06 abril 2008

El adiós y el regreso en César Vallejo

Por Danilo Sánchez Lihón


1. Mañana me embarco rumbo a París


El 17 de junio de 1923, César Vallejo dijo definitivamente adiós al Perú al viajar rumbo a París, para no regresar corporalmente nunca más.

Fue domingo el día en que zarpó del Callao, después de escribirle a su hermano Manuel Natividad lo siguiente:

Te pongo estas líneas para anunciarte que mañana me embarco rumbo a París. Voy por pocos meses, seguramente hasta enero o febrero y nada más. Voy por asuntos literarios y ojalá me vaya bien.


Iba donde la vida era crítica y hasta cruel. No era el incentivo de su viaje pasar buena vida, gozar de lo cómodo, complaciente y hedonista. Menos era su intención hacerse rico. Iba a un continente en donde era difícil incluso sobrevivir. Había tomado el rumbo hacia una Europa conflictiva y le atraía porque en ella todo era convulso y donde ya se escuchaba el fragor de los cañones y los clarines de combate.


Para referirnos a un aspecto: en el campo del arte allí cada año aparecía una nueva corriente literaria, que experimentaba fórmulas, temáticas novedosas, relaciones con otras artes, manifiestos y proclamas decisivas, ocurriendo lo mismo en otros ámbitos como la política, la economía y el acontecer social. Era una Europa de entreguerras agitada, vibrante y sin tregua, adonde él se arrojaba absolutamente inerme e indefenso.


En realidad, Vallejo siempre dirigió sus pasos hacia donde las papas quemaban, hacia donde la historia

estaba en criba, tropel y fragua plena. Así fue a la estremecida Rusia en tres oportunidades y tuvo la intención de trabajar allí en una etapa crucial, cuando todo en ella eran privaciones y definía a cada instante su destino.


Y estuvo allí con su propio peculio, sin permitir que sus viajes fueran pagados sino sacrificando él su dinero personal para interesarse en un acontecimiento de valor social, ni siquiera aceptó que tuvieran la forma de becas subvencionadas, no quiso que en su interés por Rusia estuviera involucrado dinero del Estado Soviético, y esto a fin de mantener su independencia de criterio.


Es que César Vallejo era un ser exacto, puro, escrupuloso en todo, no en la dimensión de la apariencia sino del espíritu. A España fue porque era otro lugar en el mundo convulso y heroico. Llegó en una oportunidad a Madrid cuando esta ciudad era bombardeada. En cambio, no viajó ni se le ocurrió ir a Estados Unidos. Si en algún lugar cabe imaginar que estaría en estos momentos es en Irak. Y es que Vallejo era en todo un ser comprometido con la vida y la condición del hombre. Y buscaba estar en donde dicha condición estaba en riego supremo. Ese mismo sentido tiene su viaje a Europa el 17 de junio del año 1923.


2. Cómo se gestó y realizó este adiós sin retorno


Acerca de cómo se gestó y se concretó este viaje hay diversos testimonios, todos ellos coincidentes en señalar la actuación de su amigo Julio Gálvez, integrante del “Grupo Norte”, sobrino de Antenor Orrego y un hombre generoso y servicial quien, cuando César Vallejo se encontraba refugiado y perseguido por la policía en Trujillo, actuó como su enlace con el mundo de afuera, trayéndole y llevándole recados, proporcionándole comida y cumpliendo las labores de un asistente servicial y acomedido para con el amigo en ese trance difícil.


Julio Gálvez, en marzo de 1923, conoció la noticia de que le correspondía recibir una herencia por la muerte de un familiar. Valiéndose de esta situación solicitó la herencia lo más pronto que pudo para comprarse un boleto de primera clase para emprender viaje a Europa, el cual luego cambió por dos boletos de tercera, a fin de viajar con César Vallejo, ya que conocía el riesgo que su amigo corría al quedarse en el Perú. Lo refiere Luis Alberto Sánchez, cuando apunta:

Él dividió el pasaje de primera a Europa que le obsequiaron sus parientes al declararse la herencia paterna, con Vallejo, de lo que resultaron dos pasajes de tercera y un hambre de primera.


