19 abril 2008

Sobreviviendo a Georgette


Personajes: En el centenario del nacimiento de Georgette de Vallejo, testigos afirman que su última voluntad fue ser enterrada con el poeta en París

Por Carlos Cabanillas*


Georgette y sus últimos días eran arrastrados en una silla de madera. Del Hospital Militar a su casa y de su casa al Hospital Militar. Sin silla de ruedas, sin dinero. Cuando se desplomaba, la volvían a sentar; cuando se desmoronaba, recogían sus pedazos. Ella sólo podía insultar y maldecir en francés, y repetir –como una súplica, un conjuro– el nombre de quien la había confinado a ese destino peruano y miserable. Pero él ya no podía responderle: César Vallejo estaba muerto; era ya un cadáver lleno de mundo. Su profecía de chubascos se había cumplido. Le habían firmado una orden de captura. Le habían pegado todos sin que él les hiciera nada. Le habían dado duro con un palo y una soga. Después de tantas palabras no sobrevivió la palabra. Ni dios ni el hijo de dios. Todo ya había sido escrito por él, y –desde aquella tarde parisina de 1938– no quedó más para expresar la vida sino la muerte. Pero hasta ese verso que describe a Georgette era de Vallejo.
Por eso a Georgette Marie Philippart Travers viuda de Vallejo le gustaba la vida mucho menos, y ya ni siquiera le gustaba vivir. La cólera la quebraba en pequeñas niñas. El poeta había cumplido su promesa comunista de no engendrar hijos ni sufrimiento. Ella ya no confiaba en nadie: ni en el ojo ni en el anteojo, porque la vista le fallaba; ni en la escalera ni en el peldaño, porque siempre caía de la silla; ni en las piernas, por su creciente parálisis; y menos en el cadáver o el hombre, pues culpaba al vate de todos sus males. "Yo siempre estoy sola, con Vallejo o sin Vallejo", le confió alguna vez a Ernesto More, amigo íntimo del poeta. Según Danilo Sánchez León, presidente de la Asociación Cultural Capulí, Vallejo y su tierra, decía que nunca –ni antes ni después de Vallejo– había conocido a un hombre. Georgette estaba sola como sólo puede estar alguien como Georgette.
Su única compañía era Rosa Espinoza, empleada de su hogar que aún la sobrevive en el elefantiásico y blanco edificio Marsano. Ella se encargaba de darle el atún mezclado con pan a sus 17 gatos –animales que le provocaron un tropezón en el 79, en un accidente que paralizó su hemisferio derecho y precipitó sus lesiones cerebrales–. También la ayudaba a administrar los mil francos mensuales de la Sociedad de Beneficencia Francesa, dinero que solía prestar a amistades que nunca más regresaban. Según César Vallejo Ynfantes, sobrino del poeta, Georgette era conocida como la loca del edificio. Según Rosa, Georgette nunca recibió de buena gana a su sobrino. Sólo recibía a Fernando de Szyszlo, César Miró, Luis Jaime Cisneros y Delfina Paredes. A César Calvo tenía que sacárselo de encima. "La señora Georgette odiaba a los hombres", afirma Rosa. "Deja a tu esposo y quédate conmigo a tiempo completo, me dijo la señora. Pero yo escogí a mi familia. Ella tuvo razón: mi esposo me abandonó hace poco". Vallejo Ynfantes afirma que era intratable, que echaba a todos de su casa y casi no admitía visitas. Años atrás, a Octavio Paz le había parecido muy linda. A Pablo Neruda, insoportable. Su rutina de ermitaño se hacía a base de café, sedantes, pescado, noticias por la radio, papa sancochada y golpes en la máquina de escribir. Así pudo expiarse su poemario Máscara de cal (1979) y la autobiografía Allá ellos, allá ellos, allá ellos (1978), donde les respondió a sus múltiples enemigos que la acusaron de quemar obras del vate y de impedir que sea repatriado al Perú.
Lo cierto es que Georgette sólo cumplió la voluntad de su esposo. Viajó al Perú y rescató al poeta del ostracismo publicando sus manuscritos de Poemas Humanos. Quiso conocer Lima, que Herman Melville había definido como 'la ciudad más triste y extraña'. Cuando juntó el dinero para poder volver a Francia con su madre (mediante la mano amiga del artista Gastón Garreaud), prefirió trasladar el cadáver del poeta del cementerio Moutrouge al de Montparnasse, como era su voluntad. Finalmente, se mantuvo viuda desde los 30 hasta su muerte, a los 76 años, el 4 de diciembre de 1984 en la Maison de Santé. Ahora, la poeta Carmen Gómez de la Torre –a quien Georgette le prologó el poemario Ausencia– y la señora Rosa Espinoza reclaman que se cumpla esta vez con su última voluntad. Cuentan que ella siempre quiso que sus restos descansen junto a su madre y su esposo en su natal Francia. César Vallejo Ynfantes también recuerda ese último deseo. Esperan que se cumpla. Ya va a venir el día.

ELLA DIJO
- "Nací un día de 1908 en que si Dios no estaba enfermo por lo menos estaba de un pésimo humor. Tuve muy mala salud".
- "El sufrimiento de los niños del mundo y los gatos es todo lo que tengo, todo lo que me preocupa. No llegó una sola tarjeta de Navidad a esta casa. Y una sola visita: la del veterinario".
- "Todo el que sufre de ver sufrir está dispuesto a comprender. La gente insensible al sufrimiento ajeno no puede llegar a ser revolucionaria nunca".
- "Mi padre era dibujante; mi madre era modelista de vestidos. Me mandaron a Bretagne por la guerra".

* Publicado en Caretas 2010.
En la foto: la joven Georgette en su casa de la calle Manuel Gómez
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Fuente: Blog zonadenoticias

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