19 abril 2008

Georgette en la memoria

Por César Lévano

El 7 de enero se ha celebrado el centenario de Georgette Philippart, la esposa de César Vallejo. Buena ocasión para extraer de la memoria algunos relámpagos de recuerdos.

En algunas de las conversaciones que sostuvimos allá por los años 60 y 70 me contó que el poeta le solía recitar estos versos de Jacques Prévert: “En suma, no tengo para darte más que el ardor de mi desesperación”.

Era sin duda en los días en que, como me lo refirió la señora Dolores, viuda del poeta peruano Juan Luis Velásquez, Vallejo no salía a la calle ¡para no gastar la suela de sus zapatos! En ese tiempo escribió: “está muy rota y sucia mi camisa / y ya no tengo nada. ¡Esto es horrendo!”. El relato de doña Dolores, dama española, está refrendado por una carta de un comunista español que publiqué en su momento en la revista Sí.

Georgette publicó el libro ¡Allá ellos, allá ellos! Es un documento polémico, pero que, más allá de sus aristas puntiagudas, revela cuánto sufrimiento material tuvo que soportar el poeta.

Pues bien, las congojas de Vallejo fueron compartidas por Georgette, esa mujer que le dio amor y también solidaridad política y, no temo decirlo, alimentaria.

Sí, pues, Vallejo se moría de hambre, y ese pesar suscitó ira y dolor en Georgette. Solía cantar, me contó Georgette, una serranita popular en Santiago de Chuco: “Al río de la Huanchaca / me voy a mandar a echar, / para que no vea ni sufra / ni sepa lo que es amar.”

Indignaba a Georgette el abandono en los que los poderes del Perú habían tenido al poeta en vida. Más aún le dolía la indolencia estatal y privada después de la muerte de su esposo. No se olvide que ella pagó de sus ahorros, con su trabajo, el traslado de los restos al costoso cementerio de Montparnasse.

Ese panorama explica por qué se lanzaba, a veces con injusticia, contra quienes organizaban actos y recitales vallejianos. Cierta vez, el actor Hudson Valdivia organizó un montaje de la poesía de Vallejo. Fue en la sala Alcedo, al lado del Teatro Segura. Georgette se presentó y comenzó a insultar, a voz en cuello, a Hudson: “vil comerciante, vividor con la obra de mi esposo”, etc. Acudió la policía, y, como el escándalo no amainaba, llegó el comisario de Monserrate. Luego de escuchar gritos e improperios, el policía propuso una solución salomónica: “¡que venga el mismo señor Vallejo!”.

Una risa coral clausuró el incidente.

Había en el alma de Georgette un poso de amargura. De allí sus demasías. Ni Hudson Valdivia, ni nadie, estaba en deuda con Vallejo. Con Vallejo estaba en deuda el Perú.

¿Acaso no sabemos que cuando distinguidos académicos propusieron en Palacio declarar Año de Vallejo, al del centenario del poeta, en 1992, el presidente de entonces, el siniestro Fujimori, gritó: “¡Yo no voy a rendir homenaje a ese comunista!”?


Fuente: Blog Editorial de César Lévano

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