Respecto a este mismo asunto Juan Larrea cita el testimonio de Armando Bazán, explicando que ello concuerda plenamente con sus recuerdos:

En marzo de 1923 le anunciaron de Trujillo que su abuela materna, al morir, acababa de dejarle una pequeña fortuna. A esa ciudad fue inmediatamente. Y mientras se seguía los trámites pertinentes, tuvo noticia de las maniobras judiciales que se estaban haciendo allí para perder a su amigo César Vallejo. A cualquier precio obtuvo, por eso, un adelanto de su herencia y regresó inmediatamente a Lima. Empezaba el mes de junio. En dos semanas pusieron, él y Vallejo, sus asuntos en orden. La noche del 22 del mismo mes, cenaron alegremente, junto a algunos amigos, en un chifa de Capón, y el 23 al atardecer, tomaron el “Oroya”.


“Acostúmbrate a comer poco, que en París comeremos piedrecitas”, le reprochó Vallejo tiernamente en esa cita de la calle Capón y al ver que su amigo engullía los alimentos con gusto y delectación, César llega a París el 13 de julio de 1923.


3. Con la mano en el aire


Al abordar el barco “Oroya”, en el que viajó a Europa, a César Vallejo se le veía muy acongojado. Lo acompañaron hasta el abordaje su hermano Néstor de Paula con quien estudiaron juntos en la Universidad de Trujillo y quien vino desde Trujillo a despedirlo, y también su amigo Crisólogo Quezada, “el gordo”.

¿Qué se agolpaba en el alma de Vallejo cuando estuvo silencioso en la borda, en el momento en que el “Oroya” se alejaba del puerto, y luego de la costa del Perú, tras la neblina?


En carta que le dirige a su abogado Carlos C. Godoy, quien veía su juicio en Trujillo, le dice:

Habría querido bajar, a mi paso, en Salaverry, mas lamentablemente, no toca el “Oroya” en ese puerto y me quedo con la mano en el aire, sin alcanzar a estrechar las de los poquísimos amigos que como usted, ocupan mi corazón. Qué vamos a hacer. Ya lo haré a mi retorno.


“La mano en el aire” es el gesto que encierra el significado de lo inacabable, de la despedida; también de lo inasequible, de lo que no se alcanza a tocar; también del misterio del adiós en este mundo y en esta vida. Es igualmente, el movimiento que se hace para apuntar a las montañas en las que hemos nacido.

Es seguro que en el momento de su partida Vallejo pensaba en el Perú, al cual no dejaba sino que llevaba incrustado en el alma, porque él partió no para olvidarse de su país sino para tenerlo más presente y reencontrarlo siempre. Recogía en esos momentos sus cariños más hondos a fin de nunca olvidarse de ellos.


Fue al estar de pie en la baranda del nivel de tercera clase de la nave que se alejaba donde le asaltó aquel puñal ardiente y quemante del amor a la tierra del cual dan testimonio sus amigos de París que laceró su alma siempre. Cabe suponer que en las imágenes que se esbozaban en su mente estaban imborrables su casa, las calles de Santiago de Chuco, el perfil de los cerros, las lomas sembradas de los campos y las voces de sus seres queridos, algunos ya muertos pero allí presentes cuando él partía.


4. Algunos motivos de su alejamiento del Perú


Cinco razones fundamentales determinaron este doloroso alejamiento:

Primero, la atracción que ejercía Europa, y en especial París, a todo artista, más aún en aquella época. Era enorme entonces la fascinación por participar de cerca en el debate cultural más vigente y mejor posicionado del momento y el anhelo muy legítimo de universalización.


