15 abril 2008

César Vallejo: El otro, el mismo


Por Enrique Sánchez Hernani

Max Silva Tuesta advierte que convertir a Vallejo en un hambriento crónico o un anémico incurable es algo forzado y mendaz. “El verdadero Vallejo dista mucho de eso”, insiste. El doctor Silva, por cierto, reconoce que su obra, con gruesas insistencias en el padecimiento, pudo haber conducido a esto. Quizá por la misma razón, durante algún tiempo se creyó que el neologismo “Trilce” provenía de la conjunción de la primera silaba de triste y la última de dulzura.

“Pero el otro Vallejo, señala Silva, desciende desde los 3,115 metros sobre el nivel del mar, en Santiago de Chuco, a la costa; que acapara instituciones, poderes, para su desarrollo personal. Primero llega a Trujillo y luego descubre que hay un lugar más importante, Lima, a donde viene con la sorprendente idea de ser médico”. Luego se le encuentra a Vallejo fuera de la universidad, en una hacienda de Acobamaba, en casa de un señor apellidado Sotil, como preceptor de sus hijos, y al final de año regresa a Trujillo para seguir Letras y luego Derecho.

Según el acopio biográfico realizado por el distinguido vallejista, el poeta, en ese momento, busca ir a otra parte, probablemente a Arequipa, quejándose de que Lima era una especie de Bizancio que le asfixiaba. Pero fue al azar, bajo la corporización de un amigo suyo de apellido Gálvez, quien lo puso en camino a Europa. Este acababa de heredar un pasaje de Lima al Viejo Continente en primera clase, que después cambia en dos de tercera a fin de llevar consigo a su amigo César Vallejo, quien acepta gustoso. Así es como el genio literario enrumba a París, levando consigo pocas pertenencias, casi ningún dinero pero, esto sí, con su descomunal talento en ebullición. Fue la oportunidad que esperaba con tanta ansiedad. El doctor Silva explica: Vallejo como una buena cantidad de poetas, no es previsor ni calculador, sino que prefiere el Carpe Diem, vivir el momento, aunque él cree en el destino, que no sólo puede ser aciago, sino que también bueno y por supuesto, tenía una absoluta conciencia de ser un espíritu superior y que iba a conquistar Europa. Una buena parte de su valor está solventado por la riqueza de vivencias que tenía.

Para el vallejista y psiquiatra peruano, antes de Europa Vallejo es un hombre que se halla en la etapa de su dolorosa incorporación a la vida. “Esto se explica – manifiesta – porque hay personas a las que les cuesta más vivir que a otras”. Esa transmutación es visible en su libro Los heraldos negros, que coincide con el tránsito del poeta por Trujillo, que a fin de cuentas es el de un provinciano al que ciertos vecinos creen loco por la longitud de sus cabellos.

Sus estancias fuera de su provincia natal; para el doctor Silva, están gravadas por los sentimientos de culpa que le promovía su intento de desarraigarse de la sierra del Perú. Además tenía una gran voracidad por conocer el mundo, los hechos y personajes importantes. Era el hambre de un Vallejo que nace ignorante de todo y quiere morir conociéndolo todo.

Tres veces marcha a Rusia y sale otras tantas, sin lograr asentarse, pues el idioma es una traba difícil de sortear. En París echa algunas raíces, pero él seguía buscando, pues sentía que le faltaba algo. Incluso, en alguna oportunidad, el poeta pensó seriamente partir para los Estados Unidos.

La poesía que logra crear en Europa resulta fuerte, temblorosa, de una captación tremenda, urgida por su extrema sensibilidad, que en versión de un sobrino suyo provocó que durante su infancia fuera llevado al médico. Para el doctor Silva, Vallejo nació “sentimental, sensible, sensitivo”, tal como diría Rubén Darío. “Lo demás – sostiene – eso del hambre y el dolor, es entrar en conjeturas”. Su convencimiento en esto se sostiene que el poeta logró ir más lejos que otros de su misma extracción social y económica, cosa que Vallejo podía percibir. Es más, según la atenta observación del doctor Silva, Vallejo tenía un modo de ser físico, y dentro de eso un modo actitudinal, que promovía el deseo de sobreprotegerlo, de brindarle ternura. De allí que es un poeta al que no sólo se le admira por su gran obra, sino que se le llega a querer. Sólo por excepción Vallejo tiene enemigos.

Así, en 1924, conoce al escritor español Juan Larrea, quien le presenta a otros amigos suyos, escritores y poetas, igualmente: el chileno Vicente Huidobro, los españoles Bergamín, Jorge Guillén y Federico García Lorca, todos de la Generación del 27. Lorca lo ayuda buscándole directores para que pueda estrenar sus obras tetatrales. Todos le ayudan de una u otra forma .

Sostiene el doctor Silva: Si las colaboraciones que Vallejo escribía para Mundial y Variedades no hubieran tardado tanto, le hubieran dado para vivir, pero no con esa pobreza franciscana, que es una frase creada sobre el poeta que ya casi asfixia. Hay que buscar no el Hueso Húmero fracturado, sino el otro, sano fuerte. En uno de los textos de sus “Poemas en Prosa”, Vallejo pareciera que advierte sobre esta suerte suya que lo iría a recluir en el dolor perenne: “En el mundo de salud perfecta, se reirá por esta perspectiva en que padezco; pero, en el mismo plano y cortando la baraja del juego, percute otra risa de contrapunto” Este es el otro Vallejo. Por otro lado, piensa el reconocido vallejista, el poeta tenía una auténtica conciencia de su dotación congénita, de su talento y hasta de su genialidad. Todo esto le habría impedido la perenninzación de esa imagen pesarosa que de él han formado algunos críticos.

