Por Hjorgev,
Por esas cosas que tiene la vida, cuando me enteré de que Georgette Vallejo había muerto en la Maison de Santé de Lima, supe que ya tenía que abandonar mi país.
Es algo para lo que no tengo explicación.
Jugaba con la idea hacía ya un par de años, es cierto.
Eran años en los que la idea subía y bajaba de mi mente, pasaba por mi pecho y mis muslos como un balón. La lanzaba luego de taquito directamente a mis rodillas, la golpeaba uno, dos, tres, y de allí otra vez la lanzaba a mi cabeza. A su origen.
Estaba de novio con mi idea, como dicen los colombianos de su selección y su relación con la pelota. La acariciaba, la sobaba, la paseaba, le daba mil vueltas y hasta la llegaba a impeler, pero no la metía.
Hasta que en diciembre de 1984 la que había sido la viuda de César Vallejo murió. Fue como una señal para mí.
Tomé la decisión, preparé el viaje y, pocos meses después, ya había dejado todo en Lima y me encontraba rumbo a París.
(Sin saber que ese viaje me iba a llevar directamente a escribir justamente estas líneas, hoy, veintitantos años después pero ya no en Francia de donde huí a la primera buena oportunidad.)
No tengo explicación para esto.
No tengo idea de cómo diablos sentía que de alguna manera mi destino estaba ligado remotamente al del gran poeta peruano y para muchos el mayor de toda la lengua castellana.
Para que se me entienda: viví en París varios meses pero nunca visité la tumba de Vallejo.
Sucede, simplemente, que su poesía me acompaña desde que en el último año de media (educación secundaria) se me encargó recitar Los heraldos negros y la profesora que me lo pidió estropeó de alguna manera mi vida. Pero haciéndola más rica.
Porque sentí que nunca lo podría hacer.
Me rendí. Sin saber bien por qué, tiré la toalla.
Nunca sería capaz de recitar a Vallejo.
Tienen que entenderme: uno de mis sueños –ya- era ser actor. (Siempre he tenido sueños múltiples. Otro era ser arquero, o sea guardameta, guardavalla, portero.)
(Se lo había dicho a mi madre un par de años atrás en un esfuerzo inhumano de confianza y ella me había respondido, parados junto a un cartel cinematográfico del desaparecido cine Metro de la Plaza San Martín y acariciándome la cabeza para consolarme: “No, pues, hijito. No eres rubio”.)
Es más, en esa oportunidad sentí de manera ósea que no habría ser humano capaz de interpretarlos correctamente. Transcribo:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
He escuchado varios intentos. (Ahora los evito con cortesía, tal vez por devoción a las letras vallejianas originales.) Y la mayoría se va directamente al pathos. Éste era, en la retórica de Aristóteles, el uso o abuso de los sentimientos humanos para influir en el juicio del jurado; y que también se traduce del griego como ’sufrimiento existencial’.
Que se me entienda bien: Los heraldos negros es un poema que no pertenece a la poesía más cerrada del poeta liberteño.
(Lo vuelvo a tratar ahora: recito de memoria esos oscuros versos y siento que cada vez estoy más cerca de la correcta interpretación, pero aún muy lejos de la palabra original misma.
Me imagino al poeta serio pero sarcástico, hablando pausadamente, con la amargura de un dios controlado pero impotente, rematando cada dos versos con un ¡ja! apenas articulado y audible. ¿Cómo expresar el dolor de ser humano y la confianza en el anteojo mas no en el ojo? )
¿Qué sabemos de César Vallejo?
¿Qué sabe el mundo de él?
Casi nada.
Es casi un desconocido fuera del ámbito hispanohablante.
Aquí en Alemania se le conoce por una traducción bastante deficiente que hizo uno de los gurús de las letras germanas, Hans Magnus Enzensberger, maestro y guía intelectual respetadísimo en este terruño.
Lo de la traducción lo sé de primera fuente –con el libro en mano-, porque yo mismo me he quedado asombrado de la alta ingenuidad (e irresponsabilidad) con la que este famoso de las letras de este país se ha permitido acercarse a la poesía vallejiana.
Me permito tomar al azar el primer ejemplo que me dé la Red. En este mismo momento.
Son las 20:38 del martes 15 de abril del 2008 y se cumplen precisamente hoy 70 años de la muerte del autor de Trilce.
Alimento el buscador googliano con “Enzensberger Vallejo”.
Del primer resultado, transcribo lo siguiente, que -supongo- coincide con lo que yo conozco:
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
Ein Donnerstag wird sein; denn heut, am Donnerstag,
da ich dies sage, tun mir meine Knochen weh;
noch nie wie heute hab ich mich allein
und meinen Weg erblickt von unserm Ende her.
Traducir es traicionar, lo dice de antaño el refrán italiano: Traduttore, tradittore.
No hay duda.
Y Vallejo, como todo poeta, es –por lo menos- parcialmente intraducible. Si es que se lo llega a ubicar antes, claro.
Pero, ¿es o era esa una razón para banalizar su poesía, para quitarle justo lo que más lo caracteriza y diferencia?
Me imagino siendo por lo menos deportado de esta mi segunda patria (no tengo el pasaporte alemán), si yo me atreviera a traducir de forma tan descuidada la poesía de Goethe, Hölderlin, Novalis o la del gran Rainer Maria Rilke.
Enzensberger ha traducido, por ejemplo, lo siguiente: “porque hoy, jueves, que proso / estos versos, los húmeros me he puesto / a la mala”, más o menos como:
“porque hoy, jueves, / que escribo esto, me duelen los huesos”
Qué dolor, por dios.