Segundo motivo fue la conclusión definitiva a la cual llegó, de que su poesía y su arte no serían comprendidos en el Perú, al constatar que su libro Trilce, publicado el año 1922, cayó en el vacío y no alcanzó a ser apreciado en un medio local estrecho y limitado como era el de Lima, tanto que uno de los pocos comentarios que aparecieron –el de Luis Alberto Sánchez– lo calificaba de estrambótico. Este mismo estudioso lo recordaba años después diciendo que:

Trilce fue isla incógnita y repudiada. Orrego y yo nos hicimos el hara-kiri crítico al amparar eso que los ‘viejos’ llamaban, irritados, ‘disparate’ y los jóvenes ‘pose’.


El tercer factor es que meses antes, con el argumento de una reducción de plazas, fue despedido del Colegio Guadalupe, donde trabajaba como maestro de educación primaria, pese a que Vallejo disponía de grado académico otorgado por la Universidad de Trujillo.


El cuarto asunto, y quizá el más determinante para su viaje, fue la inminencia de ser nuevamente encarcelado pues se había reabierto la causa que motivó su prisión de 112 días en el penal de Trujillo, hecho que se corroboró meses después al dictaminarse nuevamente una orden de captura en contra suya, la misma que después de remitió a París donde él ya se encontraba y que le causara enorme estrago en su salud, orden de captura que hasta ahora no ha sido levantada ni él ha quedado absuelto. Él murió perseguido por la justicia peruana.


El quinto hecho que motivó su alejamiento fue su anhelo de universalidad, ámbito al cual su genio le impelía abarcando la totalidad del mundo y estando presente en aquellos lugares en donde la experiencia humana cribaba lo más significativo y trascendente. Tanto es así que realizó todo el esfuerzo y el sacrificio personal, gastando su propio peculio para viajar y ver lo que pasaba en Rusia y Alemania, hizo lo mismo para conocer de cerca lo que ocurría en España en plena guerra civil española.


5. El heroísmo de la permanencia de Vallejo en Europa


En vínculo directo con este tema quiero tratar de reproducir aquí una apreciación oral que escuché decir a Max Silva Tuesta, opinión relacionada a la permanencia en Europa de César Vallejo y él la dijera en una conversación, la misma que reproduzco más o menos del siguiente modo, sin que éstas sean sus palabras textuales, sino más bien una reproducción libre, tratando de darle forma a una idea que juzgo del mayor interés, siempre y cuando pudiera alcanzar a decir el núcleo y el concepto de lo que Max Silva Tuesta quería dar a significar. Dijo así:

He estado tres veces en Europa y en las tres oportunidades por un lapso de dos, tres o a lo más cuatro semanas. Y la verdad, ya no resistía. ¡Me ahogaba! ¡No sabia qué hacer! Sentía una opresión inmensa. Y eso que yo estaba acompañado de mi esposa, e iba con objetivos muy claros, definidos y a cumplir con asuntos muy concretos, que le daban sentido a mi estadía, cual era participar en algún Congreso, a dictar conferencias y a estar ocupado en este y el otro asunto. Tenía mucho qué hacer; pero era atroz: la sensación de lo ajeno, de ser el extraño, del ambiente neutro, funcional, mecánico y frío de Europa. Esto, era invivible, sin tomar en cuenta el costo que tenía cada cosa, el gasto de cada desplazamiento, que demandaba dinero. Ahora bien, conociendo cómo era César Vallejo, teniendo constancia y evidencia de cómo era él íntegramente, en su físico y en su alma, tan añorante de su pueblo, ¡tan inclinado a gustar de su lengua y a nutrirse de su raíz telúrica!, y viviendo en las condiciones económicas en que él vivía, sin un centavo para comer, tiene que ser un héroe completo para haber resistido 15 años en Europa antes de su muerte y en esas condiciones.


¡Esta es una dimensión de heroísmo invisible, que se nos escapa ya sea porque no hemos estado en Europa o porque hemos estado pero no en la situación en que estuvo Vallejo! ¡De allí que yo crea que él es un mártir y un héroe tremendo!


