La autobiografía puede ser un modo de defensa. Es el caso de Georgette de Vallejo quien hace más de veinte años escribió un hoy desconocido libro de corte autobiográfico titulado “Allá ellos, allá ellos, allá ellos!” (Lima, 1978), en el que procuró refutar a algunos amigos y críticos literarios de César Vallejo que la criticaron severamente. Pude constatar en Lima que la personalidad y estilo de Georgette tiene dividida la opinión en los ambientes culturales. Son muy pocos los que la quieren.
Según lo cuenta Georgette Philippart, ella ya conocía de vista a César Vallejo cuando en febrero de 1927, a las seis de la tarde, éste se le acercó y, quitándose el sombrero, la invitó a un encuentro en Le Carillon, un café de la Avenida de la Opera donde Vallejo solía tomar el desayuno y leer los periódicos. La escena tuvo lugar en la calle Montpensier que bordea el jardín del Palais Royal cerca del Hotel Richelieu, donde Vallejo vivía con Henriette Maisse. Muy cerca, en la calle Molière, Georgette vivía con su madre.
Pese a que Georgette y Vallejo se encontraron varias veces en 1927 y Henriette llegó a increpar a Georgette por ello, solo estuvieron juntos a partir de 1929 y hasta la muerte del poeta. Se casaron en París por civil, casi en secreto, el 11 de octubre de 1934. Fueron testigos Ismael González de la Serna -pintor granadino amigo de Federico García Lorca- y su mujer, Susanne Putois. Eran tiempos durísimos para los escritores y artistas. La vocación y el talento no alcanzaban para vivir. Y si París era una fiesta, ellos no estaban invitados. Y a la bohemia había que sumarle el idealismo y la militancia en el Partido Comunista. Al hablar de la relación de los escritores con el poder, dice Octavio Paz que éstos tuvieron: “...una larga pasión desdichada por la política...La Revolución ha sido la gran Diosa, la Amada eterna y la gran Puta de poetas y novelistas. La política...envenenó los insomnios de César Vallejo...” (“Obras Completas”, Tomo 8, pag. 546). “Georgette Philippart es la mujer más linda de este encuentro” dijo Octavio Paz, “es insoportable para todos” confesó Pablo Neruda. Fue con ocasión del itinerante II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura -o Congreso de Escritores Antifascistas- de 1937. “España bajo las bombas” titula Alejo Carpentier su crónica del encuentro. Doscientos escritores que desafiaron a los bombardeos y dieron apoyo a la República en medio de la Guerra Civil Española: Vicente Huidobro, Raúl González Tuñon, Tristán Tzara, Waldo Frank, Ernest Hemingway, Ilya Ehremburg, André Malraux, Rafael Alberti, María Teresa León, Corpus Barga, Nicolás Guillén, Pablo Neruda con Delia del Carril y tantos otros.
En 1930 Vallejo fue expulsado de Francia por razones políticas y aprovecha ese pretexto para viajar con Georgette a Madrid donde se vincula con escritores y poetas y desarrolla una intensa militancia en el Partido Comunista. Quizás eso fue lo que tiñó su estilo de matrimonio de cierto antihedonismo. Entre ellos había un tácito acuerdo: no se pronunciaba nunca la palabra felicidad, personal o conyugal; vivían por y para la revolución mundial. “En aquel cuarto/donde no había más que nosotros/nosotros y solo dos/contra tantos/pesaba un silencio más fuerte/que todo el ruido del mundo/y de los malos”, escribe Georgette en su libro “Máscara de cal”(Lima, 1979).
“Vallejo, que, en tanto revolucionario militante, se niega el derecho a tener hijos, es responsable de sus angustias, y éstas no son menores para su mujer”, dijo Georgette. César Vallejo tenía la obsesión de morir en jueves, pero murió en la mañana de un viernes, Santo, el 15 de abril de 1938. Junto a él estaban Georgette, Juan Larrea y Cuto Oyarzun. “Me moriré en París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo...” (“Poemas Humanos”, París, 1939). Pero era una mañana extraordinariamente soleada aquella del entierro en el cementerio de Mont Rouge y allí lo despidieron, entre otros, Louis Aragon, Tristán Tzara, Antonio Ruiz Villaplana y Gonzalo More. “...Uno de los defensores más abnegados de la cultura mundial”, dijo el primero.
