César Vallejo nació el 6 de junio de 1893 en Santiago de Chuco en los Andes del Perú y murió en París, en la Clínica Aragon, el 15 de abril de 1938.
Su infancia estuvo llena de dulzura hogareña en su rincón serrano, según se vislumbra en sus relatos y en sus versos. Eran doce hermanos y entre los menores Aguedita, Nativa, César y "Miguel que ha muerto". El padre ocuparía una posición espectable, acaso si hasta gobernador - él no lo ha dicho -, y su recuerdo se yergue en las tardes a la hora en que se rezaba en común. El recuerdo materno - "mamá todo claror" - está unido a todos los más puros goces de su infancia y llena la añoranza constante de la casa familiar. Sin descanso ha evocado Vallejo aquel ambiente: las tibias colchas de vicuña con que los niños se cubrían del miedo de la noche, el patio empedrado de la casa, el corredor de abajo, el corral de gallinas y las piedras fragantes de boñiga, el pozo, el sillón antiguo del abuelo, "trasto de dinástico cuero" que rezongaba a "las nalgas tataranietas", la madre que repartía bizcochos de yema y servía el almuerzo en que reían albos platos de cancha y los juegos de los niños con el cielo y con el agua, viendo volar "las cometas azulinas" o yendo a destapar "la toma de un crepúsculo para que de día surja toda el agua que pasa de noche".
Se educaría en Trujillo, en la costa del Perú y, después de haber sido estudiante y profesor, fue a Lima, en 1918, "para ganar cinco soles". Publicó entonces su primer libro de versos, Los Heraldos Negros, que le reveló como un poeta postmodernista independiente. Imperaba entonces en América y en el Perú la tendencia verlenizante de Darío. El grupo intelectual de Colónida en el que predominaba la tendencia estetizante de Valdelomar acababa de consagrar al poeta de La Canción de las Figuras. Vallejo insurgió con un acento nuevo y distinto, más hondo, más patético y más humano. Su verso precursor desdeñaba la musiquería de violoncellos y los juegos de marionettes del rubendarismo y el simbolismo, y usaba un acento más viril y extraño aunque inconfundiblemente peruano. Federico de Onís halla que, desde aquel momento, su estro se identifica con el dolor de la raza indígena.
Por entonces le recluyen en una cárcel provincial. Antenor Orrego, sus compañeros de Trujillo, los estudiantes, protestan y reclaman su libertad en nombre de su arte, de su bohemia y de su bondad. Las rejas de la cárcel no le afrentaron ni enquistaron su dolor nativo. "Ah! Las cuatro paredes de la celda - escribió -, si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes". En la cárcel concibió un nuevo libro de poemas, Trilce y probablemente Escalas Melografiadas (1923). Para descoyuntar a la crítica y al implacable sentido común, el primero, nominado con una palabra inexplicable y humorística, era un libro de versos y el segundo, pese a su título lírico, un volumen de cuentos. Trilce, fue casi incomprendido. Con él, dice Onís, Vallejo "entró de lleno en el ultraísmo, pero el pasado de su vida, de su alma y de su raza, sigue siendo, purificado y desrealizado, el tema único de su poesía". Y Bergamín añade: "La poesía de Trilce es seca, ardorosa, como retorcida duramente por un sufrimiento animal que se deshace en un grito alegre o dolorido, casi salvaje". Escalas Melografíadas, libro escasamente divulgado, revela a uno de los mejores cuentistas peruanos. La melancolía de su tierra serrana y de los recuerdos familiares, se mezcla a relatos de una imaginación extraña y misteriosa como en Cera, descripción del ambiente de una casa de juego mongólica en Lima, en que su sensibilidad se agudiza hasta tocar en zonas ignotas del trasfondo humano.
