Ahora entiendo porqué escribías así, luego de ver los verdes de tus cerros, lo limpio de tus caminos y lo vivo de tu recuerdo, porque esa tierra de sombrero es tuya, tu nombre retumba en cada esquina, tu paso por cada calle enaltece todo zapato que cruce por todos lados y tu presencia está simplemente por donde sea y exactamente allí.
Escuché de ir a tu tierra sin querer, el saber que estaría tan cerca de tus raíces hacían increíbles los días que contaba para que llegue aquel jueves 19, el día de partir.
Hasta que llegó y cuando menos me di cuenta ya estaba en el ómnibus, dejando mil dolores en la mía casa de Lima y entregándome ahora al mundo fantástico que te vio nacer.
El viaje fue extenso, la enfermedad del soroche me sobrevino, cada tramo del camino se me hacía imposible, pero sabía que iría a tu encuentro y callé…
Al fin llegamos, vi tus caminos, sonreí. Lo próximo sería visitar tu casa, la casa de César Vallejo, estaba ansiosa, ¿soroche? ¿qué es eso? ¡déjenme ir!... y allí estuve, como por encanto, observándolo todo, todo lo que tú alguna vez tocaste y tu poesía se alzó en voz y tu mano se hizo presencia.
Era maravilloso cómo yo podía entenderte, mi nombre estaba en tus escritos, todo tu verso era común, del pueblo, era el grito de todos los allí presentes y hasta de los ausentes que intentan ignorar tu protesta, porque como necios no quieren conocer tu nombre y no saben que tu lamento también fue por ellos.
Y allí estabas, húmedo, penetrante, profundo, y escuché tu palabra a través de mil voces y tu voz a través de muchas palabras y te vi renacer y andaste, galopaste de nuevo para llegar a nosotros, vi el poyo, tu piso, Capulí, sí, Capulí…
Luego de eso no quedaba nada, era como haber escrito la obra cumbre, y me pregunté ¿luego de eso qué?, que podría superar ese momento impresionante, perturbador, que conmueve, que exacerba, que paraliza y hace que el tiempo se detenga para contemplar tu gracia, para venerar tu estirpe, tu casta.
Era la hora de irse, yo me sentía triste, satisfecha… y de pronto estaba con Paco Yunque, en su mismísima escuela, bailando, zapateando sobre el patio de sus juegos, con fogata, música, estrellas y tú, contigo sobre todos, dentro de todos, inundándonos las entrañas y el alma.
Qué borrachera de ti… y cantábamos, éramos felices, el tiempo no parecía andar, éramos millonarios, ricos, hombres bendecidos, únicos, favorecidos, qué tal placer… y tuve pena de los demás, de aquellos que pudiendo ir, rechazaron estar en el paraíso.
Seguía Cotay, en pleno amanecer, era la fiesta de los colores, saludamos al sol, sentimos la energía de la tierra ingresar por nuestros dedos y la espalda, sentimos la naturaleza y comprendimos nuestro pasado.
Luego la visita a la piedra negra sobre la blanca, le creo al Vallejista legendario estudioso de ti. Allí debajo descansan orgullosos tus padres. Nuevamente entre poesía, canto y un regreso con conversaciones del pasado, de un balcón y una añoranza.
Y noche de fiesta. La luna se hizo eco en el cielo, una luz hizo ronda a su alrededor, era un regalo de los incas para nosotros y bebimos y bailamos, hasta que complacidos tuvimos que volver.
Ya era la hora de volver a la polución, al cielo gris de Lima. Los ronderos de Santiago nos dieron un mensaje inolvidable, los niños de Santiago nos ofrecieron un desfile inolvidable y hasta el paisaje mismo nos dio la mejor de sus despedidas con sus cerros de contraste verdes, con sus burros, y su gente…
Me despedía Santiago de Chuco, me despedía de la tierra de Vallejo y volvía a Lima para reencontrarme con él y su poesía, para releerlo y comprenderlo dos veces, para contar lo que viví y así reivindicar tu tierra, el Perú y tu nombre.
Fuente: Blog Capulí
Fuente: Blog Capulí
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