Óseo, además. (Perdónenme. En ese tiempo no existía el traductor googliano, es decir, no hay por dónde buscar un culpable ajeno.)
Vallejo decía que nació un día que dios estuvo enfermo, grave. Georgette decía que, en su caso, si dios no había estado enfermo, había estado por lo menos de mal humor.
De Enzensberger ahora podemos decir con certeza que en su propio caso dios estuvo, por lo menos, con resaca.
¿Ignoraba ese alemán ilustre que el verbo ‘prosar’ no existe?
Lo dudo.
Acerquémonos con la lupa en mano. O con el microscopio o el telescopio, según el caso.
En un gesto típico vallejiano, el poeta del pueblo andino de Santiago de Chuco no ‘compone’ versos. Ni siquiera los ‘escribe’ como pretende Ekelbergen.
Él los prosa.
(Justo ahora recuerdo -cómo son las cosas- que Ekelbergen fue el apodo que le puse aquí en la Universidad de Colonia cuando todavía no sabía yo que tenía a un semidiós alemán como profesor, pero sí sabía de sus meteduras de pata con la obra del autor de Masa. ‘Ekelbergen’ es un juego de palabras, pretendía decir algo así como ‘montañas de asco’ o ‘cerros de repugnancia’ en alemán.)
El detalle es gigante, porque ‘prosa’ según la Academia es, aparte, del género opuesto a la poesía, también ‘el lenguaje prosaico en la poesía’. Y prosaico es, de paso, también ‘vulgar’ e ‘insulso’.
Es decir, escribiendo que prosa versos, Vallejo se está flagelando por partida doble pero enriqueciendo el lenguaje: nos hace el favor de rebajar doblemente su propia poesía para hacer más grandes las letras castellanas.
No solo afirma que lo suyo no puede ser poético, sino, además, vulgar o insulso.
Es el tipo de humildad soberana y genial de los verdaderamente inmensos, quienes, siéndolo, saben perfectamente, por otro lado, que en el fondo no quedará ni la cal (fosfato cálcico, en realidad) que forma nuestra osamenta. Y tienen que aceptarlo. O no.
¿Y qué hace el alemán con estas dos líneas, que aparte de ser un compendio de filosofía y creación literaria, son humildad y simpleza pura?
¡Le saca la raíz cuadrada y divide por dos la expresión reduciéndola a un simple ‘escribir esto’!
[Lo dice la Academia en su primera acepción.
humildad.
(Del lat. humilĭtas, -ātis).
1. f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.]
El traductor teutón ni siquiera puso un ‘que escribo estos versos’ o ‘que estos versos escribo’.
Vamos, hasta se le podría haber aceptado un “que estos versos maltrato”.
Pero, no.
A continuación, le sucede algo comprensible: ¿cómo traducir eso de ‘los húmeros me he puesto a la mala’?
No es fácil.
¿Cómo escribir, aún sin traducir, qué tanto nos cuesta a veces ser una simple persona, un ser humano, aceptar el esqueleto y con él, nuestra humanidad y los húmeros, esos huesos de los brazos, de esos brazos que usamos para escribir?
Traducirlo literalmente sería terrible, porque el alemán –fiel a su naturaleza como idioma- acepta, o el latín Humerus o una palabra que es una descripción, casi una monografía en miniatura en sí: Oberarmknochen, ‘hueso de la parte superior del brazo’.
Tal vez podría haber usado Humerus, pero se habría chocado con que es una palabra que no se usa ni en el lenguaje corriente ni en el literario.
‘Húmero’ es una palabra ciertamente culta en nuestro idioma, pero no rara. En alemán, además, el plural (Humerii) sonaría aún más pedante por la declinación del latín.
Pero, ¿es esa razón suficiente para transformar eso de ‘ponerse los húmeros a la mala’ en un ‘dolor de huesos’ banalizando una metáfora preciosa?
En fin.
(Incluso habría quedado bien con un simple: “los brazos me he puesto a la mala”.)
Hoy se cumplen 70 años, repito, de la muerte del –tal vez, dicen algunos y me incluyo en el paquete- mayor poeta de la lengua castellana.
Su poesía es el dolor puro, los húmeros al aire. Los brazos en hueso vivo.
La constatación de que la existencia es la otra cara de un dios que nació un día que él mismo estuvo enfermo.
Leer su poesía es bajar a recorrer con una linterna de luz negra los cenotes del lenguaje y de la condición humana, pero jugando a bucear con el idioma pegado al pecho.
César Abraham Vallejo Mendoza ha muerto.
No lo hizo un jueves, aunque tal vez sí con aguacero.
Traductores como Enzensberger le siguen dando duro, son testigos / los días jueves y los huesos húmeros. Me consta.
Con el palo, irresponsablemente y duro.
HjorgeV, martes 15 de abril del 2008
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y,
jamas como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
CÉSAR VALLEJO (Santiago de Chuco, 1892- París, 1938)
Fuentes y enlaces de interés:
http://www.geocities.com/Athens/Forum/9770/Vallejo.html
http://prospectivaperu.blogspot.com/2007/12/rpp-noticias-el-periodista-csar.html
http://letras.s5.com.istemp.com/fotoliteraria1.htm
http://pierbarakat.blogspot.com/2007/04/el-sobrino-perdido-de-csar-vallejo-sus.html
http://zonadenoticias.blogspot.com/2008/01/sobreviviendo-georgette.html
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