Venido a Europa, Vallejo vivió la vida bohemia del sudamericano. Vio París en las salas del Louvre y en la "luz áurea del sol sobre la cúpula del Sacre-Coeur"; ambuló por los cafés y los hoteles - Hotel Moliére, Hotel Ribouté, Hotel des Ecoles, Maine Hotel - "el hotelero es una bestia" -; vivió en Montparnasse entre Le Dôme y la Rotonde y en el Barrio Latino - "hojas del Luxemburgo polvorosas" - y el Café de la Regencia, frente a la Comedia Francesa, reflejó en sus espejos sus pómulos de indio y su frente bethowiana, en tanto que el humo de su cigarro y la taza de café se fundían "en un óxido profundo de tristeza". Le acompañaba Alfonso de Silva, músico y hermano predilecto que tocaba tangos en una "boite de nuit" en que bebían juntos. Otras veces eran Julio Gálvez, Gonzalo More y otros. Nada le hacía olvidar el Perú, a su sierra y a su madre, pero siempre, dirá en uno de sus versos, "con mi muerte querida y mi café y viendo los castaños frondosos de París".
París le retuvo desde entonces. En enero de 1929 se casó con Geogette, una chiquilla de ojos glaucos, que le atisbaba sin conocerle, desde la ventana de su casa en La rue Moliére, frente al hotel de Vallejo, el Nº 19, y no se acostaba hasta no verle regresar en la noche. Se fueron primero a Bretaña y después a Rusia, donde él había estado ya en 1928. Recorrieron Berlín, Leningrado, Moscú, Praga, Viena, Budapest, Venecia, Florencia, Roma, Pisa, Génova y Niza. El 29 de diciembre de 1930, un "arrêté" policial expulsó a Vallejo y a su esposa de Francia por su filiación comunista.
Vallejo va, entonces, por primera vez a España. Este país ocupará desde esa época y en su cuarto de hotel. Allí, donde se pone el pantalón, se quita la camisa y tiene un suelo y un alma "y un mapa de mi España". Aragón lo relievaría delante de su tumba: Vallejo indio de corazón y de rostro, amó todo su vida, entrañablemente a España. (La última parte de su libro póstumo se llamaría: España, aparta de mí este cáliz). En Barcelona y en Madrid vive días de estrechez, de lucha y de trabajo. En Madrid, en una casita de la calle del Acuerdo, escribe su novela Tungsteno. Poco después edita su libro Rusia 1931.Trabaja en periódicos madrileños - Ahora, Estampa y La Voz, que le rechaza quince artículos sobre Rusia, porque Vallejo a pesar de su necesidad, se niega a suprimir ciertos pasajes -. La Editorial Cenit rehusa publicar un cuento suyo infantil, titulado Paco Yunque porque es demasiado pesimista y revolucionario. Vallejo sigue trabajando. Ha abordado el género teatral. Por esa época escribe un drama Mampar, que leyó y aprobó el artista francés Jouvet y cuyos originales destruyó más tarde el mismo Vallejo. Escribe también un drama social, Lock-out, y esboza futuras producciones dramáticas. En España se vincula con Bergamín, Alberti, Marichalar, Salinas, Larrea, García Lorca, pero sin salir de su aislamiento. Sus amigos más cercanos son dos peruanos, Xavier Abril y Juan Luis Velázquez, y un español, Fernando Ibáñez. Por entonces aparece Trilce auspiciado por un prólogo de Bergamín y un poema de Gerardo Diego, (1930).
En 1932 Vallejo y su mujer regresan a Francia. Una amiga de ésta - Clara Candiani, hija de Pierre Mille - obtiene del Gobierno de Chautemps el permiso para residir en París. Vuelven a la rue Moliére. Pero luego recomienza el éxodo de los hoteles: el de la rue Garibaldi, el de Raspail donde Vallejo estuvo muy enfermo, el de la rue Delambre cerca del Dóme y el postrero de la Avenue du Maine, próximo a la clínica fatal. Le rondan ya la muerte y la miseria. Vallejo trabaja fatigado y enfermo. Da una pausa a la poesía y se empeña en forjar un teatro que nunca verá representado. Termina de escribir Moscú contra Moscú que titulará finalmente Entre las dos orillas corre el río, comedia dramática, que condensa el pensamiento social de Vallejo, en la que el amor es más fuerte que el odio. Varona, princesa de la época zarista, y su hija Zuray, "konsomolka" del Soviet contra la voluntad de su madre, personifican el antagonismo de dos generaciones y de dos ideologías que Vallejo enfrenta en diálogo vigoroso y reconcilia luego en el cauce fraternizador de la ternura familiar. El Príncipe Osip, el padre, alcohólico y degenerado, es un personaje que en sus delirios restaura el equilibrio de la razón y del sentimiento perturbados, con una lucidez casuística que se emparenta directamente con la poesía de Vallejo. Tras de esta comedia de polémica social, acomete la creación de Los Hermanos Colacho, farsa de pura cepa topazziana, que describe la parábola social ascendente de dos provincianos, Acidal y Mordel Colacho, desde el tambo de la aldea serrana hasta la diputación, y la presidencia, con el apoyo de la Cotarca Corporation, el Comisario, un general, y dos comparsas democráticos.
