vez", solía decir Vallejo a su amigo Córdoba, "como dijo Whitman: ¡yo no llamo grande a esto, ni pequeño a esotro, ¡lo que llena su período y ocupa su lugar, es igual a cualquier otra cosa!" Vitalismo a cualquier precio, parecía rezar Vallejo en ese entonces, sin que su soledad le "nublara nunca la conciencia de estar vivo".
Por otro lado, se coligen de estas confesiones una vanidad intrínseca al personaje Vallejo, entregado sin tregua al viejo arte de la seducción, muchas de las veces con poco éxito. Antes de salir con sus amigos y su inseparable bastón "se daba un vistazo a los zapatos, volvía a cepillarse el traje acercándose al espejo se alisaba el cabello, para terminar con el examen de las manos de dedos largos y fuertes". Siempre alegre, "dicharachero, palomilloso con sus dichos, despropósitos, ocurrencias, observaciones y relatos reideros."
Bohemio César Vallejo en París con amiga Henriette y Carlos More en 1926. Al lado, César Vallejo (derecha) en pose de simio pensativo con Néstor Vallejo.
En el camino nunca dejaba de pasar una mujer atractiva. Y Vallejo no dejaba de inquietarse exclamando: "¿Se han dado cuenta, zorrillos, cómo me ha mirado?; seguro que se ha enamorado de mí, ¿y ustedes qué dicen?; ¿entonces creen, pero de verdad, creen?; no me estarán engañando" Y cuando perdía su oportunidad al ver que otro conquistaba a la dama, humano como cualquiera no dudaba en exclamar despechado: "Nada, nada, nada, la mejor carne se la come el perro". Otras veces ponía pies en polvorosa bajo el temor de que los amigos de las seducidas estuvieran merodeando y lo sorprendieran.
Las anécdotas divertidas y pícaras eran también parte de su repertorio. Tenía la historia del pequeño hijo curioso que merodeaba en la zona media y púdica de su madre frente a sus amigas y que al ser rechazado la delataba diciendo "ahí mi mamá tiene pelos". O la de su compañero escolar onanista en su pueblo natal que era acosado mientras daba rienda suelta a sus manipulaciones en un maizal con unos sonoros y sincronizados ¡hop, hop, hop!. No se puede concluir esta pequeña sección somática con la mención a un magistral pedo en medio de una función de cine experimental con audiencia copetuda y amanerada en París que para Vallejo fue la mejor crítica que se le pudo hacer a lo que estaba siendo proyectado. Si el autor de "España aparta de mí este caliz" fue velado protagonista de las anécdotas es algo que nunca queda claro.
No es esta una actitud nacida por la transformación generada por la distancia. Vallejo incubó siempre esto desde joven, siempre ironizando alrededor de la cultura y sus manifestaciones más respingadas. Así, con respecto a la literatura Vallejo a veces era un majadero. Cuenta Juan Espejo Asturrizaga en "Cesar Vallejo. Itinerario del hombre" que en Trujillo solía burlarse de poemas ajenos cambiándoles las rimas y los sentidos con tanto ingenio que divertía a todos, y era algo que duraba días. También hacía estos juegos con expresiones doctas, moralejas y máximas con una insistencia pueril. Su tendencia a ser desequilibrante lo llevaba incluso a denostar su propia condición de poeta -en tono divertido- presentándose a veces como vulgar y altamente monetarizado.
Una última. Haciendo cola en la Biblioteca Nacional Vallejo chocó accidentalmente al girar con un señor elegantemente vestido desarmándole la fachada adusta arrojando sus anteojos, su sombrero hongo y su bastón. Vallejó pidió disculpas pero el agraviado sólo le espetó su poca adecuada manera de comportarse en sitio de cultura. Vallejo, irritado por la reacción, volvió a excusarse, pero el señor continuó increpándolo hasta exclamar a voz en cuello: "¿Usted sabe con quién está tratando? ¿Sabe por ventura quien soy yo?" Vallejo lo observó perplejo. "¡Sepa usted que soy don Pedro de Osma!". Vallejo, ya sonriente e irónico le hizo una venia y respondió: "Y yo qué culpa tengo, señor...". gajes de poeta. (Luis Aguirre)
Fuente: http://www.caretas.com.pe/1999/1562/vallejo/vallejo.htm
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