El doctor Silva sostiene que la personalidad de Vallejo, estaba marcado por su extrema sensibilidad, su enorme inteligencia, su condición de escribir cada vez un poemario diferente del otro y ascendente, y su solidaridad con el género humano, que no puede reducirse (tal como asevera Juan Larrea) al paso por su vida de un comunista que le vendió falsas esperanzas, pues ese sentimiento era enorme y venía con él.

Lo negativo de esa misma personalidad se encuentran en los celos enfermizos que zarandean al poeta y que le llevaron a escribir “Fabla Salvaje”, cuya temática central es, precisamente, ese oscuro sentimiento. Georgette Vallejo, amiga del vallejista peruano, le contó personalmente alguna vez que el poeta la celaba con los más dispares personajes: el carnicero, el lechero, y que cada vez que le veía reír le preguntaba hoscamente: “¿Y ahora, por quién estás contenta?”. Pero, curiosamente, le contaba la viuda de Vallejo, no la celaba con el puneño Gonzalo también afincado en París, que si le había destinado algunos requiebros y que gozaba de la fama que le habían dado sus escandalosos amores con la escritora Anaís Nin: “Ah, ese no tiene importancia” - le respondía Vallejo cuando ella le daba la quejas - “More es como un niño”.

Los celos a Vallejo ya le habían dado antes un serio disgusto. En su época de Trujillo, mantiene amores con una muchacha Rosa Zoila Cuadra, de impertinentes 15 años, a quien Vallejo llamaba Mirto, que era sumamente dispendiosa, en su coquetería y, cierta vez, pasó del mohín a los hechos. Enterado el poeta de la perfidia, consiguió un antiguo revólver y pretendió pegarse un tiro. Sus amigos impidieron lo que habría sido una auténtica pérdida para la humanidad y le enviaron a Lima, convaleciente de amor, a fines del año 1917, en el vapor Ucayali, desde el puerto de Salaverry.

Otra de las imperfecciones de la personalidad del poeta la constituía su silente timidez, su introversión más que rigurosa. Para el doctor Silva, y usando la tipología del médico alemán Kretschmer de principios de siglo, Vallejo correspondía al tipo leptosómico: huesos delgados, largos, frágiles, con exigua musculatura y tórax estrecho, lo que mayormente, y con generalización equívoca, se conoce como una persona flaca. A los leptosomos, según Kretschmer, les corresponde una personalidad esquizotómica, es decir, como señala el doctor Max Silva, “son como esas casas romanas, villas que han cerrado sus ventanas al esplendor del Sol, pero que en su interior amortiguado, triunfa la fiesta” O sea, tímido como una ostra.

Esta timidez imperiosa hizo que Vallejo, por ejemplo, no le enseñara a su buen amigo Larrea una porción de importantísimos poemas que conservó Georgette, y que asombraron al poeta español cuando los pudo leer luego de su muerte. Se sabe también que Vallejo era muy desconfiado, al punto que, según una anécdota contada por Luis Alberto Sánchez durante una conferencia, “el poeta solía guardar sus secretos detrás del retrato de un Corazón de Jesús que había colgado en la pensión donde vivió mientras estuvo en Lima. Sánchez indicó, en aquella oportunidad, que Vallejo no habría dejado de tener razón, pues alguna vez descubrió publicado un poema suyo. Otra anécdota sobre el mismo tema la otorga su costumbre de sellar con su nombre, en diferentes páginas, todos los libros que eran de su propiedad.

Para el doctor Silva, las más de cien cartas conocidas del poeta, implorando préstamos de dinero a su amigo Pablo Abril de Vivero, efectivamente lo identifican como un pedigüeño, rasgo que podría adquirir irrelevancia ante la sucesión formidable de virtudes de su genio. En este rasgo le acompañan, además, otros célebres: Mozart, Baudelaire y Dostoievski, el último por jugador y el último por manirroto excesivo.

Algo que era característico en el poeta y que quines le conocieron no pueden olvidar, es su mirada. Georgette le contó al doctor Silva que ella recién pudo entenderla cuando conoció en nuestro país a las vicuñas. “Su mirada penetra todo” , le confesó. Tal era la amplitud del mirar de Vallejo que le obligó a decir alguna vez a Georgette: “Vallejo, por favor mírame a mí”. Lo mismo pensaba Aguedita, su hermana, que en un entrevista que le realizaron hace algo más de diez años confesó que “Su mirada incluso, atravesaba las piedras”.

Su mirada correspondía a la de un ser reflexivo, que alguna vez quiso publicar un libro de pensamientos y que solía decir “Cuando pienso en lo que es la vida, no puedo dejar de decírselo a Georgette”

Esos sentimientos culposos que, por otra parte, exhibió siempre Vallejo, tal vez, a juicio del doctor Silva, tengan su origen en el nacimiento de sus padres: ambos eran hijos de curas. Su padre, Francisco de Paula Vallejo Benitez, natural de Santiago de Chuco, era hijo del sacerdote español José Rufo Vallejo y de la india chimú Justa Benítez. Su madre, María de los Santos Mendoza Gurrionero nacida en el mismo lugar, era hija del sacerdote español Joaquín de Mendoza y de la india chimú Natividad Gurrionero. Así, el niño Vallejo, tuvo que aprender a convivir con la extrema religiosidad de sus padres y con el fantasma de sus abuelos.

Sin embargo, nada de esto le recortaría su aura de genialidad, al punto que hoy, es indiscutiblemente el poeta contemporáneo más importante de la lengua española.

Fuente: http://personales.com/peru/trujillo/vallejo/semblanza1.htm

1 comentario:

Anónimo dijo...

lo que Ud. escribió me ha gustado, le pediría por favor que escriba más sobre esta persona tan interesante, gracias.