6. El regreso de César Vallejo


Es conocida la situación de hambre, penuria y miseria que sufrió César Vallejo en París y se ha discutido bastante si él intentó y quiso regresar al Perú. Alfonso Arias Schreiber escribió el jueves 30 de abril de 1998 en el diario El Comercio de Lima un “Testimonio sobre César Vallejo”, donde refiere que siendo representante del Perú en París, encontró en los archivos de la Misión un cablegrama del Ministro Francisco García Calderón con motivo de la muerte de Vallejo, ocurrida en abril de 1938, cuyo texto decía así:

Refiérome cablegrama de Ud. Nº 25. Vallejo murió hoy nueve mañana. Gastos autorizados clínica, asistencia y entierro representan aproximadamente veinticinco mil francos, que ruégole entregar cablegráficamente. Último deseo de Vallejo fue ser enterrado en el Perú.


Luis E. Valcárcel estaba dispuesto a atestiguar lo mismo. Sin embargo sería vano y superfluo en estos momentos debatir si deben o no volver los restos de Vallejo al Perú. Lo importante es recoger su mensaje de redención humana; su utopía de instaurar el reino de justicia, libertad y esperanza en nuestro país, y que avizoró diáfano en su poema «Telúrica y magnética».


Cuando ello hagamos será muy natural que acojamos con honra y honor, cualquier día, los huesos de este héroe civil, de este gladiador por un nuevo y auténtico humanismo, por la belleza y la bondad en el mundo, que son ejes esenciales de su vida y de la propuesta de cómo redimir la condición del hombre sobre la faz de la tierra.


7. Vallejo es reserva moral


César Vallejo fue un colectivista instintivo y como tal un ser heroico. Despreció aquí un puesto administrativo y consecuentemente la bonanza económica para viajar a Europa a sufrir absolutamente de todo, –para morir, él ya lo sabía, por la visión premonitoria que había tenido en Mansiche. "Me moriré en París y no me corro", diría después– sin pretender jamás hacerse allí de una posición cómoda.

Al contrario, se hizo a propósito mendigo para hacer más auténtica su adhesión a los humildes y tener autoridad moral en todo lo que su verbo expresa, sea en su grandiosa poesía, sea en sus proposiciones fulgurantes de su concepción estética expuesta en "El arte y la revolución", sea en su prosa de tesis, sea en sus crónicas y artículos periodísticos.


En Vallejo se encarnan en un solo signo y ocupando el centro en su destino personal, el devenir histórico de los pueblos, del Perú y el mundo, que han luchado, siguen luchando y lucharán por siempre para instaurar formas sociales de justicia, fraternidad y solidaridad.


De allí que el mensaje más valedero que podemos extraer de la vida de este paradigma de hombre cabal, a fin de inspirarnos e inspirar a la juventud con su ejemplo, es seguir una vida de autenticidad y coherencia en función del hombre, el país y el mundo.


Nos orienta en primer lugar a comprometernos con los problemas pendientes de solucionar en todo medio social, nos exalta a una adhesión total al hombre como una criatura gloriosa por su naturaleza real, casera y cotidiana; porque sufre y goza; porque es hijo, esposo, hermano o padre; porque es minero, agricultor o ferroviario; fe en la condición humana que lo embarga hasta llegar al heroísmo total.


Nos enseña el compromiso con quien vale la pena comprometerse: los pobres, los humildes, los desheredados; siendo la suya palabra de militante, de guerrero y soldado por la redención humana; no mirada o gesto de contemplación ni mucho menos de arrobamiento, sino de acción que invoca a adherirse urgentemente a la causa del hombre.


El ejemplo de vida y el verbo hecho poesía que nos ha dejado César Vallejo constituyen para nosotros la reserva moral más prístina e incorruptible con la cual contamos como convicción, fortaleza y esperanza, ejemplo que permanecerá por siempre entre nosotros ocupando un lugar de preeminencia entre los fastos más gloriosos alcanzados hasta ahora por el espíritu humano.


Fuente:

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

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