El último esfuerzo teatral de Vallejo es una pieza que terminó poco antes de morir, La Piedra Cansada, tragedia basada en una leyenda incaica y hecha, como todas las obras de Vallejo, a martillazo limpio, a puro dolor. Say Kuska es la piedra que fatigada de sufrir se negó a llegar al alto cerco del Sacsahuamán al que estaba destinada, y quedó en medio del camino ante el azoro de los quechuas supersticiosos. En 15 cuadros, que se inician con el episodio de la piedra, surge el panorama incaico en toda su grandeza primitiva y pasan, en medio de un soplo de superstición y de misterio, como sombras más que como personajes, los amautas agoreros, las ñustas temerosas, los chasquis veloces, los quipucamayocs, los mitimaes y los soldados, la multitud incaica en suma. Tolpor el hachero, ama a la ñusta Kaura, con amor fatal y prohibido y, por esta pasión, asesina, se subleva, vence, es elegido Inca y se arranca los ojos para terminar errante y mendigo. Es un poema trágico y grandioso en que la masa quechua vive, grita, sufre, trabaja, canta y, en vez de obedecer ciega y convencionalmente, se rebela y protesta contra la tiranía de los auquis, "Ama sua, Ama llulla, Ama quella" dicen los chasquis al llegar sudorosos y jadeantes a la plaza del Intipampa y los sabios Amautas responden: "Vayas o vengas el polvo del camino te acompañe". Los coros desbordan esencia lírica popular y hay escenas como la del regreso de las tropas quechuas vencedoras de los kobras, plenas de grandeza multánime, en tanto que otros cuadros, como el de la aldea de Huaylas, son de una pureza de pastoral.
En este mismo período escribió Vallejo algunos ensayos sociales, notas, apuntes, páginas de diario de un incansable auscultador de sí mismo, coleccionadas algunas en dos libros inéditos: El arte y la revolución y Contra el secreto profesional. En julio de 1937, realizó su última peregrinación a España. Fue invitado al Congreso de Escritores Revolucionarios que sesionó en Barcelona, Valencia y Madrid, en plena guerra. Vio de cerca el dolor de España y escribió los poemas que figuran al fin de este libro exaltando al miliciano marxista. A fines de 1937, de regreso de aquel viaje, Vallejo, que después de casi diez años no escribía versos, volvió a escribir, febril y convulsamente, esta nueva serie de poemas, que se han reunido bajo el título de Poemas Humanos, y quedaron en borradores "Me moriré en París con aguacero" - dice en uno de los desgarrantes versos de este volumen, henchido como ninguno de los suyos de sordo dolor metafísico y de angustia corporal. Atacado de un mal extraño como sus versos y su vida, le llevaron poco más tarde a una clínica. A su lecho de agonía le llegó aún algún volumen que venía del Perú y en el que Estuardo Núñez le reconocía como el más alto valor poético de la poesía peruana actual. Al pie de él estuvieron incesantemente Georgette y los médicos que no supieron diagnosticar su mal. Murió en la mañana del viernes santo de 1938 y, como el lo había querido, llovía tenuemente sobre París.
La edición de este volumen se hace gracias a la vigilante fidelidad de la compañera de Vallejo, quien ha descifrado paciente y amorosamente los originales y mecanografiado ella misma toda su obra inédita. Un grupo de admiradores de Vallejo, los da a la estampa, sin apoyo ninguno oficial. Entre tanto la obra restante de Vallejo, la más rotunda y fuerte personalidad literaria del Perú reciente, espera la hora imprescindible de su publicación.
* De la Nota Bio-Bibliográfica que sirve de colofón al libro de César Vallejo Poemas Humanos, publicado en París, Les Presses Modernes, por iniciativa de Raúl Porras, en 1938.
Fuente: Cátedra Raúl Porras Barrenechea
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