Georgette se quedó sola y pobre en la vida, su madre ya había muerto para ese entonces y lo que heredó se lo gastó con Vallejo en el viaje a Rusia de 1929. Como había sido educada con la idea de que no había que pedir ayuda a nadie se arregló como pudo con un telar con el que hacía alfombras. Muchos años después, en 1951, decide conocer el Perú. Viajando en un camarote de tercera del vapor “Reina del Pacífico” llega al puerto del Callao el domingo 6 de mayo. Y en 1952 llegó hasta Santiago de Chuco, tierra natal del poeta, de la mano de un sobrino, Oswaldo D. Vázquez Vallejo. El gobierno del Perú le concedió una pensión y Georgette se quedó a vivir en Lima. El ilustre historiador Raúl Porras Barrenechea fue su protector mientras pudo. Pero más tarde su pensión fue reducida a una suma irrisoria y su enojo fue tal que llegó a destruir algunos recuerdos del poeta.
Todos coinciden en que Georgette tenía un pésimo carácter y no era generosa en el terreno del afecto. El propio Vallejo -que no la menciona en su obra literaria- dice que era egoísta, aunque se debatía en una dialéctica egoísmo-altruismo. Lo cierto es que poco a poco se fue enemistando con los amigos del poeta. Algunos no compartían su modo de administrar la memoria del difunto. La más dura y desagradable lucha la mantuvo con Juan Larrea de quien llegó a decir “deploro tener que reconocer que Vallejo..ha merecido como biógrafo a este siniestro fugitivo de la guerra civil de su propio país, necrófago del ‘cadáver’ de Vallejo”. En su libro “Vallejo” (Buenos Aires, 1958), Xavier Abril, amigo íntimo del poeta, no menciona a Georgette ni una sola vez. Una mujer dura, me dice Francisco Vallejo Ciudad, ahijado del poeta. Podría decirse que fue la contrafigura de Delia del Carril que si parece haber sido una mujer encantadora.
A Georgette le quedó un solo amigo que resistió con estoicidad vallejiana los malhumores de la viuda, el pintor Fernando de Szyszlo, quien hoy la recuerda con sentido afecto: “Con un dinero que pudo juntar, Georgette consiguió que los restos de Vallejo fueran trasladados al cementerio de Montparnasse. Ella escribió el epitafio ‘He nevado tanto para que duermas”. Diez años antes de morir, Vallejo estuvo a metros del lugar donde definitivamente descansarían sus restos. Fue con motivo de un homenaje a Charles Baudelaire. El Extranjero, La invitación al viaje, La danza macabra y La muerte de los amantes, se dijeron en un clima de emoción cautivante, conmovedora, dice en Vallejo en su crónica.
Georgette terminó sus días en la Maison de Santé, una clínica de la Sociedad Francesa de Beneficencia que le prestó atención gratuita a la viuda del gran poeta hasta su muerte. Allí solía recibir la visita del Embajador de Francia, Paul Henri Gaschignard, quien me contó desde París su dura experiencia con esta señora. Es estremecedor el testimonio del Dr. Felizardo Osorio Valverde, Director de la clínica, quien atendió a Georgette en sus últimos días. En la cálida madrugada del 4 de diciembre de 1984 Georgette murió. Tenía setenta y seis años. Fue enterrada en el cementerio de la Planicie de Lima. Quizás nadie se ocupe de cumplir su deseo de que sus restos descansaran junto a los de quien casi sesenta años antes, en una apacible tarde parisina, le creara la ilusión de que la vida era algo mejor que un amargo tránsito.
* Director de Intramuros (www.grupointramuros.com)
bgambier@trc.es
Fuente: http://www.bibliotecasvirtuales.com/comun/foros/topic.asp?TOPIC_ID=26557
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